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A una calavera (Fantasía)

De Wikisource, la biblioteca libre.
A una calavera
Fantasía

de José Zorrilla
del tomo tercero de las Poesías.
Tomo cuarto: Más vale llegar a tiempo que rondar un año (comedia). Pasar directamente a: Las hojas secas

—«¿Conoces a ese hombre?
—No por cierto.
—Mírale bien, y tómale las señas.
—Imposible. Lleva una máscara tan
impenetrable como las tinieblas.



¡Ahí estás tú, secreto de la vida,
Espantosa memoria de la muerte:
Cifra cuanto fatal desconocida,
¿Quién alcanzó jamás a comprenderte?

Honda verdad donde el vivir se encierra,
Jeroglífico audaz, testigo mudo,
Que incrustó en los dinteles de la tierra
Quien sostenerse a su dintel no pudo.

Ahí estás con tu irónica sonrisa,
Tus huecos ojos y tu calva frente,
Aguardando tal vez la última brisa
Que al puerto del morir lleve la gente.

¿Qué miran, di, tus cóncavos vacíos?
¿Qué escuchan tus oídos sin orejas?
¿Ríen de los humanos desvaríos
Con gesto inmóvil tus encías viejas?

¿Quién eres, di, desnuda calavera,
Crédito del que fue, prenda de alguno,
Que por ser una prenda de cualquiera
No como suya te querrá ninguno?

¿Fuistes hermosa y joven y adorada,
Fuiste grande, feliz, rica y temida,
O cruzastes el mundo despreciada
Mendigando tu pan desconocida?

Si fuiste rey, ¿qué se hizo tu corona?
Si grande, ¿qué se hicieron tus blasones?
¿Quién tu nobleza y tu poder abona
Del callado sepulcro en las regiones?

¿Oyes alguna vez esa campana
Que dobla por los vivos que murieron?
Al eco de su voz triste y lejana,
¿Sabes tú si las almas acudieron?

¿Alguna vez, sombría calavera,
Acaso algunos monjes te llevaron
A un templo, donde en pompa lastimera
Sobre un negro ataúd te colocaron?

Si registraste su morada obscura,
¡Sin duda que gozaras cuando viera
Tantas cabezas que la tierra impura
Ha de tornar en tantas calaveras!

Si dejaste la luz triste y mendigo,
¿No te halagaba en la mortuoria fiesta
En recinto común tener contigo,
Un pueblo, un trono, un ara y una orquesta?

Cuando a la roja luz de los blandones
En el metal del ara te veías,
Al contemplar tus cóncavas facciones,
Tu espantoso mohín, ¿no te reías?

Al revolver tus viejos pensamientos,
Si acaso pensamientos te dejaron
Las lluvias, los gusanos y los vientos,
¿No te excitó a reír lo que pensaron?

Aquella niña hermosa que escondía
Los dedos de marfil torneados, puros,
Entre los rizos que en la sien mecía
En confusión, como la sombra obscuros,

Sus ojos de azabache, que espiaban
Los ojos del mancebo irreverente,
A cuyo fuego criminal brotaban
Las rosas del pudor sobre su frente,

Aquella niña bulliciosa, inquieta,
La sien ceñida de crespón y flores,
Que por ajeno parecer sujeta,
A los pies del altar soñaba amores:

Tú la veías seca y descarnada,
Sin cuanto bello en la hermosura hechiza,
Calva la frente, huera la mirada,
Los labios de coral vueltos ceniza.

¡Oh! ¡Gran cosa ha de ser sobre una tumba
Contemplar en el polvo reunida
La loca multitud que se derrumba
Por el gran precipicio de la vida!

¡Gran cosa ¡vive Dios! llamar a fiesta
Con la gigante voz de las campanas,
Y encender cirio y aprestar orquesta,
Y alzar altares y entoldar ventanas,

Y convidar a celebrar sin nada
A cuanta juventud, pompa y belleza
Vegeta en una tierra condenada
A acabar en la nada donde empieza!

¡Oh! ¡Gran cosa tener en una farsa
El principal papel, la voz primera,
Y ver alrededor pueblo y comparsa,
Siendo en un funeral la calavera!

¡Tener un rey y un pueblo prosternado,
Cabizbajo y sin voz, humilde y quedo,
Todo el poder del mundo arrodillado,
Lleno el cobarde corazón de miedo!

¡Oh! ¡Gran cosa tener reyes y hermosas
Descubierta y doblada la cabeza,
Sin poder en las manos poderosas,
Sin encantos ni gracia en la belleza!

¡Y en un sitial de muerte y podredumbre
Sentirle bajo el pie como un juguete,
Y reír de la esclava muchedumbre
A la sombra de sórdido bonete!

¡Gran corona imperial! ¡Grave tocado!
¡Entre un harapo inútil e irrisorio
Un esqueleto seco y cercenado
Presidiendo en un túmulo mortuorio!

¡Grave fiesta terrena! ¡Regia pompa!
¡Donde vamos los míseros mortales,
Al ronco son de la funesta trompa,
A cantar nuestros propios funerales!

