El Robinson suizo/Introduccion

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INTRODUCCION.



Felicísimo estuvo Daniel Foë al presentar en su novela un hombre en abierta y constante lucha con lo que más arredra y espanta al humano linaje: la indigencia, el peligro, y sobre todo el aislamiento. Propúsose que este hombre en su apurada situacion y absoluto desamparo sólo contase con dos poderosos auxiliares, la fuerza de voluntad, que todo lo vence y allana, y la Providencia, que siempre ayuda al que se ayuda; mostrando además en su admirable obra lo que alcanza el instinto de conservacion ancorado en la fortaleza de ánimo y en la resignacion, cuando llevan el sello de las virtudes cristianas. El Robinson inglés es un tipo inimitable del hombre abandonado á sí mismo, del hombre solo, absolutamente solo, por lo cual se conciben muy bien los encomios que le tributó la triste y misantrópica imaginacion de Rousseau. Posee además ese tipo la inapreciable ventaja de ser eminentemente religioso y social, siendo tanto más recomendable y extraordinaria la última calidad, cuanto que adorna á un personaje reducido por el infortunio á la incomunicacion más rigurosa. Tres son los grandes y esenciales deberes de la criatura racional, para con Dios, consigo y con sus semejantes. Robinson cumple los dos primeros con edificante fervor, y si le aguija la necesidad de llenar el tercero, consíguelo al fin en teniendo á su lado un prójimo á quien amar; empero el interes dramático de la fábula termina con esta peripecia. Robinson llega á poseer mieses, plantaciones, casas, y por último un reino; sus nuevos huéspedes serán en adelante sus obreros, los criados colonos, súbditos. Sin embargo, el autor inglés sólo tuvo presentes las necesidades materiales, olvidando las más íntimas, las del corazon; en ninguna página de su obra sentimos vibrar el suave acento de la mujer que consuela, ni la grata balbucencia del niño que embelesa; nadie nos inspira interes ó cariño sino el mismo Robinson, y la constante simpatía con que le seguimos en su heróica pugna con el destino que le abruma, no nace de afectuosos sentimientos, sino únicamente de la idea retrospectiva que nos induce á pensar en nosotros mismos, y en el universal instinto de compasion ó egoismo que nos hace imaginar las desgracias que en semejante caso acontecernos pudieran. Y para comprender hasta qué punto nos interesa Robinson, aparte la desesperada posicion en que le coloca el novelista, basta notar la indiferencia con que le consideramos desde que abandona la isla, y el ningun deseo de averiguar su vida futura; lo cual dimana de que la obra de Foë no ofrece mas que una situacion, una existencia que realmente conmueva, una accion preñada de inquietudes y temores que tiene en continua zozobra la curiosidad del lector; y si bien entraña una moral dulce y pura que robustece el ánimo, lo cual no basta aunque mucho sea, carece en cambio de cuidados tiernos, solicitud mútua, pesares y alegrías de que participen otros; carece en fin de padre, de madre, de familia.

El Robinson inglés es invencion de un privilegiado ingenio, y con ser obra maestra, deja yerto el corazon, porque la solitaria unidad del interes se funda tan sólo en un hecho excepcional, porque el infortunio de Robinson asombra y aflige sin enternecer, porque este hombre con su indomable valor y claro entendimiento, analizado á fondo no es sino una individualidad rara y chocante, desnuda de todo lazo y obligacion, de las más caras afecciones de la vida comun. Robinson es admirable por su genio resuelto, por su incansable actividad, por su ingeniosa industria, y justo es que le admiremos; pero una novela que sólo admire ó asombre nunca será el espejo del alma, el libro del corazon. Nuestra organizacion reclama algo más que la conservacion y defensa de la existencia perecedera; el instinto moral es más precioso todavía, pues revela al hombre su destino, le inclina á buscar y amar al hombre, á ampararle, defenderle y servirle. Levántase en nuestro seno una voz íntima y profunda que nos dice con Terencio:

Hombre soy, nada humano me es indiferente.

Al expresarme de tal modo no intento, y líbreme Dios de imaginarlo, empañar siquiera el justo y bien merecido renombre del autor del Robinson inglés; concrétome sí á señalar el inevitable inconveniente hijo de la misma accion, y un vicio inherente á la forma que le plugo dar á su obra, de suyo acabada y perfecta.

Léjos de arrogarse el señor Wyss el mérito de la invencion, prohija el pensamiento ajeno presentándose como imitador y copista de un primoroso modelo; pero imitar del modo que lo hace el señor Wyss es más que inventar, es dar vida al bosquejo del artista, es animar la estatua de Pigmaleon. Sin que el Robinson inglés deje de ser un gran libro, el Robinson suizo tal vez descuelle en lugar preeminente sobre todas las obras de imaginacion destinadas á la enseñanza de la niñez y hasta la edad adulta. Entre cuanto se ha escrito de este género, difícilmente se encontraria un libro más á propósito, que inspire tierna filantropía y sea al propio tiempo un código de educacion física, moral é intelectual ilustrado por la ciencia.

