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Sotileza/V

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IV
Sotileza (1888)
de José María de Pereda
V - Cómo y por qué fue recogida
VI

V

Cómo y por qué fue recogida


No se le olvidaban a Andrés, con las glorias, las memorias. Había prometido a Silda ver al padre Apolinar al volver de San Martín; y para cumplir su promesa, dejó el camino derecho que llevaba, un poco después del mediodía, por detrás del Muelle, y se dirigió a la calle de la Mar, atravesando una galería de los Mercados de la plaza Nueva.

Sentada en el primer peldaño de la escalera del padre Apolinar, halló a Silda, muy entretenida en atarse, al extremo de su trenza de pelo rubio, un galón de seda de color rosa. Tan corta era la trenza todavía, que después de pasada por encima del hombro izquierdo, apenas le sobraba lo necesario para que los ojos alcanzaran a presidir las operaciones de las manos; así es que éstas y la trenza y el galón y la barbilla, contraídos para no estorbar al visual de los ojos entornados, formaban un revoltijo tan confuso, que Andrés no supo, de pronto, de qué se trataba allí.

-¿Qué haces? -preguntó a Silda en cuanto reparó en ella.

-Ponerme esta cinta en el pelo -respondió la niña, mostrándosela extendida.

-¿Quién te la dio?

-La compramos con el cuarto que le echaste a Muergo. Él quería pitos y Sula caramelos; pero yo quise esta cinta que había en una tienda de pasiegas, y la compré. Después me vine a esperarte aquí, para saber eso.

-¿Está en casa pae Polinar?

-No me he cansado en preguntarlo -respondió Silda con la mayor frescura.

-¡Vaya contra! -dijo Andrés, puesto en jarras delante de la niña, dando una patadita en el suelo y meneando el cuerpo a uno y otro lado-. Pues ¿a quién le importa saberlo más que a ti?

-¿No quedamos en que subirías tú y yo te esperaría en el portal? Pues ya te estoy esperando; conque sube cuanto antes.

Andrés comenzó a subir de dos en dos los escalones. Cuando ya iba cerca del primer descanso, le llamó Silda y le dijo:

-Si pae Polinar quiere que vuelva a casa de la Sargüeta, dile que primero me tiro a la mar.

-¡Recontra! -gritó desde arriba Andrés-. ¿Por qué no se lo dijiste a él cuando estuvimos en su casa antes?

-Porque no me acordé -respondió Silda de mala gana, entretenida en la tarea de poner el lazo de color de rosa en su trenza de pelo rubio.

No habría transcurrido medio cuarto de hora, cuando ya estaba Andrés de vuelta en el portal.

-Estuvo en casa de tío Mocejón -dijo a Silda jadeando todavía-, y de por poco no le matan las mujeres.

-¿Lo ves? -exclamó Silda, mirándole con firmeza-. ¡Si son muy malas!... ¡Pero muy malas!

-Te van a llevar a una buena casa -continuó Andrés en tono muy ponderativo.

-¿A cuál? -preguntó Silda.

-A la de unos tíos de Muergo.

-¿Cómo se llaman?

-Tío Mechelín y tía Sidora.

-¿Los de la bodega?

-Creo que sí.

-¿Y ésos son tíos de Muergo?

-Por lo visto.

-Buenas personas son... pero ¡están tan cerca de los otros!

-Dice pae Polinar que no hay cuidado por eso.

-¿Y cuándo voy?

-Ahora mismo bajará él para llevarte. Yo me marcho a casa a esperar a mi padre, que desembarcará luego, si no ha desembarcado ya... ¡Contra, qué bien entraba la Montañesa!... ¡Lo que te perdiste!... ¡Más de mil personas había mirándola desde San Martín!... Adiós, Silda; ya te veré.

-Adiós -respondió secamente la niña, mientras Andrés salía del portal y tomaba la calle a todo correr.

Bajó pronto fray Apolinar; pero antes de que Silda le viera, ya le había oído murmujear entre golpe y golpe de sus anchos pies sobre los escalones.

