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El Capitán Pajarito: 2

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.

II

Ancha mesa de mantel largo, y en ella formadas en columnas botellas de diferentes colores, abrían el apetito. A uno y otro lado de su Paternidad bendiciendo la mesa desde la cabecera, un oficial argentino y otro brasilero, seguían alternando mangas de frailes con mangas de galones, en larga hilera, por ambos flancos en comida, si de suculenta cocina de convento, de mayor importancia por las personas que la rodeaban.

Frente al célebre padre Quintana, digno colega de su connómino cuya fama no ha muerto en Catamarca: Medrano, quien regresando de evangelizar en el Japón naufragó frente á Martín García, continuando su propaganda religiosa y educacionista en esa Provincia de Corrientes, que le recuerda agradecida. Seguía el hábil franciscano que con escasos elementos acababa de fabricar un magnifico órgano, resonando hasta el presente desde el alto coro de la Merced, y vis á vis al padre Filiberto, el capellán Fortunato que tantas heridas cerró en los campamentos del Paraguay.

Roto el hielo, ó más propiamente el fuego graneado por el que caían botellas como adversarios, entre otros muchos temas abordó el capellán castrense, canónigo Sevilla Vázquez, tan lleno de chistes sin malicia como de cepa andaluza.

— No es tan poco frecuente cual parece la fusión de uniformes y sotanas, que en sincera fraternidad nos reúne. Si algunos clérigos dejaron el hábito por el uniforme, mayor número de militares colgaron la espada por vestir sayal.

Y el capellán Machado, dirigiéndose al gentil marino, ayudante de Tamandaré después, é infortunada víctima de lucha intestina en el Brasil, capitán Saldanha, agregó:

— Sin ir más lejos, señor, aquel curita tan modesto que divisa usted al confín de la mesa, pues por humildad anda siempre á la cola, hoy ejemplar sacerdote, ha sido ¡quién lo creyera! uno de los bravos soldados del regimiento de granaderos á caballo, fundado por los heroicos correntines San Martín y Alvear, y en el que alcanzó el padrecito, los tres galones de capitán, no por asimilación, sino como oficial de fila, y en acciones heroicas.

— ¡A ver, á ver, que cuente sus recuerdos de campamento el capitán Ortiz!, — exclamó uno, haciendo coro á tal pedido sacerdotes y militares, argentinos y brasileros, mientras que el prior decía:

— No lo conseguirán porque es muy corto.— Aprovechando el aludido la confusión y vocinglería desapareció como por escotillón.


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«¡Fray Pajarito!», solía gritar en la calle pifiona muchachería, así apodándole por su escuálida figura de ayuno perpetuo y andar acelerado á saltitos; pero la verdad era que poseía algo de más valor que otras abrillantadas ilustraciones: un gran corazón y una abnegación sin límites. Más dado á tocar la campana en la que colgaba en horca de sauce contigua á la iglesia de San Miguel, llamaba á misa de alba desde chiquito, cambió luego el instrumento de cuerda por otro no menos sonoro: la trompa cuyas dianas celebraron la victoria de San Lorenzo.

En el contingente que enviara el gobernador de Corrientes destinado al regimiento de granaderos, compañero de fila fué de Juan Bautista Cabral y otros grandotazos vecinos de Saladas, San Miguel y Yapeyú, seleccionados los hombres más robustos que formaron la vanguardia del ejército de la Patria. Desde la primera, en la acción de San Lorenzo, recibió su bautismo de sangre y fuego, continuando con la escolta de San Martín hasta Salta, y después en el campamento de Plumerillos (Mendoza) de donde trasmontó los Andes, ya de sargento.

Llevado á la Maestranza que otro fraile Beltrán, organizaba, en Putaendo fué alférez, en Chacabuco teniente, y después de Maipú capitán. Una conducta ejemplar y un valor como de correntino, distinguiéronle en todas las comisiones de paz y de guerra.

Antes de partir San Martín de Mendoza y emprender su cruzada al Perú, encontró al «Capitán Pajarito», que se hallaba en comisión reclutando reemplazantes para cubrir las «bajas» que la muerte abrió en el famoso regimiento.

Ya fray Beltrán capitán de Maestranza, le había recomendado por su conducta ejemplar al general en jefe, á quien no era un desconocido su hermano de cuna. Entonces por tercera vez insistió, solicitando la «baja», pues que su vocación primitiva le atraía á la vida claustral, pareciéndole que la campanita de su adea le llamaba, sobresonando á través de las cornetas del campamento.