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El mayor encanto, el amor/Jornada II

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El mayor encanto, el amor
de Pedro Calderón de la Barca
Jornada II

Jornada II

Descubre un palacio muy suntuoso, y van saliendo todas las damas por diferentes partes y llegan a la puerta, y sale CIRCE.
LIBIA:

Señora, ¿qué llanto es este?

ASTREA:

¿Qué pena, señora, es esta?

CLORI:

¿Tú lágrimas en los ojos?

FLÉRIDA:

¿Tú suspiros y tú quejas?

TISBE:

¿Qué ocasión pudo moverte
a que sentimientos tengas?

CASIMIRA:

Los males comunicados
se alivian si no se vencen.

CIRCE:

Quien tiene de qué quejarse,
¡oh cuánto en quejarse yerra!;
que la justicia del llanto
hace apacibles las penas.
Yo así mi tristeza quiero
que tan poco no me deba,
que en repetirla procure
hacer menor mi tristeza.
Dejadme sola.


[Aparte LIBIA y ASTREA.]

ASTREA:

¿Oyes, Libia?

LIBIA:

Razonablemente, Astrea.

ASTREA:

¡Plegue a Amor que estos extremos
lo que yo pienso no sean!

LIBIA:

¡Plegue a Amor que sí! ¿Acaso
qué es lo que plegamos piensas?
Pues si es amor la ocasión
dellos, y ella a ver se llega
enamorada, dará...

ASTREA:

¿Qué?

LIBIA:

Libertad de conciencia.


ASTREA:

Holgareme de salir
de religión tan estrecha
como es el honor. Vestales
vírgenes Diana celebra
entre gentes; mas nosotras,
entre animales y fieras,
somos vírgenes bestiales.

LIBIA:

Calla porque no lo entienda.
(Vanse todas.)

CIRCE:

Flérida, tú no te ausentes:
sola conmigo te queda,
que tengo que hablarte sola.

FLÉRIDA:

[Aparte.]
Sin duda, ¡cielos!, que intenta
darme castigo mayor
que el que en la dura corteza
tuve porque hablé esta tarde
a Lisidas.


CIRCE:

Oye atenta.
Este Ulises, este griego
que esa marítima bestia
subió sin duda en el mar
para escupirle en la tierra;
este que a la discreción
de los vientos, con deshecha
fortuna, tan derrotado
llegó a tocar estas selvas;
este que trujo deidad
superior en su defensa,
pues burlando mis encantos
les tiraniza la fuerza;
este, pues, que mi hospedaje
cortesanamente aceta,
adonde hoy tan divertido
vive olvidado de Grecia:
como si fuera mi vida
Troya, ha introducido en ella
tanto fuego, que en cenizas
no dudo que se resuelva.
Y con razón, porque ya,
en callado fuego envuelto,
cada aliento es un volcán,
cada suspiro es un Etna.
Quisiera... «Quisiera» dije:
mal empecé, pues si es fuerza
querer, Flérida, y ya quiero,
me erré en decir que quisiera.


CIRCE:

Quiero, digo; pero quiero
tanto a mi ambición atenta,
que quiero a Ulises y no
quiero que Ulises lo entienda.
Agora te admirarás
de que yo, que tan soberbia
tu amor reñí, te fíe el mío;
pero admiraraste necia,
porque la causa mayor,
porque la ocasión más cierta
de incurrir en una culpa
es haber dicho mal della.
Y porque el contar delitos
a quien es cómplice cuesta
menos vergüenza, yo quise
regatear esta vergüenza
y, porque me cueste menos,
decirlos a quien los sepa.
Yo amo, en fin, Flérida mía:
vengada estás de mi ofensa.
Pluguiera a Júpiter santo
tú transformarme pudieras
a mí en insensible planta,
que yo te lo agradeciera;
porque si supiera entonces
lo que es amor, más quisiera
verte enamorada y viva
que no enamorada y muerta.


CIRCE:

Enamorada, en efeto,
llego, y pues tú a saber llegas
qué es amor, de ti pretendo
ayudar una cautela;
y es que, para poder yo
hablar con él sin que él sepa
que soy yo la que le habla,
tú con ruegos y finezas
le has de enamorar de día,
y diciéndole que venga
de noche a hablarte, estaré
yo, con tu nombre encubierta,
donde mi altivez, mi honor,
mi vanidad, mi soberbia,
mi respeto, mi decoro
no se rindan y...