-¡Cuerno del hinojo con la chiquilla! -decía al bajar el último tramo de la escalera-. ¡Muy tumbada a la bartola, como si no la importara un pito lo que a mí me está haciendo sudar sangre!... Corra usté medio pueblo en busca de ella para que se averigüe que no ha ido a San Martín, sino que la han visto en la Puntida con dos raqueros...; vuélvase usted a casa, y fáltele el apetito para comer la triste puchera de cada día, y díganle a lo mejor que lo que busca y no halla, y por no hallarlo se apura, lo tiene en el portal, rato hace, sin penas ni cuidados... ¡Cuerno con el moco éste!... ¿Por qué no has subido, chafandina?

-Porque esperaba a Andrés, que era quien había de subir.

-¡Había de subir!... ¿Y quién es la que está a la intemperie de Dios y necesita de un mendrugo de pan y de una familia honrada que se lo dé con un poco de amor? ¿No eres tú?... Y siéndolo, ¿a quién le importa más que a ti subir a mi casa y preguntarme: «Pae Polinar, ¿qué hay de eso?...» ¡Moco, más que moco!... Vamos, deja ese moño de cuerno y vente conmigo.

Mientras caminaban los dos hacia la calle Alta, el padre Apolinar iba poniendo en los casos a la chiquilla. Entre otras cosas, la dijo:

-Y ahora que has encontrado lo que no mereces, poca bribia y mucha humildad... Se acabó la Maruca y se acabó el Muelle-Anaos..., porque si das motivo para que te echen de esa casa, pae Polinar no ha de cansarse en buscarte otra. ¿Lo entiendes? Tu padre, bueno era; tu madre no era peor; conmigo se confesaban. Pues tan buenas o mejores que ellos son las personas que te van a recoger... De modo que si sales mala, será porque tú quieres serlo, o lo tengas en el cuajo... Pero conmigo no cuentes para enderezar lo que se tuerza por tus maldades..., ¡cuerno!, que harto crucificado me veo por ser tan a menudo redentor... Porque ¡mira que lo de esta mañana!... Y escucha a propósito de eso; iremos por Rúa-Menor a la cuesta del Hospital. En cuanto lleguemos al alto de ella, te asomas tú a la esquina con mucho cuidado y miras, sin que te vean, a la casa de la Sargüeta. Si hay alguno asomado al balcón, te echas atrás y me lo dices; si no hay nadie, pasas de una carreruca a la otra acera; yo te sigo, y, pegados los dos a las casas, y a buen andar, nos metemos en la de Mechelín, que nos estará esperando... ¿Entiendes bien?... Pues pica ahora.

No sospechaba Silda que se quisieran tomar tantas precauciones por lo que al mismo fray Apolinar interesaban, pues no tenía otra noticia que la muy lacónica que le había dado Andrés de lo que le había ocurrido en casa de Mocejón; pero como a ella le importaba mucho pasar sin ser vista, cuando llegó el momento oportuno cumplió el encargo del fraile con una escrupulosidad sólo comparable al terror que la infundían las mujeres del quinto piso; y no hallándose éstas en el balcón ni en todo lo que alcanzaba a verse de la calle, atravesáronla como dos exhalaciones el exclaustrado y la niña, y se colocaron en la bodega de tío Mechelín, cuya mujer barciaba la olla en aquel instante para comer, creyendo, pues era ya muy corrida la una de la tarde, que Silda no parecería tan pronto como había creído el padre Apolinar.

No podía llegar la huéspeda más a tiempo. Recorrió serenamente con la vista cuanto en la casa había al alcance de ella, y se sentó impávida en el escabel que le ofreció con cariño tía Sidora, delante del otro sobre el cual humeaba el potaje de una fuente honda, muy arranciada de color, y algo cuarteada y deslucida de barniz, por obra de los años y del uso no interrumpido un solo día. Tío Mechelín, por su parte, y mientras le bailaban los ojos de alegría, ofreció a Silda un buen zoquete de pan y una cuchara de estaño, porque en aquella casa cada cual comía con su cuchara; la oferta fue aceptada como la cosa más natural y corriente, y se dio comienzo a la comida sin que se notara en la muchachuela la menor señal de extrañeza ni de cortedad; aprovechaba rigurosamente el turno que le correspondía para meter en la fuente su cuchara, y oía, sin responder más que con una fría mirada, las palabras cariñosas de aliento que tía Sidora o su marido la dirigían.