El Robinson suizo el señor Wyss es el Robinson en familia. En vez del obstinado y temerario marino que á brazo partido lucha con la muerte en fatigosísima agonía, cautivarán nuestra atencion un padre, una madre y hermosos hijos de diferente edad é índole, sin que nunca decaiga el interes por la variedad del cuadro, ántes bien subiendo de punto la constante simpatía que á cada paso esta familia inspira. La combinacion del autor cambia la economía de la fábula y nos traslada del sepulcro abierto que aguarda á un aventurero, á la misma cuna de la sociedad humana, mostrándonos cómo se forman los pueblos alumbrados por la antorcha de la fe y sabiduría divina, y auxiliados por los milagros de la Providencia. La isla de Robinson nos parece cada vez más grande y capaz para estudiar los adelantos de una civilizacion rápida que en su conjunto abrace los períodos todos de la grandiosa historia del mundo.

El Robinson suizo es uno de esos doctos varones que han estudiado mucho con el único y loable objeto de instruirse, y á quienes la imperiosa necesidad de la indigencia, reguladora de la voluntad, obliga á poner en práctica las teorías. Por eso tiene sobre el hombre en estado natural é inculto la inapreciable ventaja de la instruccion; como nuestro primer padre Adan, conoce las cosas por sus nombres y propiedades, maravillosa facultad que en su primitiva creacion gozaba nuestra especie, y que perdió por su caida y degradacion, sin que pueda recuperarla sino lenta é imperfectamente, recogiendo uno por uno los descubrimientos y nociones que en su progresiva senda nos van legando las generaciones que á no volver pasan. En cuanto cabe á la inteligencia humana, nuestro Robinson tiene ya adelantado ese trabajo. Todo lo que se puede saber, lo sabe; la creacion le revela sus misterios, y acompañada esta ciencia é hija de un espíritu juicioso, humilde y sumiso, contribuye á desterrar el vano orgullo y á confirmarle en su fe. Este Robinson tiene esposa é hijos, á quienes forzosamente debe preservar de la intemperie y proporcionar alimento, abrigo, albergue, muebles y utensilios, para que vivan de una manera compatible con sus antiguas costumbres; y todo halo de encontrar en un desierto, alcanzándolo á copia del más rudo y acertado trabajo, á costa de asíduos é incansables afanes, con ilimitada confianza en la infinita bondad del Señor y dispensador de todas las cosas. Su historia es un epílogo de la del hombre y la sociedad, comprendida en breve espacio y pocos años; en resolucion, es la obra de la humanidad entera reducida á la economía interna de una familia; es el índice ó sumario, digámoslo así, de una vasta enciclopedia redactada por sabios y acomodada á nuestras verdaderas necesidades.

Basta un momento de reflexión para concebir que el plan de Wyss abarca un curso completo de educacion, que el autor va dirigiendo en una sola generacion hasta los límites racionales del progreso, tomada esta palabra en su genuino sentido y justo valor, á saber, sin relacion alguna con las extravagantes utopías y pretensiones de los impíos y soberbios sofistas que, no obstante sus continuos desengaños y la confusion de la lengua en que exponen sus principios y doctrinas, todavía insisten en construir una Babel para escalar el cielo. El Robinson suizo pide á la naturaleza cuantos recursos ofrece al hombre, y ella nada le niega, porque para él crió Dios el mundo; con laboriosa paciencia ó hábil inventiva alcanza lo necesario, y lo que realmente no lo es, ¿para qué ha de conseguirlo?

Cierto que la supuesta isla del Robinson suizo no tiene rival en punto á fertilidad; pero esa riqueza se encuentra á fuerza de inteligencia é investigaciones, y aun, digámoslo así, por la de las mismas necesidades, que aguzando el ingenio nos dan á conocer y apreciar lo que en otro caso pasaria desapercibido. ¿Quién no ha hollado mil veces con indiferencia la ortiga ó el helecho, tenidos por inútiles y hasta perjudiciales, sin ocurrírsele que contienen un alimento agradable y sano, filamentos que compiten con el mejor lino, papel preferible al de trapo, pan sabroso y trasparente cristal? ¡Con razon debemos tacharnos de indolentes é ingratos! El Robinson suizo aprovecha estos beneficios de Dios y por ellos le glorifica; estudia, aprende enseñando á sus alumnos, que es el mejor modo de aprender; cada descubrimiento origina un ensayo, cada ensayo engendra un arte ú oficio; de cada día se saca un fruto especial, y todos los descubrimientos, ensayos, frutos, todos los felices resultados se recapitulan redundando en alabanza del Criador. ¡Cuán halagüeña sería la vida, y cómo contribuyera al bienestar de los que peregrinamos en este mundo transitorio y de prueba, si la animaran los buenos estudios, las tareas útiles y saludables, la dulce y tierna emulacion que todo lo encamina y eleva hasta el Señor! Preséntenme un método de instruccion primaria que valga tanto como este, y venga de donde viniere, ya tiene anticipado mi elogio; pero ni Locke, ni Rousseau, ni los filósofos, ni la Universidad me lo han presentado, ni confio que lo alcancen.

Poco me resta que decir; únicamente advertiré que si mi entusiasmo por la grande obra de Wyss no cuenta para algunos con más extensas observaciones que lo justifiquen, no es porque me falte materia ni deseo para escribirlas, sino porque juzgo excusada esa tarea para dejar al juicio y consideracion del lector algo de lo mucho que he omitido, toda vez que tiene abierto el libro y puede comenzar á leerlo.

Para cuando acabe, á su fallo me remito.

Cárlos Nodier,
de la Academia francesa.