FLÉRIDA:

Oye, espera,
que quieres hacer en mí
dos costosas experiencias.
Yo amo a Lisidas, y tú,
cruel señora, me ordenas
que disimule el amarle;
yo no amo a Ulises y intentas
que amarle finja; pues, ¿cómo,
a dos afectos atenta,
quieres que olvide a quien quiero
y que a quien olvido quiera?
Damas tienes con quien hoy
partir los afectos puedas;
a un alma basta un cuidado.


CIRCE:

Y aun la misma causa es esa.
Yo sé que quien llega a estar
enamorada no deja
lugar para otro cuidado
en el alma; luego acierta
quien a ella el suyo le fía,
pues que no peligra en ella
el riesgo de enamorarse,
pues ya lo está; de manera
que tú no me darás celos,
y otra sí, cuando te vea
con Ulises, pues tu amor
sanea la contingencia.
Esto ha de ser en efeto.
Mas, ¿qué ruido es ese?

FLÉRIDA:

Llegan
dos crïados aquí, y traen
sin duda alguna pendencia.

CIRCE:

Retírate, que no quiero
que a todas horas me vean,
y escuchemos desde aquí
lo que tratan en mi ausencia.
(Retíranse, y salen LEBREL y CLARÍN.)

LEBREL:

Digo que es la mejor vida
que tuve en mi vida aquesta.


CLARÍN:

¿Eso dices?

LEBREL:

Esto digo,
y que en el mundo no hay tierra
como Trinacria, y que Circe
es un ángel en belleza
y condición.

CLARÍN:

Estás loco.

LEBREL:

Dime, ¿ella no nos hospeda
como a unos reyes?

CLARÍN:

Es cierto;
mas mucho mejor nos fuera
que en sus palacios estar
en un bodegón de Grecia.

LEBREL:

¿No comemos lindamente?

CLARÍN:

No; que no hay comida buena
adonde no doy bocado
que no piense que me deja
hecho un cochino.


LEBREL:

No es
tan malo como tú piensas,
que yo lo fui y no me hallaba eso
mal con serlo; de manera
que a cuantos cochinos hay
sin aliño y sin limpieza
disculpo, porque se ahorran
de muchas impertinencias.
Y al caso: ¿dónde hallarás
una cama tan compuesta?

CLARÍN:

No está el descanso en la cama,
ni hay pícaro que no duerma
sin penas en un pajar
mejor que un señor con ellas
en un cama dorada.

LEBREL:

¿Dónde estos jardines vieras?

CLARÍN:

¿Para qué quiero jardines?

LEBREL:

Cogite: ¿dónde tuvieras
dos mozas de tan buen aire
como son Libia y Astrea?


CLARÍN:

Dareme por conclüido
en tocándome esa tecla,
pero no confesaré
que Circe no es una fiera
nigromántica, encantadora,
energúmena, hechicera
súcuba, íncuba; y en fin,
es por acabar el tema,
con los demonios demonia
como con los duendes duenda.

CIRCE:

[Aparte, a FLÉRIDA.]
No puedo sufrir ya más
el escuchar mis ofensas.

FLÉRIDA:

No te des por entendida.

CLARÍN:

Y es Circe...

CIRCE:

¿Qué es?

CLARÍN:

...una reina;
y a quien dijere otra cosa
le daré, porque no mienta,
dos mil palos como uno;
y a ti, porque no te atrevas
a hablar mal de las señoras
doñas Circes en su ausencia,
yo te haré...


LEBREL:

Pues, ¿quién hablaba
mal sino tú?

CLARÍN:

Buena es esta;
¡a mí por los filos!

CIRCE:

Basta.

LEBREL:

Yo...

CIRCE:

Bien está.

CLARÍN:

[Aparte.]
El cielo quiera
que no oyese lo demás.

LEBREL:

¡Que tan gran mentira creas!

CIRCE:

Yo sé bien lo que es verdad.
Vós os salid allá fuera;
que yo haré que mi castigo
hoy escarmiente la lengua
que habló mal de mí.


CLARÍN:

Y será
muy justo.

LEBREL:

¡Que esto suceda!
(Vase LEBREL.)

