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El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (1842)/Tomo I/VII

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CAPÍTULO VII.


De la segunda salida de nuestro buen caballero Don Quijote de la Mancha.


E

STANDO en esto, comenzó á dar voces Don Quijote, diciendo: Aquí, aquí, valerosos caballeros, aquí es menester mostrar la fuerza de vuestros valerosos brazos, que los cortesanos llevan lo mejor del torneo. Por acudir á este ruido y estruendo, no se pasó adelante con el escrutinio de los demas libros que quedaban; y así se cree que fueron al fuego sin ser vistos ni oidos, La Carolea y Leon de España, con los Hechos del Emperador, compuestos por D. Luis de Avila [1], que sin duda debian de estar entre los que quedaban, y quizá si el cura los viera, no pasaran por tan rigurosa sentencia. Cuando llegaron á Don Quijote, ya él estaba levantado de la cama, y proseguia en sus voces y en sus desatinos, dando cuchilladas y reveses á todas partes, estando tan despierto como si nunca hubiera dormido. Abrazáronse con él, y por fuerza le volvieron al lecho; y despues que hubo sosegado un poco, volviéndose á hablar con el cura, le dijo:—Por cierto, señor arzobispo Turpin, que es gran mengua de los que nos llamamos doce Pares, dejar tan sin mas ni mas llevar la vitoria deste torneo á los caballeros cortesanos, habiendo nosotros los aventureros ganado el prez en los tres dias antecedentes.—Calle vuestra merced, señor compadre, dijo el cura: que Dios será servido que la suerte se mude, y que lo que hoy se pierde se gane mañana; y atienda vuestra merced á su salud por ahora, que me parece que debe de estar demasiadamente cansado, si ya no es que está mal ferido.—Ferido no, dijo Don Quijote; pero molido y quebrantado, no hay duda en ello, porque aquel bastardo de Don Roldan me ha molido á palos con el tronco de una encina, y todo de envidia, porque ve que yo solo soy el opuesto de sus valentías; mas no me llamaría yo Reinaldos de Montalvan, si en levantándome deste lecho, no me lo pagare á pesar de todos sus encantamentos: y por ahora tráiganme de yantar, que sé que es lo que mas me hará al caso, y quédese lo del vengarme á mi cargo.=Hiciéronlo así, diéronle de comer, y quedóse otra vez dormido, y ellos admirados de su locura. Aquella noche quemó y abrasó el ama cuantos libros habia en el corral y en toda la casa, y tales debieron de arder, que merecian guardarse en perpetuos archivos; mas no lo permitió su suerte y la pereza del escrutiñador, y así se cumplió el refran en ellos de que: Pagan á las veces justos por pecadores. Uno de los remedios que el cura y el barbero dieron por entonces para el mal de su amigo, fué que le murasen y tapiasen el aposento de los libros, porque cuando se levantase no los hallase: quizá quitando la causa, cesaria el efeto, y que dijesen que un encantador se los habia llevado, y el aposento y todo, y así fué hecho con mucha presteza. De allí á dos dias se levantó Don Quijote, y lo primero que hizo fué ir á ver sus libros, y como no hallaba el aposento donde le habia dejado, andaba de una en otra parte buscándole: llegaba adonde solia tener la puerta, y tentábala con las manos, y volvia y revolvia los ojos por todo sin decir palabra; pero al cabo de una buena pieza, preguntó á su ama que ácia qué parte estaba el aposento de sus libros. El ama que ya estaba bien advertida de lo que habia de responder, le dijo:—¿Qué aposento ó qué nada busca vuestra merced? Ya no hay aposento ni libros en esta casa, porque todo se lo llevó el mesmo diablo.—No era diablo, replicó la sobrina, sino un encantador que vino sobre una nube una noche despues del dia que vuestra merced de aquí se partió, y apeándose de una sierpe en que venia caballero, entró en el aposento, y no sé lo que se hizo dentro, que á cabo de poca pieza salió volando por el tejado, y dejó la casa llena de humo, y cuando acordamos á mirar lo que dejaba hecho, no vimos libro ni aposento alguno; solo se nos acuerda muy bien á mí y al ama, que al tiempo del partirse aquel mal viejo, dijo en altas voces, que por enemistad secreta que tenia al dueño de aquellos libros y aposento, dejaba hecho el daño en aquella casa que despues se veria: dijo tambien que se llamaba el sabio Muñaton.—Freston[2] diria, dijo Don Quijote.—No sé, respondió el ama, si se llamaba Freston ó Friton, solo sé que acabó en ton su nombre.—Así es, dijo Don Quijote, que ese es un sabio encantador, grande enemigo mio, que me tiene ojeriza, porque sabe por sus artes y letras que tengo de venir, andando los tiempos, á pelear en singular batalla con un caballero á quien él favorece, y le tengo de vencer sin que él lo pueda estorbar, y por esto procura hacerme todos los sinsabores que puede: y mándole yo, que mal podrá él contradecir ni evitar lo que por el cielo está ordenado.—Quién duda de eso, dijo la sobrina. Pero ¿quién le mete á vuestra merced, señor tio, en esas pendencias? ¿No será mejor estarse pacífico en su casa, y no irse por el mundo á buscar pan de trastrigo, sin considerar que muchos van por lana y vuelven tresquilados?—¡O sobrina mia, respondió Don Quijote, y cuán mal que estás en la cuenta! Primero que á mi me tresquilen, tendré peladas y quitadas las barbas á cuantos imaginaren tocarme en la punta de un solo cabello.=No quisieron las dos replicarle mas, porque vieron que se le encendia la cólera. Es pues el caso, que él estuvo quince dias en casa muy sosegado, sin dar muestras de querer segundar sus primeros devaneos, en los cuales dias pasó graciosísimos cuentos con sus dos compadres el cura y el barbero, sobre que él decia que la cosa de que mas necesidad tenia el mundo, era de caballeros andantes, y de que en él se resucitase la caballería andantesca. El cura algunas veces le contradecia, y otras concedia, porque si no guardaba este artificio, no habia poder averiguarse con él.

