Sentencia del TOF 3 dictada en el caso del atentado contra la AMIA el 29 de octubre de 2004 (78)

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  • TÍTULO I. LA CAUSA POR EL ATENTADO
    • CAPÍTULO V. El atentado
        • A) Hecho del 18 de julio de 1994
          • 21) Los que no la advirtieron


Por otro lado, diversas han sido las personas que al momento de la explosión se encontraban en las adyacencias de la A.M.I.A. y que, pese a ello, no advirtieron la presencia de la camioneta.


En ese sentido, Juan Carlos Álvarez manifestó que se desempeñaba como barrendero en el horario de 6.00 a 14.00 y que la mañana del 18 de julio se dirigió por Pasteur a una agencia de quiniela de donde retiró un cesto con papeles, tras lo cual cruzó la calle para hablar con el encargado del edificio ubicado frente a la mutual, quien entre otras cosas le dijo que eran las 9.55.


Indicó que, posteriormente, tomó la pala y el escobillón y cruzó nuevamente la calzada, observando que no venía ningún vehículo desde Corrientes y que “en la calle no había un alma”, recordando tan solo al mencionado portero, al dueño de la agencia de lotería y a dos policías, uno dentro del móvil estacionado frente a la mutual y otro -según creía- en la esquina de la calle Tucumán; afirmó que “bajo ningún aspecto” vio el paso de una camioneta Renault Trafic ni observó estacionado un automóvil con una caja blanca.


A continuación, relató Álvarez, se arrimó a un volquete, ubicado casi frente a la entrada de la mutual, para arrojar unos cartones de cigarrillos, observando que “estaba vacío, vacío” y que en el lugar también había un coche pequeño -un Fiat 600- del cual descendió rápidamente un hombre delgado, de 1,70 m de estatura, quien tras indicar que detendría el automóvil unos instantes, ingresó en la sede de la institución.


Asimismo, indicó que al intentar arrojar los residuos dentro del volquete, encontrándose ubicado entre éste y el automóvil antes mencionado, de espaldas a la A.M.I.A., sintió que se descomponía y se elevaba, comenzando a percibir todo en cámara lenta, sin escuchar nada y sin poder ver el cielo porque estaba lleno de tierra y polvo. Agregó que en ese instante pudo apreciar un olor a amoníaco que le arrancaba los ojos y la nariz, a la vez que sentía su cuerpo estallar y unos “dolores inmensos en la espalda” y las piernas; finalmente, cayó sobre el capó del Fiat 600, perdiendo el conocimiento.


El testigo aseguró que en los instantes previos a la explosión no escuchó ningún ruido en particular ni tampoco la frenada de algún vehículo; recordó que mientras conversaba con el encargado observó un camión de la firma “La Serenísima” a la vez que creyó haber visto un distribuidor de pan.


Por su parte, Jorge Eduardo Bordón, cabo primero de la Comisaría 7ª de la Policía Federal Argentina, manifestó que esa mañana, en el horario de 6.00 a 12.00, fue destinado por el jefe de servicio Thompson como chofer de un patrullero fijo que cubría la custodia de la mutual, secundando al sargento Guzmán, quien prestaba servicios en la Comisaría 5ª.


Explicó que tal asignación, en su caso la única, se debió a la ausencia del sargento Sarogni, quien se encontraba en uso de licencia y que el servicio consistía en mantener la seguridad general externa del edificio, impidiendo el estacionamiento en la cuadra de la mutual.


Agregó que luego de relevar a su compañero del turno anterior, aproximadamente a las 6.05 ó 6.10, comenzó a observar el paulatino ingreso del personal de la entidad y la concurrencia de distintos proveedores, a algunos de los cuales se los autorizaba para estacionar lo más lejos posible de la puerta de la mutual; recordó que a la hora de estar allí concurrió el móvil de control de su Seccional, oportunidad que aprovechó para solicitarle el cambio de la batería en razón que la que tenía el patrullero estacionado frente a la A.M.I.A. se encontraba agotada, impidiendo el arranque y una buena frecuencia en el equipo de comunicación. Que a las 9.30, aproximadamente, arribó un móvil de mantenimiento, cuyo personal levantó el capó, verificó el estado de la batería y se retiró en procura de una nueva. No obstante ello, manifestó que contaban con un equipo de comunicación auxiliar tipo “H.T.”, provisto por la custodia interna de la mutual. Agregó Bordón que en el curso de esa mañana un compañero de su comisaría, con la autorización de Guzmán, estacionó su automóvil Dodge 1500 sobre la calle Pasteur, próximo a su cruce con Tucumán, invocando que debía llevar a su hijo al Hospital de Clínicas y que pasadas las 9.00, previa indicación del personal de seguridad de la A.M.I.A., un camión depositó un volquete delante del patrullero, a unos 3 ó 4 m; momento a partir del cual algunos operarios comenzaron a volcar escombros que retiraban del edificio, utilizando para ello una rampa y carretillas.


Asimismo, manifestó que no recordaba haber visto, en esa ocasión, una camioneta Fiorino, ni automotores de la marcas Peugeot 405, Renault 20 o Gacel, ni un vehículo estacionado en doble fila, como tampoco a una mujer con un menor de edad.