CIRCE:

A ti, en pago de que así
hoy mis acciones defiendas,
te quiero dar un tesoro
con que rico a Grecia vuelvas.
De ese monte en lo intrincado
llamarás con voces fieras
tres veces a Brutamonte,
que él te dará la respuesta.

CLARÍN:

Mil veces tus plantas beso.
¡Que bien tu gran valor muestras!
A toda ley hablar bien.
¡Que haya hombres de mala lengua!
(Vase CLARÍN.)

FLÉRIDA:

¿Cómo castigas, señora,
al que te defiende y premias
al que te ofende?

CIRCE:

A su tiempo
verás el premio que lleva.


(Sale ASTREA.)

ASTREA:

Ulises desde su cuarto
al tuyo pasa.

CIRCE:

Aquí empieza
del amor y el altivez
la más cautelosa guerra,
pues no he de dar por vencida
la que quiero que se venza.
(Salen ULISES y compañeros.)

ULISES:

[Aparte.]
Temeroso vengo, ¡ay triste!,
a ver a Circe, si es fuerza
que como sabia la admire
y la admire como bella.
¡Quién no se hubiera fïado
tanto de sí! ¡Quién no hubiera
hecho cautela el quedarse!
Pues ya contra su cautela
es imposible olvidarla
y es imposible quererla.


CIRCE:

En este hermoso jardín,
adonde la primavera
llamó las flores a Cortes
para jurar por su reina
a la rosa, que teñida
en sangre de Venus bella
púrpura viste real,
generoso honor de Grecia,
en tanto que de una caza
boreal el término llega,
que será luego que el sol
vaya perdiendo la fuerza,
con músicas y festines
te espero, porque la ausencia
y memorias de tu patria
entretenido diviertas.

ULISES:

Bellísima Circe, en quien
por lo hermoso y lo discreto
o está de más el ingenio
o está de más la belleza,
no es menester que mi vida
tantas lisonjas te deba
para que rendido siempre
a tus plantas la agradezca;
que merecer adorar
tu hermosura...


CIRCE:

Aguarda, espera;
que este cortés cumplimiento
no quiero, Ulises, que sea
carta de favor con que
a mi respeto te atrevas;
que una cosa es hospedarte
agradecido a tus prendas,
y otra es escucharte amores.

ULISES:

Ni yo, Circe, me atreviera
a decirlos; que una cosa
es cortesana fineza
y otra, fineza amorosa.

CIRCE:

Pluguiera a Dios que lo fuera.
En esta tejida alfombra
que de colores diversas
labró el abril, a quien sirve
de dosel la copa amena
de un laurel, al sol hagamos
apacible resistencia:
vayan tomando lugares
todos, y tú aquí te asienta.

ULISES:

Temo enojarte otra vez.

CIRCE:

[Aparte, a FLÉRIDA.]
Flérida a entablar empieza
lo que has de fingir.


(Van tomando lugares las damas y los galanes, y ULISES se sienta en medio de CIRCE y FLÉRIDA.)

FLÉRIDA: Aquí

me siento porque quisiera
daros a entender, Ulises,
lo que me debéis.

LISIDAS:

[Aparte.]
¡Qué llegan
a ver mis ojos, ay cielos!
Flérida al lado se sienta
de Ulises, y con él habla;
denme los cielos paciencia.

ANTISTES:

[Aparte.]
Infelices de nosotros
si a estas lisonjas se entrega
Ulises, pues tarde o nunca
daremos la vuelta a Grecia.
(Vase.)

MÚSICA:

Solo el silencio testigo
ha de ser de mi tormento,
y aun no cabe lo que siento.
en todo lo que no digo.
(Sale ARSIDAS.)

ARSIDAS:

Si para ver sus desdichas
siempre ha tenido licencia
un triste, porque el pesar
a nadie cerró las puertas,
no te admires que la tome
yo y que a tus jardines venga,
pues he de mirar mis celos,
a mirarlos de más cerca.


CIRCE:

Yo no doy satisfaciones,
pero huélgome que seas
testigo desto porque
sin que yo las dé las tengas.

ARSIDAS:

Pues siendo así, y que ya Ulises
está a la mano derecha
como escogido, yo tomo,
como dejado, la izquierda.

CIRCE:

Pues habemos de pasar
aquí el ardor de la siesta,
porque una aguda cuestión
más a todos entretenga,
haz Flérida una pregunta
y cada uno la defienda.

