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Compendio de Literatura Argentina: 03

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


CAPÍTULO I ÉPOCA COLONIAL




Es natural y corriente, en todos los que han encaminado sus labores al estudio del desarrollo del pensamiento en un país determinado, comenzar por investigar la formación del idioma y aún los orígenes del pueblo de cuyos monumentos literarios se trata.

La Harpe, Villemain en Francia, Sismondi, Guinguené respecto de Italia, Amador de los Rios en España, en una palabra, cuantos han escrito de la historia literaria de las naciones europeas, han debido siempre tomar este hecho capital como punto de partida de sus tareas.

Pero estas investigaciones quedan manifiestamente fuera de la órbita de nuestros estudios. El idioma castellano empleado por los escritores de la «época colonial» estaba ya formado cuando los primeros conquistadores pisaron las riberas del Plata. Cervantes aún no había nacido, pero el instrumento de que hiciera tan brillante alarde en el Quijote, iba, muy pronto, á llegar con él á la plenitud do su desarrollo.

Las palabras «literatura colonial» no se refieren, pues, como fácilmente se deja entender, sino al cultivo que tuvo el pensamiento en todas sus formas, durante el tiempo de la dominación española, en el territorio que hoy constituye la República Argentina.

Aquella literatura puede decirse que fué una planta exótica trasplantada á un suelo vírgen; nada más que un arroyuelo que va á derramarse en la corriente madre. Trátase simplemente, en este caso, de averiguar y constatar la marcha seguida entre nosotros por los que se dedicaron á las letras, estudiando el alcance de las producciones del espíritu bajo las influencias inmediatas que obraron en este suelo, bien sea á consecuencia de los hombres que las sufrieron, bien sea á causa de las tendencias impresas á su carácter por el pueblo en medio del cual vivieron ó por la naturaleza de un país inculto, estrechado por la escasez de medios y asfixiado por el ambiente político.




Si hubiéramos de juzgar por su valor intrínseco las obra de los escritores del coloniaje, poco hallaríamos de que hablar; pero si se desea estudiar el creciente movimiento de las ideas en este país é imponerse del sesgo que sucesivamente iban tomando, se encontrarán, especialmente en los últimos años del coloniaje, juiciosos testimonios del progreso intelectual, precursor de las transformaciones sociales y políticas porque han pasado, y que sirven al historiador de hilo para conducir certeramente su narración.

La literatura de la «época colonial,» en absoluto, apenas si tiene algún monumento digno de recordarse, pero estudiada en su conjunto, siguiendo paso á paso su desarrollo, es fácil convencerse que por la marcha natural de las cosas iba cimentando sus ideas y encaminándolas por la senda de la emancipación y del progreso.




No hay, pues, en general, en la literatura de este tiempo, un libro que lleve impresa la marca de una época ó que sea el reflejo fiel de las costumbres é ideas que dominaban el siglo en que fué escrita, ó que revele el genio de un periódo cualquiera.

La influencia de las doctrinas esparcidas por un libro y el intercambio de ideas de nación á nación, no fueron nunca conocidas. Es curioso rastrear en otras partes las huellas, más ó menos duraderas, que imprimiera á sus contemporáneos ó á las generaciones posteriores, una obra notable. Los franceses, los alemanes, los ingleses experimentaron la influencia española con las victorias de los soldados de Carlos V, y aprendieron de los autores dramáticos españoles una multitud de cosas que modificaron su gusto y lo hicieron progresar. Pero en este Flandes indiano un autor no conocía á otro, y apenas si se conocía á sí mismo.

Si á la ruda lucha por la vida en un ambiente mezquino agregamos la monotonía de una sociedad donde la influencia extranjera era desconocida, que pasaba sus días aislada y soñolienta en medio de asaltos y tropelías ó de etiquetas y ceremonias, cuya vida privada la representaban la sujeción, la ignorancia y la superstición, tendremos explicado el porqué de la pobreza en las producciones de genio.

Un escritor moderno dice, con mucha exactitud á este respecto, que «la cronología tiene muy poca ó ninguna importancia en la historia del coloniaje, en que un día, un mes, un año son iguales á todos los días, meses y años; en que el tiempo se desliza por entre una aglomeración de hombres inertes y silenciosos, como la corriente de un río por un lecho de piedras y guijarros; en que la existencia humana, privada de su iniciativa, de su voluntad inteligente, de sus nobles estusiasmos, de sus visicitudes gloriosas, degenera en una especie de vegetación humana». Era un estado que no representaba la actividad de la vida, sino el letargo del sueño.




Algunos historiadores, fundados en las consideraciones expuestas, niegan la existencia de una «literatura colonial».

Es indudable que fué muy rudimentaria la literatura de esta época, pues contados son los nombres que nos han llegado de los que á ella se dedicaron, pero su conjunto constituye el embrión de la literatura argentina, y el embrión nunca es despreciable, pues, como dice Víctor Hugo, presenta dos aspectos: «monstruo como feto, maravilla como gérmen».

Por estas razones en esta época embrionaria del pensamiento argentino, cuando la literatura no sólo no era fomentada sino combatida en la América oprimida; cuando la mayor de las bibliotecas conventuales (únicas que existían) contaba apenas con unos mil volúmenes, de los cuales, según los historiadores más concienzudos, novecientos ochenta, por lo menos, versaban sobre moral religiosa y filosofía escolástica, no habiendo de literatura propiamente dicha sino, por acaso, algún Séneca, algún Josefo, algún De Officiis, de Cicerón y tal cual rancio poetastro de la Península; no era posible aspirar al modelo que hubiera dado ocasión á que se produjera la obra de arte, verdaderamente tal.




Resuelta la duda de la existencia de una literatura colonial, surge otro problema. ¿Es propiedad de la Metrópoli ó de la Colonia? ¿Es española ó argentina?

Mientras don Juan M. Gutiérrez sostiene sin dilación que «es un error, creer que el pensamiento argentino durmió profundamente y no latió en ninguna de sus arterias durante la sombría existencia de la colonia,» otro escritor no menos autorizado, el P. Poncelis, dice en su «Historia de la Literatura», al tratar de la argentina, que empieza por la «época revolucionaria» por creer que todas las producciones anteriores á esa época pertenecen netamente á la literatura española.

No puede servir de argumento para llamarla argentina, el que algunos autores españoles, como Martín del Barco de Centenera y Rui Díaz de Guzmán, dieran el nombre de «Argentina» á sus composiciones poéticas é históricas, aludiendo al Río de la Plata, pues nunca lo hicieron como significado nacional; por otra parte no se puede dar á la revolución de Mayo, fundadora de la Nación Argentina, una influencia retroactiva con respecto á acontecimientos anteriores á ella, ni denominar un período que le precedió, con un nombre que sólo fué nacional después de esa fecha. Pero aparte de estas consideraciones, es indudable que la literatura colonial es la fusión de la sangre española y el espíritu criollo, pudiendo considerarse esta época del pensamiento como rama de la literatura española y como gérmen de la literatura argentina.