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Córdoba (España)

De Wikisource, la biblioteca libre.
El Museo universal (1868)
Córdoba
de Augusto Jerez Perchet.

Nota: Se ha conservado la ortografía original.

De la serie: VIAJES Y MONUMENTOS ARTISTICOS.

CORDOBA.
CAMINO DE HIERRO.—UN GUIA.—IMPORTANCIA DE CÓRDOBA. LA CIUDAD.—EN LA VEGA DE ANTEQUERA.—TRISTES MEMORIAS
I

A las cinco de la tarde salí de Sevilla para Córdoba, y durante largo rato pude contemplar á mi gusto el hermoso Guadalquivir, con sus orillas pobladas de árboles, con sus lanchas que se deslizaban entre las aguas apacibles, con sus pequeñas islas cubiertas de legumbres y adornadas de chozas.

El sol, en el ocaso, vertía una luz melancólica sobre la dilatada campiña.

Las estaciones y las casas de los guardas estaban vestidas de enredaderas y flores. La suavidad del cielo era encantadora. Los perfiles de la Giralda se desvanecían en el horizonte mas lejano. El paisaje todo hacía pensar en los campos de Italia.

A la luz de la tarde suceden las tinieblas de la noche. Las estrellas brillan en el profundo azul del cielo, y á nuestro alrededor desaparecen pueblos y campos envueltos en la sombra.

A las doce, nos detuvimos en Córdoba, y poco después dormía en una linda habitación de la fonda Rízzi.

II

Contra mi costumbre, tomé en Córdoba un guia que me enseñara la ciudad, y a esta circunstancia debo haber visto en poco tiempo lo mas notable de aquel punto. El guia era un muchacho simpático y amable; de imaginación viva, de lenguaje fácil. En el estilo pintoresco y gráfico de los andaluces esplicaba todo, sin erudición ni pretensiones, sino con verdad y exactitud..

III.

La primera impresión que produce Córdoba es desagradable, y á no saber que su riqueza es proverbial, creeríase el viajero en un pueblo de escasos recursos.

Edificios modestos, calles estrechas, tiendas nada lujosas, pocos transeúntes; lié aquí lo que se ve paseando por la ciudad.

Pero el curioso encuentra la compensación de sus primeras impresiones, en los recuerdos de esta antigua córte.

Córdoba figura siempre con esplendor en la historia. En un principio, fue cabeza del pais ocupado por los túrdulos. Después, aliada de Cartago, y sucesivamente, sufre el yugo de los romanos, gime bajo la opresión de los godos, y abraza la fe cristiana. En el siglo VI de nuestra era, Margueit-el Rhumi, vencedor del Guadalete, se apodera de Córdoba y la hace centro del imperio árabe en España, dependiente de Damasco. Desde entonces (año 715) se siguen en esta ciudad veinte emires, cada uno de los cuales aumenta el brillo de la nueva colonia. Figuran entre ellos, Abderraman, que en 756 inaugura el reinado de los Omniades. Su hijo Hescham, protector de la poesía y la arquitectura. Abderraman II, que embellece la ciudad con hermosos edificios, y Abderraman III que la erige en metrópoli del califato occidental. Pero a la muerte de Hescham II queda Córdoba reducida á emirato, y débil entonces, no puede rechazar á los cristianos que, triunfantes en Marios y Andújar, llegan á sus puertas y clavan la bandera de la Cruz en las almenas de las torres árabes, siendo rey de España Fernando III el Santo.

IV.

El monumento mas importante de Córdoba, es la catedral. En el lugar que ocupa hubo antiguamente un templo romano y después la célebre mezquita mandada construir por Abderraman I en 790.

El esterior del templo es severo: parece una fortaleza con sus almenas y sus anchos estribos.

Inmediata á la torre, se halla la puerta del Perdón, que sólo se abre, en los días de grande solemnidad, y ita entrada al Paito de los Naranjos, estenso atrio adornado de fuentes, naranjos y palmeras.

El interior de la catedral en nada se asemeja á las demás catedrales de España. A primera vista, adviértese una confusión estraña producida por la multitud de columnas que sostienen las diez y nueve naves de la basílica, y cuyo número pasa de mil.

Delante del altar mayor se ve una soberbia lámpara de plata, que pesa unas diez y siete arrobas.

La sillería del coro es de caoba, y representa en los medallones de las sillas, escenas del Antiguo y Nuevo Testamento.

Terminan los cuatro frentes de la Catedral varias capillas, siendo la mas notable la de San Pedro ó del Zancarrón, que era destinada en tiempo de los árabes para guardar el Coran. Se compone de un vestíbulo y del Santuario. En el centro de aquel, hay un túmulo con la banda de los nazaritas. El arco es de pequeños pedazos de cristal admirablemente unidos y de bellísimo efecto. Cierra la bóveda del Santuario una magnífica concha de mármol de una pieza, y la obra toda es de mármol blanco revestido de aleyas del Coran y otras distintas inscripciones.