FLÉRIDA:

Diré lo que a mí me pasa
porque Lisidas lo entienda:
Danteo ama a Lisis bella,
y Lisis manda a Danteo
disimular su deseo.
Silvio olvida a Clorida, y ella
manda que finja querella.
Danteo amando ha de callar;
Silvio no amando mostrar
que ama, siendo esto forzoso.
¿Cuál es más dificultoso,
fingir o disimular?


ULISES:

Disimular, el que amó,
lo más difícil ha sido.

ARSIDAS:

Fingir, el que no ha querido,
más difícil juzgo yo.

CASIMIRA:

Esta opinión me agradó.

ARQUELAO:

Yo estotra pienso seguir.

CLARÍN:

¿Quién disimula el sentir?

LISIDAS:

Y, ¿quién fingirá el amar?

LEBREL:

Lo más es disimular.

ARSIDAS:

Lo menos es el fingir.

ULISES:

El hombre que enamorado
está (quien lo está no ignora
que esto es así) a cualquier hora
trae consigo su cuidado;
el que finge no olvidado
puede estar hasta llegar
de fingir tiempo y lugar;
luego si a su afecto es juez,
una siempre, otro tal vez,
más cuesta el disimular.


ARSIDAS:

La misma razón ha sido
la que da la vitoria.
Consigo trae su memoria
quien ama; quien finge, olvido.
Luego el que ama no ha podido
olvidarse de sentir;
quien finge sí, pues ha de ir
tras la ocasión que se pierde
sin que nadie se lo acuerde:
luego más cuesta el fingir.

ULISES:

El fingir se trae consigo
un cuidado también, pues
batalla es fingir, mas es
batalla sin enemigo;
la del que ama, no: testigo
es uno y otro pesar.
Este tiene que triunfar
de muchos afectos ciego,
aquel de uno solo: luego
más es el disimular.

ARSIDAS:

Mayores afectos miente
que el que siente un mal cruel
y le disimula, aquel
que le dice y no le siente.
Pruébase esto claramente
si un representante a oír
vamos, porque persuadir
nos hace entonces que amó,
y a un enamorado no:
luego más es el fingir.


ULISES:

Yo siento esto.

ARSIDAS:

Estotro yo.

CIRCE:

¿Qué es esto? Pues, ¿cómo así
habláis delante de mí?
Duelos del ingenio no
el acero los lidió.
Y así, para que salgamos
de la cuestión en que estamos,
desde el empuñado acero
hoy a la experiencia quiero
que la duda remitamos.
Ulises no ama, y defiende
que es más celar un ardor.
Arsidas ama en rigor,
y que es más fingirle entiende.
Y así mi ingenio pretende
la cuestión averiguar:
los dos la habéis de mostrar
hoy conmigo, y sin reñir:
tú, Ulises, has de fingir;
tú, Arsidas, desimular.
Y el que en la experiencia hiciere
primera demonstración,
por premio de la cuestión
una rica joya espere.


ARSIDAS:

Mi amor acetar no quiere
el partido, pues la llama
ha de ocultar que le inflama;
y Ulises no ha de fingir,
pues nada finge en decir
que te ama, si te ama.

CIRCE:

Sospechas son de tus celos,
y esto ha de ser.

ULISES:

Desde aquí
finjo ser tu amante.

CIRCE:

[Aparte.]
Así
abran camino los cielos
para explicar mis desvelos.

ARSIDAS:

Yo disimulo que no
te quiero, pues me obligó
tu precepto.

CIRCE:

[Aparte.]
Desta suerte
al uno y el otro advierte
mi amor lo que deseó.


FLÉRIDA:

[Aparte, a CIRCE.]
Si le das a cada uno
un cuidado, ¿cómo, ¡ay Dios!,
quieres que yo tenga dos?
Pues en mal tan importuno
son muchos cuidados uno.

CIRCE:

[Aparte, a FLÉRIDA.]
Si ambos los has de tener,
¿quién te metió, di, en saber
cuál de los dos en rigor
era cuidado mayor,
pues no habías de escoger?

ARSIDAS:

[Aparte.]
Circe se va, ingrata y bella;
y aunque su ausencia sentí,
no la seguiré, que así
disimularé el querella.

ULISES:

[Aparte.]
Circe se ausenta. Tras ella
iré, aunque mi mal infiero
por mostrarla que la quiero.