Indicó que, poco tiempo antes de la explosión, el sargento Guzmán se había dirigido al baño del bar “Kaoba”, en razón de que los de la mutual estaban en refacción, quedándose él a bordo del móvil policial, sentado en el lugar del conductor, desde donde observó el paso de un barrendero, con el que intercambió saludos; tras ello, escuchó modular su “handy” y, luego de tomarlo y reincorporarse en el asiento, se produjo la explosión.


Bordón dijo haber escuchado dos estallidos, uno detrás de otro, como un “tic-tac”, señalando que el segundo fue de mayor intensidad, percibiendo un viento huracanado que provenía de su costado derecho y un calor que lo ahogaba. Agregó que voló por el aire sintiendo que su cuerpo se despedazaba, sin poder abrir la boca y con los oídos bloqueados; sensación que duró unos segundos hasta que empezó a sentir olor a quemado y a amoníaco.


Explicó que cuando logró salir del vehículo se encontraba atontado, con profundos zumbidos, siendo trasladado hasta una esquina, desde donde observó muchos heridos y mutilados, no entendiendo absolutamente nada hasta que advirtió que el edificio de la mutual se había convertido en una montaña de escombros.


Bordón fue terminante en señalar que desde su ubicación podía ver la puerta de la mutual y que instantes antes de la explosión no observó ningún vehículo que hubiese “encarado la puerta de la A.M.I.A.” como tampoco que hubiera ocurrido algo en forma abrupta que llamara su atención.


Por su parte, Gustavo Alberto Acuña relató que trabajaba en el comercio “Papelería Francesa”, sito en la calle Uriburu, entre Lavalle y Tucumán, a un par de cuadras de la A.M.I.A; recordó que aquél 18 de julio fue a buscar un presupuesto a un comercio de muebles para oficinas ubicado en la misma cuadra de la mutual, donde trabajaba un muchacho de apellido Moragues. Señaló que se dirigió a dicho negocio por Tucumán, pasando frente a la A.M.I.A. y como no tenían el presupuesto cruzó enfrente, en diagonal, previo mirar a su izquierda que no viniese ningún vehículo, a fin de visitar el kiosco de su amigo Marcelo Fernández; apenas terminó de subir a la vereda, a unos 20 metros de la esquina de Viamonte y Pasteur, sintió a sus espaldas un estruendo que “duró unos segundos”.


Indicó que en un primer momento pensó que se había caído un balcón, pero al incorporarse y mirar hacia atrás observó escombros a la altura del edificio de la A.M.I.A., gente gritando y al padre de Fernández tirado en la calle, advirtiendo, además, que un vehículo Peugeot 505 o similar, había quedado parado sobre Pasteur a la altura de su intersección con Viamonte.


Acuña explicó que como le acababan de quitar un yeso de una de sus piernas, cruzó Pasteur más bien despacio, “tranquilo”, porque no venía ningún vehículo, no habiendo escuchado u observado nada antes de la explosión que le llamara la atención; sí recordó haber visto, al pasar frente a la A.M.I.A., el patrullero “que siempre estaba ahí”, con un policía del lado del acompañante, un volquete próximo a la entrada de la mutual y, más adelante, una camioneta de la panificadora “Sacaan”.


Marcelo Alejandro Fernández, propietario del kiosco ubicado en Pasteur 698, corroboró los dichos de Acuña en cuanto a que éste, instantes después de la explosión, entró corriendo a su comercio para avisarle que su padre se encontraba herido en la calle.


Por su parte, Gabriel Alberto Villalba, que para esa época trabajaba como técnico de la firma de equipamiento odontológico “Nardi y Herrero”, ubicada sobre la vereda impar de Pasteur, a la altura del 700, señaló que el día del atentado llegó a su trabajo alrededor de las 8.00, pudiendo advertir en el trayecto a dicho lugar, la presencia de un patrullero y de un volquete a uno y otro lado del edificio de la A.M.I.A.. Aclaró que solía fijarse en el móvil policial con especial atención en razón que, al estar siempre estacionado en el mismo lugar, le daba la impresión de que estaba descompuesto, funcionando únicamente como refugio de los policías destinados a la custodia de la mutual y que también reparaba en el volquete porque le llamaba la atención que siempre estuviese lleno o casi lleno.


Villalba precisó que ese día debía llevar unos equipos odontológicos a un consultorio en la localidad de San Miguel, a cuyo efecto contrató un flete que debió estacionar en doble fila. Agregó que esa mañana había poco movimiento vehicular en la zona, circunstancia que en aquel momento relacionó con la veda para circular dispuesta para los autos cuyas patentes terminaran en 0 y en 1.


Prosiguió señalando que a eso de las 9.30 comenzaron a cargar los equipos y que, mientras lo hacían, se dedicó a observar que no se hicieran presentes un policía o alguna de las camionetas Trafic blancas de la empresa encargada de remover los vehículos en infracción, en virtud de haber estacionado mal el rodado; agregó que, en ese caso, tenía pensado indicarle al flete que diera una vuelta, para continuar cargando una vez que se marchasen.


