Último oficio del Comandante del navío de S. M. B. Standard, Mr. Fleming al Congreso Nacional

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Excelentísimo Señor:

A mi arribo a este puerto en desempeño de los encargos del Gobierno español, tuve el honor de dirigir a esa capital dos oficios con fecha 27 de julio y 2 de agosto y las contestaciones que recibí me hicieron conocer la certeza de lo que por opinión casi general se me aseguraba: esto es que la de ese reino no estaba conforme con su gobierno, si alguno existía a la sazón. Debía partir para esta capital y lo realicé, no sin recelo de que llegase a mi noticia haberse verificado en Chile uno de aquellos funestos efectos que son consecuencia de la discordia; pero felizmente he entendido que el reino se ha conformado con la elección de personas que le rijan, teniendo en consideración los respetos y circunstancias que adornan a los electos; cuyo acierto no es posible que deje de ser un anuncio seguro del restablecimiento de la tranquilidad; que arrolladas ya las miras ambiciosas de algunos díscolos, volverá ese país a entrar en la senda que le debe conducir a su felicidad, gozando de la confianza del Gobierno Supremo de la nación española de que es parte, y del influjo de las que están en su alianza.

Un motivo tan relevante, me pone en la obligación de reiterar a V. E. lo mismo que expresé en mis citados oficios a que daré alguna extensión, ya porque me anima el creer que sean mejor examinadas las razones de su apoyo, ya por desvanecer equivocaciones que veo demasiado extendidas, y que acaso han tenido bastante parte para alucinar a los incautos e inducirlos al error.

De esta clase es y no de corta consideración el que han puesto en uso los primeros genios malignos que han alterado el sosiego de las Américas españolas, suponiendo a la Gran Bretaña protectora de una independencia con que han alucinado a los hombres poco reflexibles [reflexivos] e incapaces de entrar al examen de los poderosos obstáculos que revisten un principio tan opuesto a la razón de justicia, de conveniencia y de política.

Voy a reunirlos concisamente. La nación británica se unió a la España al momento que dio la señal de su heroica resistencia contra las miras ambiciosas y pérfidas del tirano. Esta alianza no puede considerarse puramente ceremonial pues justifican lo contrario los socorros de toda clase expendido por aquella; y todos serían de pequeña consecuencia si no concurriera con la sangre de sus ciudadanos vertida en repetidos combates y mezclada con la de sus aliados. Sería pues una absurda contradicción sostener con una mano los intereses de España en Europa y arruinarlos con otra en América, debilitando su poder y fuerza para combatir al enemigo común.

No considera la Inglaterra [a] las Américas españolas con las disposiciones y circunstancias indispensables a separarse de su Metrópoli aun prescindiendo de los vínculos de justicia y reconocimiento, ni es este el deseo ni la opinión general de sus habitantes. Los que se llaman indígenas, no tienen opinión propiamente hablando: los españoles europeos residentes en ella lo miran con horror; los españoles americanos acomodados, fincados y empleados son del mismo sentir; y los mestizos por inclinación siguen este mismo partido. Yo mismo me he certificado en estas ideas tanto en Nueva España como en esta América Meridional, y si hubiera podido equivocarme me sacaría del error, como a todo el que vea sin prevenciones a las preocupaciones del éxito de los sucesos de Nueva España, Coro, Paraguay, Montevideo, Desagüadero, Cochabamba, en cuyas escenas trágicas y sangrientas no se han batido los españoles americanos con los europeos, sino con sus mismos paisanos, sin exceptuarse los más íntimamente relacionados.

Todo el interés de la Gran Bretaña relativamente a las Américas española debe considerarse mercantil porque de nada está más distante que de nuevas adquisiciones de terreno, y siendo aquel su objeto mal podría realizarlo en unos países devastados a impulsos de la anarquía y sus efectos espantosos que ya iba extenuando la influencia francesa, notándose el perjuicio de la misma Inglaterra aun en el comercio pues se ven los géneros franceses introducidos por conducto de los Americanos del Norte.

Los países en que tuvo origen esta delirante idea de la independencia fueron aquellos en que más concurrían los Anglo-Americanos y algunos ingleses que guiados de su interés particular contribuyeron eficazmente a la seducción; pero ni ellos estaban autorizados, ni tenían los competentes conocimientos para dar seguridades que debieron mirarse no sólo con desconfianza, sino con desprecio pues ellas embebían contradicción y violencia con los sentimientos de la Gran Bretaña y con las terminantes explicaciones de su Gobierno como puede verse en el oficio del Lord Liverpool dirigido con fecha 29 de junio de 1810 al Gobernador de Curazao a quien dice, entre otras cosas que, S. M . Británica cree que es un deber suyo en honor de la justicia y la buena fe oponerse a todo género de procedimientos que pueda producir la menor separación de las provincias españolas de América, de su Metrópoli de Europa pues la integridad de la monarquía española fundada en principios de justicia y verdadera política es el blanco a que aspira Su Majestad.

Estas terminantes explicaciones de la Gran Bretaña no admiten interpretaciones ni pueden oscurecerse por el abuso de ellas ni por otras producidas en tiempo en que España tenía un Gobierno de cuya legitimidad se dudaba o a lo menos no estaba reconocido por todas las provincias ni por todas las potencias extranjeras. Hoy se halla la nación española reunida en Corte[s] Generales con un Gobierno solemne y legítimamente establecido a quien respetan y han reconocido uniformemente las provincias de uno y otro hemisferio. En aquel Congreso dedicado desde el punto de su reunión a establecer el bien de todos los españoles y fijar las bases sólidas de una legislación igual y justa tienen su confianza todos los pueblos que componen la monarquía. Los españoles americanos han visto ya desaparecer con sus decretos muchos de los abusos de que se quejaban y lograrán el total remedio de ellos sin necesidad de sangre, horrores y devastación, desgracias a que ha pretendido inducirles la influencia de la Francia y que trata de evitar la Inglaterra.

Una misma es las causa y recíprocos los intereses entre los españoles, portugueses e ingleses; mas la Gran Bretaña ha evitado cuidadosamente toda gestión que pudiera infundir recelo aun el más remoto, siendo la prueba de la rectitud de sus principios la resistencia a la pretensión del nuevo Gobierno de Buenos Aires que solicitaba ponerse bajo la protección del Portugal. La Inglaterra consideró esta medida opuesta a la verdadera alianza y el objeto que desde luego se propuso que nunca será otro que el de auxiliar a una y otra potencia contra el enemigo común para mantener indemne sus respectivos dominios de Europa y América. A este efecto se ha ofrecido pronta a las gestiones de conciliación. Yo como individuo de la Nación Británica, obrando con conocimiento de sus sentimientos en la materia, inclinado además por amor a los españoles, no he querido omitir el reiterar a v. E. el contenido de mis citados anteriores oficios, ofreciéndome de nuevo a pasar a ese puerto y recoger y conducir a bordo del navío de mi mando los señores diputados que ese reino elija para que le representen en el Congreso Nacional, seguro de que en él obtendrán los deseos convenientes a la felicidad de ese hermoso reino en misión con sus hermanos de Europa, con honor, con legitimidad y por los medios que corresponden a la nobleza y decoro de que son dignos sus habitantes.

Dios guarde a V. E. muchos años. Lima octubre 3 de 1811.

Excelentísimo señor.

Carlos Fleming.

Excelentísimo señor Presidente, Gobernador del reino de Chile.