CIRCE:

¿Dónde, Ulises, vas?

ULISES:

Tras ti,
que eres el sol de quien fui
girasol; vida no espero,
ausente tu rosicler;
y así tus reflejos sigo.

CIRCE:

Arsidas, ven tú conmigo.

ARSIDAS:

Tengo otra cosa que hacer;
perdona, no puede ser.
(Vase.)

CIRCE:

Bien a los dos considero
en el embate primero.
[Aparte.]
¡Oh si este amor, si este olvido,
uno no fuera fingido
y otro fuera verdadero!


(Vanse todos, y FLÉRIDA detiene a ULISES.)

FLÉRIDA:

Oye, Ulises.

ULISES:

¿Qué me quieres?

FLÉRIDA:

Estoy tan agradecida
a la deuda de mi vida
que, hasta decirte que eres
quien hoy en ella prefieres
sus sentidos, no tendré
sosiego en ellos; porque
es el agradecimiento
el más preciso argumento
para probar una fe.

ULISES:

De tus penas obligado,
decir puedo, y afligido,
antes de haberlas sabido
ya me había lastimado.
No debes a mi cuidado
lo que por ti no hice allí
cuando a la luz te volví,
porque tú no tienes, no,
que agradecer lo que yo
no supe que hacía por ti.
Ahora sí que debieras
mi deseo agradecer,
pues almas quisiera ser
para que tú las tuvieras.


FLÉRIDA:

Aunque acciones lisonjeras,
agradezca su trofeo
con mis brazos mi deseo.
(Abrázanse; y salen por dos puertas CIRCE y LISIDAS.)
[Aparte.]
Yo misma de mí me admiro.

LISIDAS:

[Aparte.]
¡Qué es esto, cielos, que miro!

CIRCE:

[Aparte.]
¡Qué esto, dioses, que veo!

LISIDAS:

[Aparte.]
El griego Ulises es quien
darme vida y muerte espera.

CIRCE:

[Aparte.]
Bien que fingiese quisiera;
no que fingiese tan bien.

LISIDAS:

[Aparte.]
Muerte mis celos me den.


CIRCE:

[Aparte.]
Mas, ¿de qué debo quejarme?

LISIDAS:

[Aparte.]
La vida intenta quitarme
que me ha dado, Ulises, ¡cielos!;
porque darme vida y celos
no deja de ser matarme.

FLÉRIDA:

 [A ULISES.]
Estaré, como te digo,
de noche en ese jardín
que cae sobre el mar, a fin
de que él solo sea testigo
del afecto a que me obligo.

ULISES:

Flérida, no es grosería
que responda la voz mía
que no te ha de obedecer,
pues es más desaire ser
amada por cortesía.
Yo he de fingir ser amante
de Circe, y no lo fingiera
si otro favor admitiera
tan poco firme y constante.
No el desengaño te espante;
que aunque de mi pensamiento
otro haya sido el intento,
cesó; que en el mal que sigo
solo el silencio testigo
ha de ser de mi tormento.
 (Vase.)


FLÉRIDA:

 [Aparte.]
No pudiera responder
más a mi contento nada,
pues de verme despreciada
soy la primera mujer
que gusto llevo a tener.

LISIDAS:

[Aparte.]
¿Qué espero? Mas, ¡ay de mí!;
que está Circe ingrata allí.
Ocasión esperaré
de quejarme, si podré.

FLÉRIDA:

¿Aquí estás señora?

CIRCE:

Sí.

FLÉRIDA:

Luego ya bien entablado
lo que me has mandado habrás
visto.

CIRCE:

Sí Flérida; y más
de lo que te había mandado.


FLÉRIDA:

¡Encarecí mi cuidado
con afecto, ay de mí, cuanto
supe!

CIRCE:

Deja afecto atento,
Flérida, que amando muero,
y bien que lo finjas quiero
mas no que lo finjas tanto.
Demás, que si en los primeros
lances pierdo los sentidos,
no quiero celos fingidos
que sepan a verdaderos.
Tus afectos lisonjeros
cesen, pues que su castigo
fingido fue tal conmigo
que no digo su tormento;
y aun no cabe lo que siento
en todo lo que no digo.
 (Vase.)

FLÉRIDA:

¿Quién más necio extremo vio?
¿Hay más penas que por mí
pasen este instante?


