tales sus costumbres fueron
que no fue Tays ramera
más loca, pues no hay pastor
con quien no trate de amor
en toda aquella ribera.
Isidro:
¡Válame Dios!
Envidia:
Bien haréis
en que la saquen de allí.
Isidro:
¡Que mi mujer vive así!
Demonio:
Yo pienso que le hallaréis
en la puerta de la Vega,
haciendo mal a un caballo.
Mentira:
Adiós, que voy a buscallo.
Isidro:
Piadoso llanto me ciega.
¡Ay, María!, tú de quien
yo aprendía honestidad.
¡Ay, cómo la soledad
no les viene a todos bien!
¡Tú, cuyas santas costumbres
en la noche de mi error
daban mayor resplandor
que al cielo sus altas lumbres!
¡Tú, María, honesta y buena,
de cuya boca no oí
palabra que para mí
no fuese limpia azucena!
¡Tú, deshonesta; tú, ya
tan pública pecadora!
¡Tú! ¡Llorad, ojos, agora
vuestra luz perdida está!
¿La mitad del alma mía
deshonesta? ¡Ojos, llorad,
que perdida la mitad,
peligro correr podría!