¡Donde a la entrada del fatal recinto
Suenan los brindis, la algazara y grita
Que dentro del mundano laberinto
Al insensato populacho irrita!

¡Oh! Tú puedes decirle al mundo entero:
«Ríete y bebe, miserable, y danza,
Mientra en el lecho funeral te espero,
Porque yo soy tu fin y tu esperanza.»

Y ¿no ríes, sombría calavera?
¿No se te antoja descender al llano,
Y entrar en el festín como cualquiera,
Y a una hermosa ofrecer la seca mano

¿Agitar tu esqueleto en danza loca,
Con tus huesos ceñir una cintura,
Y preparar en la desierta boca
Un ósculo a la gracia y la hermosura?

Porque si fuiste bella en otros días,
Con ojos negros, labios de corales,
Alguna vez sin duda gustarías
La dulce miel de halagos criminales.

Porque si fuiste grande y poderoso
Sin duda que en ensayos seductores
Sondaras el secreto vergonzoso
De trastornar en duelos los amores

Porque si esclavo fuistes o mendigo,
Ansiarías de grandes y de dueños
Los que no dividieron ¡ay! contigo
Torpes placeres y nefandos sueños.

Porque si fuiste austero solitario
Allá en la soledad de tu retiro
Alguna vez lanzaras temerario
En pos de otro placer algún suspiro

¿No se te antoja descender al llano
Engalanada y fácil y ligera,
Y en la fiesta mostrar al mundo insano
De repente tu calva calavera?

¡Oh! ¿Qué te falta para bien tamaño?
¿Una piel transparente y delicada
Que cubra el espantoso desengaño
Del secreto fatal de nuestra nada?

Y ¿qué importa la piel? Manto gastado
Que nos presta al nacer la tierra ruda.
Serás una beldad que han convidado,
Y por, mostrarla más viene desnuda.

¡Oh! Ven a delirar donde deliren,
Y serás la verdad a quien adoren,
Y el espejo serás en que se miren
Cuando al tocar'su fin clamen y lloren.

Y ven a murmurar donde murmuren,
A cantar donde canten, las botellas
A apurar donde en órgia las apuren
En ebria confusión ellos con ellas.

Brinda altanera cuando brinden todos,
Y con todos también jura y blasfema,
Hasta que doblen la cerviz beodos
Para alzarla a la voz de tu anatema.

Harapo que deja el hombre
Porque su raza al pasar
El suelo en su viaje alfombre;
Firma fatal, cuyo nombre
No se alcanza a deletrear.

Y ¿es cierto, cráneo pajizo,
Que aunque pese al corazón
Eres tú para quien se hizo
Tanta gala y tanto hechizo,
Tanta y tanta creación?

¿Es cierto que en otros días,
Con otra faz y otra tez,
Como yo vivo, vivías,
Como yo río, reías,
Ajeno de tu hediondez?

¿Que en esos cóncavos hondos
Dos ojos aposentabas
Vivos, inquietos, redondos,
Y que esos dientes hediondos
En dos labios encerrabas?

¿Que en tu roída mejilla
Brillaron matices bellos
En tu tierna edad sencilla,
Y que en tu sien amarilla
Se arraigaron los cabellos?

¿Es cierto, di, que esa boca
Sin contornos ni calor,
Que hoy sólo la muerte evoca,
Manó en tu esperanza loca
Dulces palabras de amor?

¿Que acaso el labio amoroso
En suavísimo embeleso
A un amante cariñoso
Demandaba voluptuoso
Regaladísimo beso?

¿Que tal vez sabio profundo,
Pasabas tus largas horas
Sombrío y meditabundo
Buscando avaro en el mundo
Venturas engañadoras?

¿Que tal vez el ojo atento
Sobre un libro amarillento
En tu amarga soledad,
Se agotó tu pensamiento
Pensando tu eternidad?

¿Que tal vez señor mundano
De alcázares y jardines,
Viviste torpe y liviano
Entre tropel cortesano
En impúdicos festines?

Y ese mundo baladí,
Sabio, amante, loco o rey,
Te trajo con mofa aquí
Diciéndote: «Esta es la ley;
Cadáver, descansa ahí.»

¡Oh! ¡Nada nos deja ver
De tus historias de ayer
Tras de tu faz deleznable
Tu máscara impenetrable,
Imposible de romper!

Todo lo envuelve esa muda,
Vaga, insondable verdad
Que tu inmoble gesto escuda,
Esa verdad que desnuda
La invisible eternidad.

Y el pensamiento altanero
Viene a estrellarse ¡ay de mí!
En ese gesto severo,
Que es un centinela fiero
De lo que hay detrás de ti.

En vano dentro la mente
Se rebelan revoltosas
Las ideas locamente,
Creándose de repente
Teorías mentirosas;

Todas vienen a expirar
En tus cóncavos vacíos,
Cual las fuentes van a dar
Sus arroyos a los ríos,
Y los ríos a la mar.