LISIDAS:

Sí,
que aun agora falto yo.
No, Flérida hermosa, no
porque a quejarme me obligo,
porque para mi castigo,
que esto hable, que esto vea,
no quiero más de que sea
solo el silencio testigo.

FLÉRIDA:

Lisidas, si has escuchado
lo que a Ulises dije aquí,
también lo que Circe a mí
es fuerza que hayas notado.
No lince para el cuidado
y ciego para el contento
estés; que este fingimiento
si fue causa de mi engaño,
también, también desengaño
ha de ser de mi tormento.

LISIDAS:

De un triste el rigor es tal
que, aunque mal y bien estén
iguales, duda del bien
el crédito que da al mal.
Uno y otro en mí es mortal;
y así, al bien y al mal atento,
Flérida, ausentarme intento
de aqueste monte crüel
que, con ser tan grande, en él
aun no cabe lo que siento.
 (Vase.)


FLÉRIDA

Oye, escucha... Mas, ¡ay cielos!,
¿con qué podrán mis enojos
detenerle, si los ojos
no pueden, que en sus desvelos
rémoras son de los celos?
En vano, ¡ay de mí!, le sigo;
no a explicar mi mal me obligo,
pues que no sabe, no ignoro
aún nada de lo que lloro
en todo lo que no digo.
(Vase, y sale CLARÍN.)

CLARÍN:

Engañada Circe bella,
que en efeto las mujeres
que saben más en el mundo
se engañan más fácilmente,
agradecida me dijo
que a este monte me viniese
y que en hallándome solo
a Brutamonte le diese
voces; que al instante el tal
Brutamonte, sea quien fuere,
me trairía un gran tesoro.
Solo estoy, ya no hay que espere.
¡Brutamonte! No responde.
¡Brutamonte! No me entiende.
A tres irá la vencida:
¡Brutamonte!


(Sale un gigante.)

BRUTAMONTE:

¿Qué me quieres?

CLARÍN:

Nada, si fuere posible,
es cuanto puedo quererte.

BRUTAMONTE:

Ya me has llamado, y ya sé
a lo que vengo, que es este
recado que traigo.
(Sacan una arca dos animales.)

CLARÍN:

¿Y no
la señora Circe tiene
otros pajecicos más
mañeros que la trujesen?
Porque para mí bastaran
menor seis varas o siete.

BRUTAMONTE:

De mí se sirve, que soy
de cíclopes descendiente,
por más majestad; y espero,
antes que de aquí se ausenten
los griegos, vengar en todos
de Polifemo la muerte.


CLARÍN:

Poco hay que vengar en mí;
que yo no le toqué y siempre
le tuve, ¡viven los cielos!,
tanto miedo como este,
que otro hipérbole no sé
con que más encarecerle.

BRUTAMONTE:

Toma esta caja que traigo
para ti.

CLARÍN:

Bien.

BRUTAMONTE:

Y agradece
a Circe que su obediencia
atadas mis manos tiene
para que no te arrebate
de un brazo y contigo diese
de esotra parte del mar.

CLARÍN:

Lindo saque fuera ese;
pero aunque hiciera buen vote,
¿quién de allá había de volverme?

BRUTAMONTE:

Y si esto no hiciera, hiciera
otra cosa.

CLARÍN:

¿Cuál?


BRUTAMONTE:

Comerte
de un bocado.

CLARÍN:

Y aún no hubiera
harto para untar un diente.

BRUTAMONTE:

¡Oh, llegue el día en que tenga
esta licencia!

CLARÍN:

¡Oh, no llegue
nunca, sino despeado
en el camino se quede!

BRUTAMONTE:

Toma la caja, y en ella
hallarás más que quisieres.

CLARÍN:

Un modo de despedirte
quisiera hallar solamente.

BRUTAMONTE:

Pues yo me voy.

CLARÍN:

Haces bien;
que gigantes tan corteses
en esta tierra se usan,
que poquito se detienen
en conversaciones donde
estorban.


BRUTAMONTE:

Y cuantas veces
me nombrares...

CLARÍN:

¿Qué?

BRUTAMONTE:

...vendré
a estos países a verte.