Fray Apolinar creyó muy oportuna la ocasión para repetir a Silda lo que le había dicho por el camino, y aun para añadir algunos consejos más, y comenzó a ponerlo por obra; pero tía Sidora le cortó el discurso diciéndole:

-Todo eso y otro tanto hará ella, sin que se lo manden, por la cuenta que la tiene. ¿No verdá, hija mía? Ahora, come con sosiego; llena esa barriguca, que bien vacía debes de tenerla; duerme en buena cama y dispués ya habrá tiempo para todo: tiempo pa trabajar y tiempo pa divertirte como Dios manda.

-¡Uva! -exclamó tío Mechelín-. Al cuerpo no hay que pedirle más rema que la que puede dar de por sí... Y usté, pae Polinar, que tiene buen pico y mano en todas partes, bueno sería que diera cuenta, a quien debe tomarla, de los mases y los menos que ha habido en este particular.

-¡Vaya si estoy yo en eso, por la responsabilidad que me alcanza! -respondió el fraile-. ¡Si me mamaré yo el dedo!

-¡Uva!... Hoy es sábado... Mañana habrá Cabildo motivao a socorros y otros particulares.

-Mejor entonces -dijo padre Apolinar-; yo pensaba ver solamente al Sobano cuando volviera de la mar esta tarde; pero ya que tú me haces ese recuerdo, me acercaré mañana por acá y haré que el caso sea tratado en Cabildo.

-¡Uva!... Pero na de sustipendio ni de socorro pa el caso; aquí no se quiere más que autoridá y mano contra todo mal enemigo de lo que se hace con buen corazón...

-Entendido, Miguel, entendido... ¡Recuerno!... ¡Pues no me va a mí parte en ello! Cuando a ti te desuellen por lo que haces, buena me pondrían a mí la pelleja... ¿Tantas horas hace que lo has visto?... ¿Eh?... ¿Lo olvidaste ya? Pues a mí todavía me tiemblan las carnes y me zumban los oídos. ¡Lenguas, lenguas de sierpe y almas de perdición!

-Vaya -dijo medio en broma tía Sidora-, que tiene usté menos correa de lo que yo creía, pae Polinar. ¿Quién se acuerda ya de eso, si no es para hacerle la cruz y pensar en otra cosa?

-Cierto, Sidora, cierto -respondió apresuradamente el fraile-, que ni por lo que son ellas ni por lo que yo soy, debiera haber vuelto a tomarlas en boca. Pero somos barro frágil, carne mísera, y se cae, se cae cien veces cada hora. Mi ejemplo debiera ser de fortaleza, y lo es de... de chanfaina, Sidora, de chanfaina, porque no valemos un cuerno... ¡Domine, ni recordaris pecata mea! Y con esto, si no mandáis otra cosa, me vuelvo a mis quehaceres... Silda, lo dicho, dicho: has caído de pie; te ha tocado la lotería. Si lo arrojas por la ventana, no merecerás perdón de Dios, ni cuentes conmigo, por mal que te vaya... Conque, Miguel; conque, Sidora, a la paz de Dios... Creo que se podrá salir..., digo yo, sin avería gruesa, ¿eh?... ¿Os parece a vosotros?

Tía Sidora se levantó, sonriéndose maliciosamente; salió, llegó a la misma puerta de la calle, miró y escuchó desde allí y volvió a la salita diciendo al padre Apolinar:

-No se ve un alma ni se oye un mosquito.

-No tomes tan a pechos mi pregunta, mujer -dijo el fraile algo pesaroso de haberla hecho-, porque ya sabes que, cuando llega el caso, fray Apolinar tiene piel de hierro para las injurias; pero, de todos modos, se te agradece la precaución, y Dios te lo pague.

Tornó a despedirse, y se marchó.

Momentos después preguntaba tía Sidora a Silda:

-Y de equipaje, ¿cómo estás, hijuca? ¿No tienes más que lo puesto?

-Y otra camisa limpia que se quedó allá -respondió Silda.

-Pues no hay que pensar en sacarla, aunque juera de rasolís. Pero ya parecerá otra, ¿no verdá, Miguel?