Relató que ni bien concluyó la carga, teniendo su mirada en dirección al patrullero apostado frente a la mutual, observó de repente una explosión que salía de la puerta de A.M.I.A., de adentro hacia fuera, que cubría todo, “y una bola de fuego que empieza desde el centro hacia la calle...”, pudiendo ver también a una mujer que pasaba frente a la mutual en dirección a Viamonte, la que fue alcanzada por la onda expansiva y a un vehículo Volkswagen Passat, al que le explotó el tanque de nafta y que, por la misma onda, fue empujado hacia la esquina de Pasteur y Viamonte, cuyo conductor al descender atinaba a moverse “como una marioneta”.


Indicó que en esos instantes tenía plena conciencia de lo que estaba ocurriendo y que como comenzaron a llover todo tipo de cosas buscó refugio en la cabina de la camioneta, desde donde pudo ver como cayeron, rozándolo, pedazos de lata que más tarde entregó a la justicia; tras ello y previendo el caos que se avecinaba, se alejó del lugar. Explicó que al arribar a su domicilio escuchó en los noticieros numerosos testimonios que, en definitiva, demostraban que nadie parecía haber visto nada; circunstancia que lo llevó a presentarse en la comisaría cercana a fin de contar lo que había visto, siendo derivado a una Seccional ubicada por Lavalle y Callao.


Respecto a la presencia de vehículos en la cuadra de la A.M.I.A., Villalba recordó haber visto, además de los ya consignados, una camioneta de reparto de pan “Sacaan” y un auto que estaba “adelante del volquete”, cuya marca no recordó, al que estaban “como arreglándolo” y que luego se enteró pertenecía a los electricistas que trabajaban en la mutual.


Finalmente, Villalba fue terminante al señalar que esa mañana, antes de la explosión, no divisó ningún vehículo subir a la vereda y que luego se estrellara contra el frente del edificio de la mutual, aclarando que, pese a que usaba anteojos por padecer de cansancio visual, gozaba de perfecta visión.


Seguidamente, Daniel Eduardo Joffe declaró que en junio de 1994 fue contratado por la A.M.I.A. para realizar trabajos de electromecánica en general, las que realizaba juntamente con Víctor Gabriel Buttini y Fernando Roberto Pérez, fallecidos a raíz del atentado; contrato que, a más de reparaciones en el sistema eléctrico incluía algunas tareas de plomería y mantenimiento del edificio. Aclaró que no concurrían todos los días sino cuando eran requeridos por la entidad, que lo hacía por intermedio del arquitecto Alejandro Weicman, que era su contacto con la mutual.


Recordó que el 18 de julio, en horas tempranas de la mañana, se dirigió a la A.M.I.A. junto con sus compañeros, por cuanto le habían encomendado una serie de trabajos en los sectores de presidencia y tesorería y que al llegar al lugar observó que un camión, a la altura de la puerta de ingreso, se encontraba bajando volquetes, por lo que avanzó lentamente hasta unos 10 ó 15 m de la entrada, donde se detuvo para descargar sus herramientas, “casi delante” del patrullero, uno de cuyo ocupantes lo autorizó previamente con un gesto. Joffe precisó que en ese momento, miró su reloj; eran las 9.45.


Relató que descendieron los tres del auto y tras descargar los materiales y las herramientas le indicó a Gabriel Buttini que iría a estacionar sobre la calle Tucumán, calculando que pese a ello los reencontraría en el hall del edificio, en razón que iban a demorarse en el sector de vigilancia, donde les revisaban los bultos y las cajas.


Indicó que al reiniciar su marcha el camión de los volquetes no se encontraba más y que, a los pocos metros, el motor de su rodado se detuvo por problemas de combustible, por lo que intentó acercarlo lo más posible a la acera, deteniéndose finalmente adelante de una camioneta “Fiorino” o similar, blanca, con un logotipo celeste semejante al de las empresas “Aguas Argentinas” o “Telefónica de Argentina”, que estaba detenida pasando la entrada de la A.M.I.A.. Precisó que su vehículo quedó estacionado formando un ángulo de aproximadamente 10 ó 15 grados con respecto a la acera.


Explicó que al descender del rodado volvió a solicitarle al personal del patrullero, también mediante señas, permanecer en el lugar, advirtiendo en esa oportunidad que se encontraba uno solo de los efectivos, ubicado en el asiento del conductor; luego levantó el capó, cuya apertura se producía hacia delante e inclinándose sobre el motor intentó cruzar los cables de las bujías para provocar una pequeña explosión en el carburador; recordó que cada tanto, a través del parabrisas, miraba hacia su derecha en dirección a la A.M.I.A. a fin de ver si aparecía Buttini, quien poseía conocimientos de mecánica. Fue precisamente al bajar la vista hacia el motor, después de una de estas miradas, que se produjo la explosión. Luego, una llamarada se le vino encima, quedando su vehículo cruzado en la calle al tiempo que él quedó tendido, a unos metros, cerca del cordón de la vereda; al intentar incorporarse sintió que sus pies no lo sostenían, cayendo de rodillas, siendo luego trasladado al Hospital de Clínicas.