CLARÍN:

Yo le ahorraré ese trabajo
cuantas veces yo pudiere.
¿Fuese? Parece que sí,
aunque aquí no lo parece.
Pero, ¿de qué tengo miedo
si es, humilde y obediente,
un novicio de gigantes?
Y pues el tesoro viene,
¿quién me mete en discurrir?
Traígale quien le trujere.
¡Alto pues! La caja abro,
que la llave en ella tiene.
¿Quién duda que habrá diamantes
como el puño, como nueces
perlas y como las bolas
de los bolos, los claveques?
  (Abre la caja y sale una DUEÑA.)
Mas, ¿qué es lo que miro?


DUEÑA:

Miras
a una mísera sirviente
que para servir de escucha
y parlar cuanto dijeres
de Circe, me manda que ande
contigo acechando siempre.
Por eso en traje de dueña
me envía para que aceche.

CLARÍN:

Lindo tesoro de chismes
en la tal arca me viene.
¿Yo dueña, tras un gigante?
Aquí falta solamente
para que el triunfigurato
de caballeros noveles
esté cabal, un enano.

DUEÑA:

Pues no faltará, si es ese
el defeto, Brunelillo.
(Sale un ENANO.)

ENANO:

¿Doña Brïanda?

CLARÍN:

¿De dónde
sales, átomo viviente?


ENANO:

De mi casa, que lo es
esta caja donde siempre
a cuestas me has de traer.

CLARÍN:

Pues, ¿cómo aquí caber puede
un enano y una dueña,
si cualquiera dellos suele
no caber en todo el mundo?

DUEÑA:

Brunelillo, gente viene
y no es justo que nos vean.
[A CLARÍN.]
Oye, dóblenos y cierre
la caja.<poem>

CLARÍN:

Señores, ¿qué es lo que pasa
por mí? ¿Qué tesoro es este?
Vive Júpiter que juntos
a su cáscara se vuelven.
Aquí hay trampa, ¡vive Dios!;
mas no, en la caja no tiene
por dónde haberse salido.
¿Qué haré en confusión tan fuerte?
Si de Circe no obedezco
el castigo que me ofrece,
otro mayor me dará,
si es que otro ser mayor puede.
Llevarle la caja, pues.
Ahora veo claramente
por qué el gigante la trujo
y los animales fuertes:
porque cosa tan pesada
como una dueña, no puede
sufrirla sino un gigante,
quien compra dueñas y enanos
como peines y alfileres.
(Sale LEBREL.)


LEBREL:

 [Para sí.]
(¡Que tal pensase de mí
Circe, y que a Clarín creyese!
Huyendo vengo a este monte
donde a los dioses pluguiese
que al castigo que me espera
hallara donde esconderme.
Pondré que aquesta es la hora
que está tratando de hacerme
sabandija destos montes,
gusarapo destas fuentes.
Este es Clarín, y aquí dél
será razón que me vengue.)
Huélgome de haberte hallado,
Clarín.

CLARÍN:

Por más que te huelgues,
no tanto como me pesa.

LEBREL:

Que vengo a darte la muerte.

CLARÍN:

Yo vengo a darte la vida.

LEBREL:

¿De qué suerte?


CLARÍN:

Desta suerte:
Circe, obligada de mí,
en esta caja me ofrece
un tesoro, y yo con él
pretendo satisfacerte;
porque si del bien hablar
el premio, Lebrel, es este,
con dártele a ti tendrás
el premio tú que mereces.
¿Puedes obligarme a más
de que todo te le entregue?
Toma la caja.

LEBREL:

No quiero
que todo a dármele llegues
sino, pues me desenojas,
que partamos igualmente.

CLARÍN:

Pues llevaraste la dueña
y yo el enano.

LEBREL:

¿Qué quieres
decir en eso?

CLARÍN:

No sé;
tú lo verás si la abrieres.


(Ponen la caja en otra parte, y ábrelo LEBREL.)

LEBREL:

Ponla aquí; ya abierta está.
¡Qué joyas tan excelentes!

CLARÍN:

[Aparte.]
Son muy excelentes joyas
para el diablo que las lleve.

LEBREL:

(Va sacando todo lo que dice.)
Aquesta cadena escojo
y esta para ti se quede.

CLARÍN:

¿Ca... qué?

LEBREL:

Cadena; y ahora
de diamantes este fénix
para mí y esta sirena
toda de esmeraldas verdes
te dejo.

CLARÍN:

 [Aparte.]
Viven los cielos
que es imposible que hubiese
diamantes donde hubo dueñas.