La catedral tiene, á pesar de su belleza, un defecto notable: el suelo de ladrillos, no corresponde á la grandiosidad del edificio.

Cerca de la catedral está el Triunfo, monumento de mal gusto dedicado á San Rafael. Consta de un zócalo sobre el cual se eleva un monte con una gruta, coronado por un castillo. Del centro de éste sube una columna que termina en la imágen de San Rafael. En el castillo se ven esculturas que representan á Santa Bárbara, Santa Vitoria y San Acisclo. En el monte hay un león, un caballo, un águila, una paloma, un cañón y un sepulcro, que es del obispo don Pascual, enterrado en aquel sitio.

Delante de la plaza, en que se encuentra el Triunfo, se halla el rio, que ofrece una agradable perspectiva.

Sobre rotos pedazos de la antigua muralla se han edificado algunos molinos que, con los fragmentos de las ruinas, forman un conjunto pintoresco, aunque sombrío, como es sombrío todo lo que habla de la muerte. Algo hay allí que entristece; algo que produce una secreta melancolía. La vejez de los malecones no es indiferente para los ojos que la miran recuerdan un pasado y el pasado es el dolor.

Al otro lado del rio se extiende el Campo de la Verdad, y enlaza las dos riberas un puente de diez y seis arcos, construido por los romanos, y que termina al Sur en el castillo de la Calahorra.

Da salida al puente hácia la parte de la ciudad una hermosa puerta dórica, formada por un arco y cuatro columnas estriadas. Dos relieves adornan los intercolumnios, y el conjunto total tiene cierto carácter que se aviene a su abandono y su vejez prematura.

Al pie de la Sierra de Córdoba y á medía legua de la población, se conservan los jardines de la Rusafa, deliciosa posesión de recreo mandada edificar por Abderraman I, y en la que plantó una palma de Damasco á la que compuso los siguientes versos conocidos de todo el mundo:

 
Tú también, insigne palma,
eres aquí forastera;
de Algarbe las dulces auras
tu pompa halagan y besan;
en fecundo suelo arraigas
y al cíelo tu cima elevas:
tristes lágrimas lloraras
si cual yo sentir pudieras:
tú no sientes contratiempos,
como yo, de suerte aviesa;
á mí de pena y dolor
continuas lluvias me anegan;
con mis lágrimas regué
las palmas que el Forat riega;
pero las palmas y el río
se olvidaron de mis penas,
cuando los infaustos hados
y de Alabas la fiereza
me forzaron á dejar
del alma las dulces prendas:
á tí de mi patria amada
ningún recuerdo te queda;
pero yo triste no puedo
dejar de llorar por ella.

En la Rusafa fueron enterrados muchos califas de Córdoba.

Ya no hay palmas en la huerta; pero el suelo produce ricos frutales y delicadas flores.

Desde la Rusafa se ve perfectamente la Sierra. Su aspecto es grave, su vegetación hermosa. Entre las pilas, los pinos y los cipreses blanquean multitud de casas, y en las alturas aparecen las ermitas.

En los siglos XIV y XV había ermitaños en la Sierra de Córdoba, y en el siglo XVIII se reunieron en lo mas elevado de la montaña, construyendo trece ermitas separadas, una capilla de Nuestra Señora de Jielen, una hospedería y un cementerio.

V.

Volví á la estación. La campana nos llamaba á los carruajes. Subí en el tren de Málaga, y por la noche corria en la diligencia hácia Loja.

El cielo estaba tormentoso; los relámpagos iluminaban con resplandor siniestro la Peña de los Enamorados.

La lluvia nos azotaba. La Vega de Antequera desaparecía en la oscuridad, y el camino, alumbrado apenas por la farola del coche, tenía algo de fatídico. I La nueva aurora ahuyentó la tempestad, y los rayos del sol mostraron á mi vista la Sierra de Loja y allá muy lejos Sierra-Nevada.

Las tristes imágenes de la noche anterior huyeron de mi espíritu y olvidé la fatiga y el cansancio para soñar con Granada.

VI.

¡Quién había de pensar que pronto iban á trocarse en pesares las dulces emociones que esperimentaba entonces!

Pero ¿qué importan á los indiferentes los sufrimientos de mi alma? Sin embargo, séame permitido desahogar un instante mi corazón en estos renglones y tributar nuevas lágrimas á la amable amiga, á la encantadora hermana cuya muerte sentiré toda mi vida.

¿Por qué callar? Las páginas de mi viaje por Andalucía son recuerdos de muchas horas de mi existencia. Consignaré otro, aunque es tan doloroso que enturbia la alegría de, mis primeras escursiones, añadiendo un desencanto á los que habia sufrido mi alma joven y entusiasta.

¡Triste esperiencia! Viajar, gozar, tener aspiraciones ¿sabéis lo que significa? Caminar hácia la muerte. ¿A qué torturarnos con locos deseos? Vivamos para el porvenir. Vivamos para el bien y la virtud y olvidemos lo demás.

Augusto Jerez Perchet.