Joffe también dio cuenta de la presencia en el lugar de un camión de reparto de pan “Sacaan”, estacionado sobre la cuadra de la A.M.I.A., a la vez que aclaró que la camioneta tipo “Fiorino” se había alejado breve tiempo antes. Asimismo, refirió que en esas circunstancias podía escuchar el paso de los automotores. “Escuché colectivos..., momentos antes algún taxi o algo por el estilo...”, expresó Joffe, no recordando haber visto circulando por Pasteur, antes de la explosión, un rodado Trafic o similar ni a vehículo alguno que, desplazándose por esa arteria, arremetiera contra la entrada de la A.M.I.A.. Agregó: “Las dos cosas últimas que yo tengo memoria son auditivas y una es un vehículo pesado, como un colectivo, que pasa detrás mío, y una persona que camina (...) por la vereda de la A.M.I.A. (...) hacia la A.M.I.A. (...). Escuchaba muy bien los pasos...” (sic).


Joffe también memoró que mientras se hallaba reparando su vehículo observó a unos obreros descargando en el volquete, pudiendo escuchar el ruido que producía dicha labor, como también a un barrendero que, parado en forma paralela a la línea de su auto, arrojaba dentro del volquete “algo pequeño..., algunas cosas pequeñas”. En otro orden de cosas, refirió que en razón de sus tareas tuvo ocasión de entrar alrededor de cinco veces al edificio de la A.M.I.A., describiendo como “correcto, conciso, muy respetuoso pero meticuloso” el control que se efectuaba a su ingreso, para lo cual era obligación exhibir el documento de identidad, a las vez que se revisaba el interior de las carteras o bultos que se portaban.


Por su parte, Rosa Montano de Barreiros señaló que en la mañana del atentado se dirigía al Hospital de Clínicas junto con su hijo Sebastián, de cinco años de edad, para lo cual se trasladó con el subterráneo de la línea “B” hasta Corrientes y Pasteur, para luego proseguir a pie por la vereda impar de esta última arteria; tras cruzar Tucumán se detuvieron frente a un negocio de indumentaria, oportunidad en la que observó la presencia de un patrullero que se encontraba sin ocupantes y luego continuaron su camino, haciéndolo el pequeño del lado de la línea de edificación. Luego de pasar junto al vehículo policial, la testigo recordó haberse sobresaltado por el ruido muy fuerte que provocaron unos escombros al ser arrojados en el interior de un volquete que, a juzgar por el fuerte “ruido a lata”, debía de estar vacío. Relató que en ese momento a su hijo le llamó la atención la presencia de un auto estacionado en doble fila, con sus luces encendidas y el capó levantado, cuyo conductor iba y venía del motor al interior del auto, por lo que le explicó que debía tener algún desperfecto; ni bien dijo esto, se produjo la explosión.


Tras ello sintió que un viento muy fuerte “le arrancaba al niño de las manos, la levantaba, empujándola, impidiéndole mirar hacia atrás...”, sin poder mover ni girar la cabeza, a la vez que sentía que no podía respirar ni escuchar absolutamente nada; “cuando me suelta este viento, relató, recuerdo que sentí que tenía algo en la espalda, que me lo quería sacar y no podía, entonces me arrodillé y se cae una chapa azul. Me levanto para ver dónde estaba mi hijo y mi hijo estaba sólo a un metro, un metro y medio detrás mío. Había otras dos personas ahí, recuerdo un señor que estaba tirado a medio metro de donde estaba mi hijo, más o menos. Y bueno, me agarró la desesperación de querer levantar a mi hijo, querer hacerlo reaccionar y no poder hacerlo; quería levantarlo y no sabía por qué no podía. Me arrodillé y empecé a gritar para que me ayudaran, a pedir auxilio..., sigo arrodillada tratando de levantarlo y un brazo no me respondía y yo no sabía por qué, pero bueno, lo seguía intentando...” (sic).


Agregó que miró hacia la esquina y vio a una chica de guardapolvo celeste a quien le pidió a gritos que la auxiliara, manifestándole que iría por ayuda; luego un muchacho levantó a su hijo en brazos y se dirigió rápidamente hacia el Hospital de Clínicas, intentando ir tras él, logrando llegar hasta la esquina donde un policía y otro señor la subieron a una camioneta en cuyo interior estaban los cuerpos de las dos personas –una mujer y un hombre- que instantes antes había visto tiradas en la calle, próximas a su hijo.


Agregó que una vez en el Hospital de Clínicas reparó que su brazo derecho estaba muy malherido, con una fractura expuesta, comprendiendo, entonces, por qué no había podido levantar a su hijo; a la noche, luego de una intervención quirúrgica de varias horas, le comunicaron que su pequeño hijo había fallecido.


Refirió, además, que previo a la explosión no escuchó que un vehículo haya ingresado velozmente por la calle Pasteur ni un chirrido de neumáticos, como tampoco que dos automotores colisionaran o rozaran contra algo; de haberlo oído, aclaró la testigo, habría atinado a proteger a su hijo, afirmando que durante su trayecto por la vereda de la cuadra de la A.M.I.A. hasta que se produjo la explosión, ningún ruido fuera de lo normal le llamó la atención.


Indicó que luego, por efecto de la onda expansiva -“un viento que hacía ruido”-quedó ensordecida, percibiendo un olor muy fuerte, similar al que produce un motor gasolero cuando realiza mal la combustión.


Por último, afirmó que en dos ocasiones fue interrogada en el hospital por personal del Departamento de Protección del Orden Constitucional de la Policía Federal Argentina y de la MOSSAD; la primera a los dos o tres días del atentado y la segunda uno o dos días después de la primera.


