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Rafael (Lorenzo tr.)/XXXIX

De Wikisource, la biblioteca libre.
Rafael: Páginas de los veinte años (1920)
de Alphonse de Lamartine
traducción de Félix Lorenzo
XXXIX
XL

XXXIX

1 Descendimos por las anchurosas mesetas, cubiertas de bosques, hasta el lecho hirviente de una cas— !

cada. Hay allí un pequeño monumento fúnebre erigido en memoria de una hermosa joven, la señora de Broc, que hace años fué arrebatada por un torbellino de las aguas y cayó a la gruta, cuyas espumas, al cabo de mucho tiempo, devolvieron su vestido blaneo, lo cual permitió hallar también el cuerpo de la víctima. Los amantes van con frecuencia a sentarse ante la húmeda tumba. ¡Allí, sus corazones se oprimen, enlázanse sus brazos al pensar que de un traspiés sobre una piedra resbaladiza pende su frágil felicidad!

Desde aquella cascada, que ha tomado el nombre de Madame de Broc, marchamos silenciosamente hacia el lago. Se le domina en toda su extensión desde el pie del castillo de San Inocencio. Allí nos apeamos de nuestros mulos, bajo un alto oquedal de encinas, dispersas entre matorrales, y que a la sazón estaba solitario. Después, un rico indiano ha construído allí una hermosa casa de campo, y ha plantado jardines en su recinto paternal. Dejamos que nuestros mulos paciesen sueltos por el monte bajo la guarda de los chicos que los conducían.

Avanzamos solos de árbol en árbol y de clara en clara, hasta la punta de la lengua de tierra, desde donde veíamos brillar el lago y oíamos el murmurio de las aguas. Aquel oquedal de San Inocencio es un cabo que avanza entre las olas en la parte más melancólica y más despoblada de la ribera. Termina en unas rocas de granito grisáceo, lavadas por la espuma cuando el viento la solivianta, secas y lucientes cuando se calman las olas.

Nos sentamos en dos de estas peñas. Enfrente, a la otra parte del lago, la abadía de Haute—Combe se erguía ante nosotros como una pirámide negra. Contemplamos una manchita blanca que brillaba al pie de las sombrías terrazas del monasterio: ¡era la casa del pescador adonde aquellas olas nos habían arrojado a los dos para reunirnos eternamente por el azar de aquel encuentro; era la estancia donde había transcurrido aquella noche, fúnebre y divina a la vez, que había decidido sobre nuestras vidas!

Allí es!—me dijo ella, extendiendo el brazo sobre el lago y señalándome con el dedo el punto luminoso, apenas visible en la lejanía y en la sombra de la orilla opuesta—. Llegarán un día y un lugar—añadió tristemente en que el recuerdo de lo que allí pasó entre nosotros en momentos inmortales no se os aparezca, desde la lejanía de vuestro porvenir, sino como esa manchita en el fondo tenebroso de esa costa.

No pude responder a esta palabras; hasta tal punto aquel acento, aquella perspectiva abierta sobre la muerte, sobre la inconstancia, sobre la fragilidad, sobre la posibilidad de olvidar, me habían destrozado el corazón y henchido el alma de presentimientos. Prorrumpí en lágrinas. Las ocultaba entre mis dedos, volviéndome hacia el viento de la tarde para que él las enjugase y no apareciesen en mis ojos; pero ella las vió.

—Rafael—añadió más tiernamente—; no, nunca me olvidaréis. Lo sé. Lo presiento; pero el amor es corto y la vida es lenta. Viviréis, después de mí, largos años. Agotaréis cuanto la Naturaleza ha puesto de dulce, de fuerte, de amargo en los labios humanos. Seréis un hombre. Lo advierto en vuestra sensibilidad, á la vez viril y fe menima. ¡Seréis hombre con toda la miseria y toda la grandeza de ase nombre de hombre con que Dios ha designado a una de sus más extrañas criaturas! ¡En una sola de vuestras aspiraciones tenéis aliento para millares de vidas! ¡Vi.

i viréis con toda la energía y en toda la extensión de esa palabra: la vida! Yo...—Calló un momento, y alzó el brazo y los ojos al cielo, humillando al mismo tiempo la cabeza para dar gracias. ¡Yo, yo he vivido!...; he vivido bastante—prosiguió con acento de satisfacción—, puesto que he respirado, para llevármelo por siempre conmigo, el hálito de la única alma que esperaba en la tierra y que me vivificaría en la misma muerte, de donde me habéis llamado... Moriré joven, y ahora no sentiré morir, porque he agotado en un aliento esta vida que vos no agotaréis hasta que esos hermosos bucles castaños sean blancos como la espuma que salta a vuestros pies!

"Este cielo, esta orilla, este lago, estas montañas han sido la escena de mi finica y verdadera vida en este mundo. ¡Juradme confundir de tal modo en vuestra memoria ese cielo, esa crilla, ese lago y esas montañas con mi recuerdo; que la imagen de este lugar sagrado sea en adelante inseparable en vos de mi propia imagen; que esta naturaleza en vuestros ojos y yo en vuestro corazón no seamos más que uno! ¡A fin —prosiguió de que, cuando volváis aquí, después de muchos días, para ver de nuevo esta magnífica Naturaleza, discurrir bajo estos árbolea, sentaros al borde de estas ondas, escuchar estas brisas y estos murmurios, volváis a verme y oírme tan presente, tan viva y tan amante como aquí!..." No pudo concluir. Rompió a llorar. Oh cuánRAFAEL 9 to lloramos! ¡Y cuánto tiempo lloramos! El ruido de nuestros sollozes, sofocados con las manos, se confundía con los sollozos del agua en la arena. Nuestras lágrimas formaban leves rizos en el agua que dormía a nuestros pies. Al cabo de veinte años no puedo recordarlo sin sollozar todavía!

¡Oh, hombres! No os inquietéis por vuestros sentimientos y no temáis que el tiempo se los lleve. No existen el hoy ni el mañana en las resonancias de la memoria; sólo existe el siempre.

El que ya no siente, es que nunca ha sentido.

Hay dos memorías: la memoria de los sentidos, que se desgasta con ellos y que deja perder las cosas perecederas, y la memoria del alma, para la cual no existe el tiempo, que vuelve a ver a vez todos los puntos del pasado y del presente de su existencia; facultad del alma que tiene, comd el alma misma, la ubicuidad, la universalidad y la inmortalidad del espíritu! Tranquilizaos los que amáis: el tiempo no tiene poder sino sobre las horas, no sobre las almas.