En este tiempo solicitó Don Quijote á un labrador vecino suyo, hombre de bien (si es que este título se puede dar al que es pobre), pero de muy poca sal en la mollera. En resolucion, tanto le dijo, tanto le persuadió y prometió, que el pobre villano se determinó de salir con él y servirle de escudero. Decíale entre otras cosas Don Quijote, que se dispusiese á ir con él de buena gana, porque tal vez le podria suceder aventura que ganase en quítame allá esas pajas alguna ínsula, y le dejase á él por gobernador della. Con estas promesas y otras tales, sancho panza (que así se llamaba el labrador) dejó su muger y hijos, y asentó por escudero de su vecino. Dió luego Don Quijote órden en buscar dineros; y vendiendo una cosa y empeñando otra, y malbaratándolas todas, llegó una razonable cantidad. Acomodóse asimesmo de una rodela, que pidió prestada á un su amigo, y pertrechando su rota celada lo mejor que pudo, avisó á su escudero Sancho del dia y la hora que pensaba ponerse en camino, para que él se acomodase de lo que viese que mas le era menester: sobre todo le encargó que llevase alforjas. Él dijo que si llevaria, y que ansimesmo pensaba llevar un asno que tenia muy bueno, porque él no estaba duecho á andar mucho á pié. En lo del asno reparó un poco Don Quijote, imaginando si se le acordaba si algun caballero andante habia traido escudero caballero asnalmente; pero nunca le vino alguno á la memoria: mas con todo esto determinó que le llevase, con presupuesto de acomodarle de mas honrada caballería en habiendo ocasion para ello, quitándole el caballo al primer descortes caballero que topase. Proveyóse de camisas y de las demas cosas que él pudo, conforme al consejo que el ventero le habia dado. Todo lo cual hecho y cumplido, sin despedirse Panza de sus hijos y muger, ni Don Quijote de su ama y sobrina, una noche se salieron del lugar sin que persona los viese, en la cual caminaron tanto, que al amanecer se tuvieron por seguros de que no los hallarian aunque los buscasen. Iba Sancho Panza sobre su jumento como un patriarca, con sus alforjas y su bota, y con mucho deseo de verse ya gobernador de la ínsula que su amo le habia prometido. Acertó Don Quijote á tomar la mesma derrota y camino que el que él habia antes tomado en su primer viage, que fué por el campo de Montiel, por el cual caminaba con menos pesadumbre que la vez pasada, porque por ser la hora de la mañana, y herirles á soslayo los rayos del sol, no les fatigaban. Dijo en esto Sancho Panza á su amo:—Mire vuestra merced, señor caballero andante, que no se le olvide lo que de la ínsula me tiene prometido, que yo la sabré gobernar por grande que sea. —A lo cual respondió Don Quijote: Has de saber, amigo Sancho Panza, que fué costumbre muy usada de los caballeros andantes antiguos, hacer gobernadores á sus escuderos de las ínsulas ó reinos que ganaban, y yo tengo determinado de que por mí no falte tan agradecida usanza; antes pienso aventajarme en ella, porque ellos algunas veces, y quizá las mas, esperaban á que sus escuderos fuesen viejos, y ya despues de hartos de servir y de llevar malos dias y peores noches, les daban algun título de conde, ó por lo menos de marques de algun valle ó provincia de poco mas ó menos; pero si tú vives y yo vivo, bien podria ser que antes de seis dias ganase yo tal reino que tuviese otros á él adherentes, que viniesen de molde para coronarte por rey de uno dellos: y no lo tengas á mucho, que cosas y casos acontecen á los tales caballeros por modos tan nunca vistos ni pensados, que con facilidad te podria dar aun mas de lo que te prometo.—Desa manera, respondió Sancho Panza, si yo fuese rey por algun milagro de los que vuestra merced dice, por lo menos Juana Gutierrez[3] mi oislo[4] vendria á ser reina, y mis hijos infantes.—Pues ¿quién lo duda? respondió Don Quijote.—Yo lo dudo, replicó Sancho Panza, porque tengo para mí, que aunque lloviese Dios reinos sobre la tierra, ninguno asentaria bien sobre la cabeza de Mari Gutierrez: sepa, señor, que no vale dos maravedis para reina; condesa le caerá mejor, y aun Dios y ayuda.—Encomiéndalo tú á Dios, Sancho, respondió Don Quijote, que él le dará lo que mas le convenga; pero no apoques tu ánimo tanto que te vengas á contentar con menos que con ser Adelantado. —No haré, señor mio, respondió Sancho, y mas teniendo tan principal amo en vuestra merced, que me sabrá dar todo aquello que me esté bien y yo pueda llevar.