A pocos metros de Montano de Barreiros se encontraba Daniel Osvaldo Saravia, quien evocó que la mañana del 18 de julio caminaba por la vereda de la A.M.I.A., en dirección a la calle Viamonte, cuando luego de dejar atrás la puerta de la entidad, sintió una gran explosión que lo impulsó hacia delante y a su izquierda, quedando finalmente tendido sobre el asfalto, envuelto en una nube de humo gris, al tiempo que percibía un fuerte olor a goma o caucho quemado.


Agregó que antes de la explosión no escuchó a sus espaldas ninguna frenada, aceleración o movimiento brusco de un vehículo, como tampoco el ruido de chapas o vidrios que se quebraran, no advirtiendo tampoco la presencia en el lugar de una camioneta Trafic blanca.


Saravia señaló que si bien caminaba mirando hacia abajo, pudo advertir que sobre la calle Pasteur, unos metros antes de la entrada a la mutual, había un patrullero estacionado, más allá un volquete, cuyo interior no avistó y alrededor del cual no vio a nadie trabajando y, por último, un camión blanco que tenía la inscripción “Fargo”.


Por su parte, Osvaldo Héctor Pérez expresó que fue sorprendido por la explosión cuando se encontraba trabajando en una caja afectada al servicio telefónico, ubicada sobre la vereda de la calle Pasteur, a la altura del 669, a unos 40 m de la A.M.I.A. y que previo a la detonación no escuchó ningún ruido de frenada o choque de vehículos.


Recordó que sobre dicha arteria había un patrullero estacionado próximo a la puerta de la mutual y que, usualmente, se encontraba un volquete depositado a unos 5 u 8 m de su entrada, hacia Viamonte, aunque ese día no lo divisó porque estaba muy concentrado en sus labores. Precisó que la onda expansiva lo cubrió de humo y lo arrojó al interior de un local comercial.


Asimismo, Isidro Horacio Neuah señaló que aquella mañana, previo solicitar permiso al personal policial, estacionó su vehículo Peugeot sobre la mano derecha de la calle Pasteur, frente al comercio mayorista “Casa Susy”, situado a la altura del 666, a fin de cargar mercadería; concluida dicha tarea arrancó su automóvil y a los pocos metros sintió “como que explotaba un neumático o una garrafa” a la vez que perdía el control del vehículo, el que “pegó un salto” y se detuvo en la bocacalle donde un poste de luz cayó sobre su techo. Recordó que no podía respirar, percibiendo un olor químico muy fuerte y que, temeroso, huyó del lugar en su automóvil.


Neuah expresó que en los instantes previos a la detonación no escuchó ninguna aceleración o frenada de un vehículo ni tampoco observó, cuando miró hacia atrás al poner el auto en marcha, una camioneta “Renault Trafic” circulando por la calle Pasteur. Recordó, en cambio, una camioneta de una firma panificadora delante de su rodado, un volquete más próximo al edificio de la A.M.I.A. y, cerca de la intersección con Tucumán, un par de camionetas pertenecientes, al parecer, a una empresa de electricidad o telefonía.


Refirió que conocía a los policías que habitualmente vigilaban la zona y que si bien estaba prohibido estacionar en la cuadra, ese día lo autorizaron al sólo efecto de cargar la mercadería, precisando que eran dos los efectivos que estaban en el interior del patrullero, uno de los cuales se encontraba recostado en el asiento del acompañante, “como durmiendo”. Ello aconteció pasadas las 9.30 de la mañana.


En cuanto a su vehículo, el testigo destacó que realizó la denuncia de daños ante la Comisaría 5ª de la Policía Federal Argentina dado que se rompieron los vidrios y se abolló la chapa debido al impacto de las esquirlas, advirtiendo, además, que en el interior había bisagras de puertas antiguas y otros elementos que luego entregó, en el mes de diciembre de aquel año, en la Brigada de Explosivos.


Por su parte, José Eduardo Marzilli relató que iba caminando por la mano izquierda de Pasteur, desde Lavalle, cuando la explosión lo sorprendió a unos 10 ó 15 m de la entrada a la mutual judía; con el primer estallido –cree haber escuchado dos, siendo el segundo de menor intensidad- sintió que su cabeza explotaba a la vez que tenía dificultades para respirar, perdiendo la visión. Indicó que el ambiente estaba viciado de polvo, percibiéndose un olor “tóxico, como a químico”.


Señaló que previo al primer estallido no escuchó ruido alguno que le llamara la atención, ni vio ninguna anormalidad en la circulación de vehículos y peatones, no observando ningún rodado “Renault Trafic” como tampoco un automóvil estacionado en doble fila.


Irene Rosa Perelman, encargada de la librería de la A.M.I.A., relató que estaba mirando la vidriera de un local situado en la calle Pasteur, casi llegando a su intersección con Tucumán, cuando escuchó la explosión, describiendo el ruido como un impacto seco; en dicha oportunidad, afirmó, no vio circular ninguna camioneta “Renault Trafic”.


Por su parte, María Josefa Vicente recordó que se encontraba en el balcón de su departamento, sito en el piso 3º de Pasteur 594, aguardando el arribo de su empleada doméstica, cuando observó el paso de un colectivo de la línea 95 circulando por la calle Pasteur, desde la Av. Corrientes; en ese momento escuchó un ruido semejante al reventón de un neumático y, pese a advertir que del fondo del edificio de la A.M.I.A. salía un humo blanco, giró la vista hacia el colectivo en el convencimiento de que el sonido provenía de una de sus ruedas. En ese instante escuchó otro fuerte estallido que despidió distintos colores y, tras ello. una tercera explosión que produjo una humareda negra.


