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A un fotógrafo

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A un fotógrafo
de Clemente Althaus


Da grima ver tanto europeo ingrato
que llega hambriento y con el pie desnudo,
y calumnia después, grosero y rudo,
al suelo que le dio pan y zapato.
Dejaron de sus patrias las riberas
donde quizá no fueron ni criados,
y vienen a las nuestras, escapados
del presidio, tal vez o las galeras.
Aquí más que su industria, nos arranca,
su engaño y mala fe nuestros dineros,
y se quieren meter a caballeros
tan sólo por tener la cara blanca.
Tú, que le debes tu riqueza toda
al suelo a quien ahora le haces cruces,
y no adquirida con talento y luces,
sino merced a pasajera moda:
tú, en quien la voz artista es profanada,
porque nunca el fotógrafo fue artista,
y siempre que la máquina está lista
el sol es el pintor, y tú eres nada:
¿Cómo forjar osaste tal novela,
despreciable, ridículo gabacho?
Mas sin duda escribístela borracho
después de alguna torpe francachela.
Los excesos que Pintas, el insulto,
las heridas y muerte, robo y saco
todo, todo fue efecto del dios Baco
a quien tributas reverente culto.
Una justa protesta, aunque ferviente,
donde fue muerto por su culpa un hombre,
¡suceso llamas que no tiene nombre,
ni en la historia ha tenido precedente!
Recorre de la Europa los anales:
allí verás escándalos y horrores
y tu patria presenta los mayores
que con horror la fama hace inmortales.
Jamás, jamás el universo olvida
de San Bartotomé la atroz jornada
que a Carlos vio desde su real morada
ser de los Hugonotes homicida.
Ni olvida del terror el duro imperio,
que en toda mente para siempre impresa
está la atroz Revolución francesa
que convirtió la Francia en cementerio.
Y dejando otra edad y entrando en ésta,
presente tiene el mundo horrorizado
el golpe sangrientísimo de Estado
que a Francia tantas víctimas le cuesta.
¡A hechos tales tu pecho horror no muestra;
mas tu ánimo se espanta y se contrista
al contemplar, severo moralista,
la corrupción y la barbarie nuestra!
Vuelve a las playas que te son natales
de donde nunca salgas, y haga el cielo
que nunca pisen el peruano suelo
los que a ti, vil francés, sean iguales.
Si este pueblo a quien torpe satirizas
tuviera los defectos que le notas,
ya tú tuvieras las espaldas rotas
al golpe vengador de cien palizas.
Pero el dejarte con el lomo sano
y el piadoso desdén con que te mira
es la prueba mayor de tu mentira
y de que él es magnánimo y humano.


(1865)


Esta poesía forma parte del libro Obras poéticas (1872)