  1. Así dicen las ediciones originales y todas las demas; pero esta es una errata de Imprenta, ó un descuido del autor, que desdice de su buen juicio. Del escrutinio de los libros de caballerías, pasó el cura, como se ha visto, al de los de poesía, y estos son los últimos poemas que censura; por lo cual el de los Hechos del Emperador no puede ser de D. Luis de Avila por tres razones. Primera: porque este solo escribió un hecho no mas, que fué el de la Guerra de Alemania, ó paso del Elba. Segunda: porque no le escribió en verso, sino en prosa. Tercera: porque esta es una de las mejores historias que hay en castellano, así por su fidelidad, como por su elegancia: y si el cura, ó Cervantes, que es lo mismo, la hubiera arrojado al fuego en caso de duda, hubiera desacreditado su gran juicio, y hecho conocido agravio al historiador.
  2. Acaso en el original de Cervantes se leeria Friston, como se dice en el libro de Belianis escrito por el sabio Friston.
  3. Esta muger de Sancho se llama, como se ve pocas líneas despues, Mari Gutierrez. Al fin de la Parte I se advierte que se llamaba Juana Panza, por la costumbre de tomar en la Mancha las mugeres el apellido de sus maridos. En la Parte II se llama Teresa Panza, y en el cap. V se dice que si no fuera por esa costumbre, se habia de llamar Teresa Cascajo, por haberse llamado Cascajo su padre. Vese claro que en esta variedad le flaqueó la memoria á nuestro autor.
  4. Palabra sustantivada, compuesta del verbo oir y del articulo lo, la cual supone por el marido ó la muger ausente. En este mismo sentido la usó el mismo Cervantes (P. II. c. III), y un romance al sentimiento de una viuda que lloraba la falta de su mal logrado, dice:

    ‟Acuérdase de su oíslo,
    Mirando la pobre casa &c.”

    (Biblioteca real: Parnaso español, est. M. Cod. 4, p. 199.)