Agregó que la explosión la impulsó hacia afuera, debiendo aferrarse a las barandas del balcón para evitar caer a la calle. Pese a que desde su balcón divisaba la entrada de la mutual, negó categóricamente haber visto una camioneta “Renault Trafic” o un vehículo de esas características ascender a la vereda de la mencionada sede.


Adriana Inés Mena, quien para la época del atentado trabajaba en una imprenta ubicada en Pasteur 630, enfrente del edificio de la A.M.I.A., recordó que el 18 de julio concurrió al local alrededor de las 8.30 u 8.45 de la mañana, como lo hacía habitualmente y que la explosión la sorprendió en su escritorio junto a Humberto Chiesa y Guillermo Galárraga, dueños del negocio. Precisó que tras el estallido quedó sentada en el piso, viendo todo negro, por lo que supuso que se había quedado ciega pero luego vio una luz roja, al edificio de la A.M.I.A. reducido a escombros y gente herida que gritaba y corría.


Mena refirió que al mirar a su alrededor advirtió que quienes la acompañaban instantes antes no se encontraban en el lugar, por lo que salió del local en procura de dar con ellos, encontrando a Humberto Chiesa con su cabeza ensangrentada. A Guillermo Galárraga, a la sazón su novio, lo encontró muerto en el interior de la imprenta, donde también perdió la vida uno de los operarios que estaba trabajando en el ler. piso, mientras que otro resultó herido.


Asimismo, la testigo explicó que desde su escritorio podía ver, a través de la vidriera del local, la fachada de la A.M.I.A. y que si bien no tenía su mirada fija en la mutual por encontrarse Chiesa y Gallarraga sentados frente a ella, no observó en los instantes previos al atentado ningún vehículo que ascendiera a la vereda ni ninguna otra circunstancia que le llamara la atención; tampoco escuchó el ruido de una aceleración brusca o el de un auto subiéndose a la acera, descontando que de haberse producido lo hubiera podido escuchar pese al ruido del local.


Juan Segundo Canale refirió que para la época del atentado se desempeñaba como chofer del interno 114 de la línea 75 de transporte público de pasajeros. Destacó que la mañana del 18 de julio circulaba por la calle Tucumán, habiéndose detenido en su intersección con José E. Uriburu para que ascendieran pasajeros; reanudó su marcha, llegó al cruce con Pasteur y a partir de allí no recuerda más nada, como si se le hubiera “borrado la memoria”. Precisó que el colectivo quedó detenido en la intersección de ambas arterias, rodeado de escombros, con todos sus vidrios rotos y tres neumáticos del lateral derecho reventados.


Canale manifestó que no recordaba que delante suyo circulara otro rodado, ni el cruce de dos mujeres y un niño en la esquina de Pasteur y Tucumán.


Por su parte, Néstor Omar Corsetti, quien también se desempeñaba como chofer de colectivos, señaló que esa mañana, en circunstancias en que circulaba por Tucumán, unos metros después de cruzar Uriburu, sintió una explosión muy fuerte que inicialmente atribuyó a un escape de gas; de inmediato observó una nube de humo negro y marrón y un colectivo de la línea 75 -detrás del cual avanzaba a una distancia aproximada de media cuadra-detenido en la intersección de Tucumán y Pasteur, con todos los vidrios rotos.


Continuó relatando que si bien quedó aturdido por el estallido, guió su vehículo hasta dicha esquina, observando gran cantidad de escombros y personas muy malheridas, a varias de las cuales trasladó hasta el Hospital de Clínicas por así habérselo solicitado personal policial.


Corsetti no recordó la presencia de un vehículo entre su colectivo y el de la línea 75, afirmando que, pese a que venía circulando despacio, desde la Av. Callao no los sobrepasó ningún rodado.


Rafael Jesús Lezcano, capataz de una cuadrilla que integraban Domingo Castillo, Ángel Castillo y Francisco Alcaraz, manifestó que la mañana del 18 de julio se le encomendó la instalación, en proximidades de las calles Pasteur y Tucumán, de una caja seccionadora para la empresa “Edesur” y que, ni bien arribaron al lugar a bordo del camión que los trasladó, se produjo la explosión.


Indicó que condujo dicho camión por la calle Tucumán, creyendo haber pasado Pasteur, y que, tras el estallido, un colectivo que circulaba detrás suyo resultó dañado en sus gomas. Si bien no prestaba mucha atención al tránsito por cuanto venía conversando con sus compañeros, no recordó durante ese trayecto el paso de una Trafic blanca.


Su compañero Ángel Antonio Castillo tampoco recordó el paso de una camioneta Trafic en circunstancias en que circulaba por Tucumán, precisando que la detonación se produjo a poco de descender en el cruce de esa calle y Azcuénaga.


