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Discurso de Manuel Ávila Camacho ante los asilados españoles

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1943 Discurso ante los asilados españoles


Manuel Avila Camacho, 21 de Abril de 1943

Con sincero gusto asisto a este acto en el que se manifiesta elocuentemente esa gran fuerza histórica que ninguna desgracia, por injusta que sea podrá suprimir jamás: la voluntad española, genuina y libre.

Profesionistas y escritores, políticos y soldados, industi mies, obrero y campesinos, todos los representantes de los diversos sectores sociales que participaron con honoren la guerra de España —y que desplazados del solar patrio por la violencia, comparten hoy, nuestra vida— se hallan aqui, reunidos en una espléndida comunicación de fervor, de entereza y de persistencia.

No saludo sólo en vosotros a las primeras víctimas europeas de la ambición totalitaria que ha sumergido a la tierra en un mar de sangre. No vemos sólo en vosotros a los defensores gloriosos de una República que, en vez de ocuparse en llorar la pérdida de un imperio, quiso batel de España una hermana activa de los países americanos, una compañera cordial de nuestros afanes, uno de los firmes pilares del puente augusto que habrá nuevamente de unir en lo espiritual a través del océano de los siglos, a todos los seres que hablan y piensan en castellano.

Para México y para mí eso sois ante todo: hombres de España. Y, corno hombres de España, dignos hijos de una tradición ilusne de iniciativa y tenacidad. Pero, al mismo tiempo sois otra cosa. Llegados a América por los caminos del infortunio las naves que os condujeron a nuestros puertos no traían el propósito de dominio que impulsó a las carabelas conquistadoras.

En vuestro viaje a lo que fuera la Nueva España, os sentíais animados por el orgullo de haber dedicado lo mejor de vuestra energía a la construcción de una España nueva. Era natural que este México independiente —que siempre ofrece clara acogida a toda auténtica indepencia— os recibiese con efusión.

No habléis pues de gratitud. Cuando se brinda hospitalidad a quien no admite vivir en la servidumbre, lo único que se hace es cumplir con un compromiso ético indeclinable. Y cuando entre quien da esa hospitalidad y quien la disfruta existen los nexos indisolubles que median entre nosotros, lo que hay primordialmente que procurar es que la instalación no implique nunca amargura, que la ausencia no sea ostracismo.

Vuestra cordialidad me demuestra que hemos logrado lo que intentábamos. No es así, en efecto, como se expresaría una población desarticulada por el exilio. Nuestra satisfacción moral consiste en reconocer que el suelo de la República Mexicana no ha constituido un destierro para vosotros. Fieles a España habéis sabido ser igualmente fieles a México. El rigor de los hechos os ha constreñido a una dura separación; pero no os ha cerrado los horizontes del trabajo y de la esperanza.

Con esa inteligencia suprema que brota de la espontaneidad en la dádiva y que se inspira tanto en la capacidad de la mente como en la amplitud generosa del corazón, os habéis entregado a la corren te vital de mi Patria, sin escepticismo y sin reservas.

El pensamiento de vuestros escritores, la sabiduría de vuestros maestros y la sensibilidad de vuestros artistas se han adaptado amistosamente a la realidad de una convivencia en que el alma española descubre nuevos motivos de fe en sí misma y nuevas maneras de colaboración con nuestro espíritu nacional.

Una fraternidad inmediata se ha establecido. Y estoy seguro de que, en el taller o en la cátedra, en la fábrica o en el periódico, en la clínica o sobre el surco, ninguno de vosotros se habrá sentido extranjero a la inquietud mexicana, porque en la atmósfera que os circunda vibra el mismo sol de equidad y de aliento humano que anhelasteis ver brillar sobre la figura de esa Península a la que volvéis, acaso, los ojos con la nostalgia cálida del recuerdo, pero sin el desencanto que emana de la incomprensión y la soledad.

Al agradecer vuestro homenaje —que no puedo aceptar para mí y que por consiguiente, restituyo en su integridad al pueblo de México—os felicito por la gallardía de vuestro ánimo y hago votos por que eltérmino de la conflagración que ahora aflige al mundo devuelva vuestro destino a la continuidad de esa España eterna por la que luchasteis sin desfallecimiento y a la que deseo consagrar en estos instantes, junto con vosotros un pensamiento impregnado de afecto y de admiración.