En vano la vida entera
Contra tu verdad conspira,
Desdeñosa calavera,
Que todo en tu faz, severa
Se desvanece o expira;

En esa cerviz curada
Al soplo de la tormenta,
Por el tiempo descarnada,
Cuya vida inanimada
Ni el tiempo ni el sol calienta;

Y en tu mirada indecisa
Y en tu irónica sonrisa,
Y en esa hendida y entera,
Seca y solitaria hilera
De tu dentadura lisa.

Y ahí te estás entre la arena
Como una cosa caída,
Como inútil prenda ajena
A quien nadie juzga buena
Sólo porque está perdida.

Y ¡por Dios! que si los hombros,
Que un día te sustentaran
Volvieran a estos escombros
A buscarte, ¡con qué asombros
De placer te acariciaran!

¡Oh! ¡Si alzándote una vez,
Aun te pluguiera ostentar
La perdida esplendidez,
Y quisieras tu hediondez
Con tu vida engalanar;

Y prendieras en tu frente
Unos cabellos postizos
Que en madeja reluciente
Cayeran confusamente
En mil perfumados rizos;

Y el esqueleto sonoro
Velaras altiva tú
Con minucioso decoro
Entre nácar, perlas y oro
Y entre crujiente tisú;

Cubrieras el seco cuello
Entre las flotantes plumas,
Los collares y el cabello,
Velos echando sobre ello
Tan sutiles como espumas;

Y el repugnante mohín
Da tu inmoble rostro viejo,
Con esa risa sin fin
Asomaras a un festín,
Tomándole por espejo!
……………….
Si, acaso rey destronado,
Se te antojara salir
Para ver dó está enterrado
El ejército arrojado
Que llevaste a combatir,

Y allá en el campo desierto
Do fue tu postrer batalla,
De aquel mausoleo abierto
Tu pueblo evocaras muerto
De entra el polvo en que se halla,

Y si a tu voz poderosa
Despertando con asombro,
Tu nación volviera ansiosa,
Trayendo el arnés al hombro
En faz de guerra espantosa…

¡Oh! ¡Diabólico senado,
Medrosa, horrible ilusión,
Ver tanto esqueleto armado
En torno un rey convocado
—Al dintel del panteón!

Y si vagaran errantes
Ensordeciendo la tierra,
Combatiéndose pujantes,
Con clamores insultantes
Pregonando su impía guerra…

¡Ah! ¡Delirios son del alma,
que no te alcanza, Señor,
En los terribles secretos
De tu infinita creación!

En los tormentosos días
De mi mundanal dolor
Medité desesperado
Sobre los sepulcros yo.

Pasé de tumbas a tumbas
De mi porvenir en pos,
Y en todas encontró polvo,
En todas polvo, Señor.

En todas esa sentencia
Que cae sobre quien nació
Desde esos gestos inmobles
Sin miradas y sin voy.

En todos esos despojos,
En cuya horrible atención,
En cuya eterna sonrisa
De complacencia feroz.

En cuyo todo espantoso
Deletrea el corazón
La triste palabra nada
Confundido de pavor.

Y ¿es ése, Señor, el hombre
Que de tu mano salió,
Hecho a semejanza tuya,
Aborto digno de un Dios?

¿Es ésta, Señor, la vida,
Que como una maldición
Nos carcome cuanto bello
Tu bondad nos regaló?

Entonces ¡ay! ¿qué nos vale
Que alumbre tan puro el sol
Y en la noche se reflejo
La luna en su resplandor?

¿Qué sirve que allá en los bosques
En pintada confusión
Canten en bandos alegres
El mirlo y el ruiseñor?

¿Que los árboles murmuren
En melancólico son,
Y esponje a su blanda sombra
Su dulce cáliz la flor?

¿Qué sirve que en blanda arena
Tienda su curso veloz
El arroyuelo que viste
La pradera de verdor,

Y con sus líquidas perlas
Los jazmines juguetón
Salpique, con que la pródiga
Primavera le alfombró?

¿Que el mar se encorve bramando
De las playas en redor,
Y le azote y le sacuda
Revoltoso el aquilón?

¿Qué, sirve ese cielo azul
En cuyo centro adunó
Mil nubes tornasoladas
En caprichoso montón,

Si todo no es más, al cabo,
Este universo, Señor,
Que de una inmensa familia
El inmenso panteón?

¿Qué sirve a esa calavera
Una existencia de honor,
Una vida de virtudes,
De crimen o de aflicción?

¿Qué le vale todo un siglo
De penitencia o de amor,
La corona o la cadena
Que en este mundo arrastró,

Si el hombre que la llevaba,
Al salir de esta mansión,
Como una máscara inútil
Despechado la arrojó?

En vano la he demandado
Por la infamia o el blasón
Del dueño que en ese osario
Entre el polvo la olvidó.

Su vago mirar me espanta,
Su sonrisa me hace horror,
Y su boca tiene ahogada
En su garganta la voz.

¿Qué espera? Tal vez lo ignora.
Ahí está al aire y al sol,
Eternamente riendo
De cuanto pasa y pasó,

Al borde de la vereda
Que conduce al panteón,
Diciendo a cada viajero
Con eterna risa:—¡Adiós!