Jorge Enrique Kaiser refirió que el día del atentado se dirigió a la A.M.I.A. para entrevistarse con el arquitecto Malamud, a fin de dejarle una carta de presentación para llevar a cabo unos trabajos de desinfección en la mutual. En ese cometido, ingresó al edificio, se dirigió al segundo piso y como le informaron que Malamud no se encontraba, se retiró siendo aproximadamente las 9.40 ó 9.45. Casi al llegar por Pasteur a la calle Viamonte ocurrió la explosión y de inmediato una lluvia de vidrios comenzó a caer.


Asimismo, señaló no haber visto, instantes antes de la explosión, una camioneta Trafic color blanca, recordando tan solo un volquete con algunos escombros en su interior y un auto particular –quizá un Fiat 147- cerca de la puerta de la A.M.I.A.


Por su parte, Marcial César Peleteyro manifestó que el día del hecho concurrió a un local sobre la calle Azcuénaga, pero como no lo pudieron atender decidió “hacer tiempo” caminando por la zona, tomando la Av. Córdoba y luego Pasteur hacia Corrientes cuando, al llegar a Viamonte, escuchó un tremendo estruendo, una única explosión de gran envergadura. Precisó que antes del estallido no observó que una camioneta Trafic circulara por la calle Pasteur, calificando de desolador el panorama posterior al hecho: olor a gas, polvo por todos lados y gran cantidad de escombros y basura, producto del derrumbe total del edificio y de los daños que sufrieron las construcciones lindantes.


Gustavo Guillermo Spinelli explicó que la explosión lo sorprendió mientras caminaba por la vereda par de la calle Pasteur, en dirección a la Av. Corrientes, poco antes de cruzar Viamonte, no recordando haber visto una camioneta Trafic ni haber escuchado, antes del estallido, una frenada o aceleración brusca.


Ramona Miño expresó que esa mañana se dirigía al Hospital de Clínicas caminando por Pasteur cuando, tras cruzar Viamonte, se produjo la explosión que la desplazó hacia la calle, no habiendo escuchado, previo al estallido, ruido alguno que se asemeje a la aceleración, choque o frenada de un automóvil.


También Juan Carlos Espada manifestó que caminaba por Pasteur en dirección a la Av. Córdoba cuando, 4 ó 5 minutos después de pasar la puerta de la A.M.I.A. y encontrándose próximo a la ochava de Pasteur y Viamonte, sintió como un trueno muy fuerte que movió el piso, hizo estallar los vidrios y le provocó una intensa sensación de ahogo. En ese momento observó un rodado Peugeot 504 “volar por el aire” y un poste de luz caer en dicha esquina, no sintiendo ninguna frenada ni ruidos extraños en los instantes previos a la explosión.


Leonor Marina Fuster recordó que caminaba por Pasteur del lado de la numeración impar, en sentido contrario al del tránsito cuando repentinamente, al cruzar Viamonte y avanzar unos metros, quedó ensordecida mientras una nube negra la rodeaba, a la vez que percibía mucho olor a gas, aclarando que ni siquiera llegó a escuchar la explosión y que no podía dar mayores precisiones acerca de lo que pasaba en la calle antes de ocurrida debido a que en ese momento estaba distraída mirando vidrieras. Angélica Esther Leiva, por su parte, declaró que la mañana del 18 de julio, previo a arribar a su trabajo en una boutique mayorista de niños, sita en Pasteur al 400 se dirigió, a eso de las 9.45, a la farmacia ubicada frente a la A.M.I.A.; señaló que mientras caminaba por la vereda de la numeración par y una vez traspuesto el edificio de la mutual, sintió a sus espaldas una fuerte explosión que parecía provenir de la calle y enseguida un aire caliente y una gran lluvia de tierra o polvo, tras lo cual perdió el conocimiento.


Asimismo, memoró haber observado en el trayecto a la farmacia, un poco alejado de la puerta de la mutual, un móvil policial con una persona ubicada al volante, como así también que el tránsito vehicular era bastante fluido; empero, no recordó la presencia de ninguna camioneta, colectivo o automóvil en particular ni ruidos de aceleraciones o frenadas instantes antes de la detonación.


Finalmente, se reseñarán los dichos de aquellas personas que se encontraban en el interior de los locales y viviendas ubicados en la zona afectada al momento en que se desató la explosión.


En ese sentido, Mónica Beatriz Barraganes relató que se encontraba en el interior de la mercería “Macagno S.R.L”, sita en Pasteur 619, cuando sintió una explosión muy fuerte y un viento que venía de afuera que la arrojó detrás del mostrador y que si bien desde su lugar podía observar la calle, en esa mañana no observó ni escuchó circunstancia alguna que le llamara la atención.


Dolores Insúa Calo, también empleada de “Macagno S.R.L.”, coincidió en señalar que en los instantes que antecedieron a la explosión no escuchó ningún ruido fuera de los habituales en la zona.


Por su parte, Aldo Ernesto Macagno, titular de la firma mencionada, tampoco dio cuenta de anormalidad alguna en la calle al producirse la detonación; explicó que fue como una gran descarga a raíz de la cual cayó al suelo perdiendo el conocimiento.


En el local opuesto –Pasteur 618- se encontraba Alejandra Claudia Feldman, quien al producirse la explosión estaba en el mostrador mirando hacia la calle; según dijo, esa mañana el tránsito era normal sin que nada le llamara la atención.