-Y lo que de menestes juere -respondió tío Mechelín-, que para cuando llegan los casos son los agorros.

De pronto dijo Silda:

-El que no tiene hilo de camisas es Muergo.

-Buena la tendría si la mereciera -respondió tía Sidora.

-Esta mañana -añadió Silda- tampoco tenía calzones, y pae Polinar le dio los suyos.

-¡Bien de sobra los tenía! -dijo la marinera con enojo visible hacia su sobrino.

A lo que replicó en seguida la chica:

-Le dio los que llevaba puestos, y yo creo que no le quedaron otros.

Tía Sidora y su marido se miraron, recordando haber visto al fraile en calzoncillos.

-Y bien, ¿qué? -preguntó a la niña tía Sidora.

-Que más falta le hace a Muergo la camisa que a mí.

Volvieron a mirarse Mechelín y su mujer, y preguntó aquél a la niña:

-¿Y cuando te laven ésa, que buena falta le hace ya?...

-Me estaré en la cama hasta que seque -respondió Silda, encogiéndose de hombros.

-Pero ¿de qué conoces tú a ese lichón de Muergo? -preguntó la marinera.

-De allá abajo.

-¿Y por qué me cuentas a mí que anda sin camisa y sin calzones?

-Porque me dijo Andrés que era sobrino de usté.

-¿Quién es Andrés?

-Un c... tintas, hijo del capitán de la Montañesa.

-¿Le conoces tú?

-El me llevó a casa de pae Polinar cuando yo estaba sola en el Muelle-Anaos esta mañana.

-¿Para que te llevó?

-Para que hiciera por mí lo que ha hecho. Es bueno ese c... tintas de Andrés.

-¿Conoce él a Muergo?

-Mucho le conoce.

-¿Y por qué no le da la camisa, ya que es rico?

-Le tiene enquina porque me tiró a mí a la Maruca de un tronchazo.

-¿Quién te tiró?

-Muergo.

-¿Y cómo saliste?

-Me sacó Muergo, porque se lo mandaron Sula y otro que se llama Cole.

-De modo que si no se lo mandan ésos, ¿te ahogas?

-Puede que sí.

-¿Y con too y con eso pides camisa para él? ¡Un rejón que le parta!

-¡Da asco verle, de cómo anda! Pero si le dan aquí camisa, que no la lleve si no se corta las greñas y se lava las patas. Es muy lichón, ¡muy lichón!... ¡y muy burro!... ¡Y muy malo!

-Entonces, ¿por qué mil demonios te apuras tanto por él?

-Por eso, porque da asco verle... y su madre no tiene vergüenza...

Al llegar aquí Silda con la respuesta, una voz que de pronto se dejó oír hacia el extremo del carrejo, como si tuviera la fuerza material de una catapulta, la arrojó hasta lo más escondido de la alcoba. La voz era vibrante, desgarrada, con unos altibajos y unos retintines que estaban pidiendo camorra.

-¡Ahí va! -decía-. Para que se mude los piojos mañana, que es domingo..., o pa rueños del carpancho, que en mi casa están de sobra..., o pa gala del día que la caséis con un marqués de cadenas de oro..., ¡caraspia!... Porque las Indias nos van a caer en la bodega con esa inflanta que echemos ayer a la barredura con la escoba... ¡Puaa!... ¡Toma, pa ella y pa el magañoso que vos vino con la princesa y con el cuentoooo!... ¡Indecenteees!

Cuando la voz se fue alejando hacia la calle, salió de su escondite tía Sidora, con muchas precauciones, y halló en mitad del carrejo un envoltorio blanco. Recogióle, le deshizo, y vio que era una camisa de niña; sin duda, la de Silda. Atreviéndose después a llegar al portal y a sacar la cabeza fuera de la puerta, vio a Carpia que se alejaba por el medio del arroyo, hacia abajo, los brazos en jarras, descalza de pie y pierna, cerniendo el refajo y con dos carpanchos vacíos sobre la cabeza.

-¡Ya lo saben! -dijo para sí-. Mejor que mejor; eso tenemos adelantado. Les pica y empiezan a morder. Pues que muerdan. Ellas se cansarán. ¡Bribonazas! ¡Borrachonas! ¡Sinvergüenzas!