Por otro lado, Walter Rubén Ventimiglia Gopar declaró que se encontraba junto con su socio en el negocio de Pasteur 601 cuando a las 10.00 escuchó un ruido “muy impresionante”, pudiendo percibir enseguida un humo negro, objetos y vidrios volando por el aire y un fuerte olor a amoníaco. Sostuvo que si bien en el momento en que ocurrió se encontraba mirando hacia la calle Pasteur, no advirtió el paso de ninguna camioneta blanca.


Sergio Luis Bondar, propietario de la agencia de lotería ubicada en Pasteur 609, declaró que mientras colocaba unas boletas en el frente del negocio, con su mirada dirigida hacia una de las paredes, sintió una explosión y vio una nube negra que lo envolvió, a raíz de lo cual fue arrojado hacia el fondo del comercio; precisó que, previamente no había escuchado ningún ruido que le llamara la atención.


Héctor Eduardo Leoncio Lupi, titular de la juguetería sita en Pasteur 636, recordó que estaba sentado junto con su esposa y su hijo, frente a uno de los mostradores ubicados en la mitad del negocio, de costado a la calle, cuando repentinamente todo se oscureció. Indicó que si bien a través de la vidriera de su local podía ver Pasteur y escucharse el ruido del tránsito, no vio en la calle, en los instantes previos al siniestro, ninguna camioneta blanca ni tampoco escuchó un chirrido de neumáticos o a choque de vehículos.


Marta Beatriz Massoli, esposa de Lupi, señaló que mientras miraba unos folletos, de espaldas a la calle, fue sorprendida por una única explosión y, de inmediato, por un fuerte olor a amoníaco que invadió el ambiente provocándole un sensación de ahogo. Refirió que desde el local se escuchaba el ruido de la calle, a pesar de lo cual, previo al estallido, no percibió ningún ruido que le llamara la atención.


A pocos metros de la mutual, esto es en Pasteur 621, Jorge Osvaldo Ferretti atendía un local de venta de sombreros. Declaró que se encontraba conversando con su amigo Oscar Gómez cuando sintió un fuego y escuchó un ruido, “como un zum”, a la vez que un golpe en su frente lo despidió hacia atrás, provocándole, por unos instantes, la perdida del conocimiento; previo a todo ello no escuchó ningún ruido significativo.


Por su parte, Mario Ernesto Damp manifestó que llegó a su comercio de fotografía, sito en Pasteur 622, cinco minutos antes de la explosión. Indicó que estaba atendiendo a una persona cuando sintió una fuerza que lo levantó y lo arrojó contra una de las paredes, quedando prácticamente ciego, percibiendo una gran polvareda. Aseguró que desde su local tenía un panorama íntegro de la calle y que, previo al desastre, el tránsito era normal, no escuchando ningún ruido que le llamara la atención.


María Beatriz Rivera Méndez, encargada de atender las mesas del bar “Kaoba”, sito en Pasteur 630, refirió que al ocurrir la explosión se encontraba en la cocina, a unos 4 metros de la calle, desde donde podía escuchar el ruido del tránsito, mas no ver el edificio de la mutual, en razón de que una heladera obstruía la visual; precisó que, antes de la detonación, no escuchó ninguna frenada ni un choque de vehículos.


En tanto, Blanca Ofelia Castillo Villanueva, vecina de Tucumán 2311, piso 3º “K”, manifestó que se encontraba recostada en su cuarto cuando escuchó un terrible estruendo y vio un resplandor anaranjado y amarillo entre las persianas, “como si hubiera caído un rayo”. Precisó que su dormitorio daba a Pasteur, por lo que escuchaba el movimiento peatonal y vehicular de dicha arteria, no percibiendo en esa mañana nada que le llamara la atención.


En el piso 3º “A” de Pasteur 632, Horacio Diego Velásquez también reconoció no haber escuchado por esas horas ningún ruido fuera del habitual.


Sobre el frente del edificio de Pasteur 611, en el 2° piso, Arturo Gritti poseía una oficina de venta de herramientas. Según sus dichos, se encontraba a unos 2 metros de la ventana y no escuchó, instantes previos a la explosión, ningún ruido que le llamara la atención. En el piso 4º de ese edificio, Jaime Alejandro Waizer precisó no haber percibido, en los momentos anteriores al siniestro, nada fuera de lo habitual, ni siquiera el estruendo de la explosión, expresando que “fue tan sólo como un gran escape de gas” y, tras ello, una intensa luz roja.


También en el piso 4º se encontraba Jorge Gabriel Taibo, mozo del bar “Asturias”, quien relató que la explosión, que lo sorprendió entregando un pedido; pese a encontrarse a 3 ó 4 metros de la ventana, refirió no haber escuchado en los instantes previos ningún ruido que le llamara la atención.


Ariel Fernando Isgro, quien para la época vivía en el piso 1º del inmueble sito en Pasteur 644, manifestó que aproximadamente a las 9.50, cuando estaba por salir de su domicilio, escuchó una explosión, viendo a la onda expansiva ingresar en su departamento, indicando que en los instantes previos ningún ruido de la calle le llamó la atención. También Telma Beatriz Díaz de Martínez, empleada en la distribuidora “Sussy” de Pasteur 666, afirmó que nada le llamó la atención previo al estruendo, a pesar de que desde el lugar en que se encontraba podía escuchar el tránsito de la calle.


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