LEBREL:

Yo no quiero parecerte
codicioso: este me basta;
lo demás es bien te deje.
¿Quién no se desenojara
con tesoro como este?
A buscar a Libia voy
y a darla cuanto quisiere.
(Vase.)

CLARÍN:

Yo estoy borracha o yo
sueño cosas diferentes
o perdido mi jüicio
o tengo un grande accidente
u de Circe he hablado mal.
¡Que joyas hallar pudiese
donde yo dueñas y enanos!
Mas yo las vi claramente;
y supuesto que las hay,
tomaré las que pudiere.
(Sale la DUEÑA no más que el medio cuerpo.)

DUEÑA:

Señor, diga a Brunelillo
vuesa merced que me deje
hacer mi labor.


(Sale el ENANO.)

ENANO:

Señor,
dígala usted que no llegue
a lamerme la merienda.

DUEÑA:

Tú mientes.

ENANO:

Tú eres quien mientes.
(Aporreando se hunden.)

CLARÍN:

¿Qué es lo que pasa por mí?
¡Valedme dioses, valedme!
Esto trujo Brutamonte.
(Sale BRUTAMONTE.)

BRUTAMONTE:

¿Qué me mandas?

CLARÍN:

 [Aparte.]
(¡Qué obediente
es toda aquesta familia!
¡Con la presteza que vienen
en llamándolos!) Señor
Brutamonte, a quien prospere
Júpiter con la salud
que su gigantez merece:
yo he visto la caja, y yo
le ruego que se la lleve;
quédese para señores
esto de trastos vivientes,
que no he menester alhajas
que coman y no aprovechen.


BRUTAMONTE:

¿Para eso se llama un hombre
como yo? Estoy por hacerle...

CLARÍN:

Por deshacerme dirá.

BRUTAMONTE:

...piezas; y si le sucede
llamarme otra vez...,

CLARÍN:

No hará.

BRUTAMONTE:

...por Júpiter que le eche
tan alto de un puntapié
que cuando a los cielos llegue,
ya llegue muerto de hambre,
y cuando vuelva, si vuelve,
de los pájaros comido.
(Vase.)

CLARÍN:

Puntapié bien excelente.
¿Dónde la hacen puntapiés?
No sé, vive Dios, qué hacerme
entre los tres enemigos
del cuerpo.


(Salen ASTREA y LIBIA y LEBREL.)

LEBREL:

Un instante breve
habrá que le dejé aquí
con las joyas.

ASTREA:

Tiempo es este
de buscarle, que está rico;
ven Libia con migo a verle.

LIBIA:

Aquí esta. Clarín, ¿qué hay?

LEBREL:

¿De qué suspiras?

ASTREA:

¿Qué tienes?

CLARÍN:

Tengo dueña, tengo enano
y tengo gigante.

ASTREA:

Vuelve
y dinos qué es esto.


CLARÍN:

Es
la dueña que me atormenta,
el enano que me valga
y el gigante que me lleve.

ASTREA:

Estás loco.

CLARÍN:

¡A Dios pluguiera!

ASTREA:

¿Qué modo de hablarme es este?
De otra manera Lebrel
a Libia habla, adora y quiere,
pues una joya le ha dado
y tú ninguna me ofreces
de tantas.

CLARÍN:

Déjame Astrea
y no de joya me tientes,
que me harás desesperar.

[VOCES]:

(Dentro.)
Por acá, por acá.

CIRCE:

[Dentro.]
Sube,
remontada garza, a hacerte
estrella viva de pluma.


ASTREA:

Circe es esta que aquí viene;
yo no quiero que me vea.

LEBREL:

¡A Júpiter para siempre!
(Vanse las dos mujeres y sale CIRCE.)

CIRCE:

Por ver si Ulises me sigue
me he perdido de mi gente,
y dejando a un tronco atado
ese céfiro obediente
que fatigué, he de esperar
entre estos álamos verdes.
¿Quién está aquí?

CLARÍN:

Un mentecato,
un sucio, un impertinente,
un necio, un loco, un menguado
y un cuanto usted quisïere.
Sáqueme, por Dios, de dueñas,
de hombres largos y hombres breves,
aunque me convierta en mona.

CIRCE:

Yo lo haré, si eso pretendes.

CLARÍN:

No me tome la palabra
tan presto si la parece.


CIRCE:

Y porque me debas más
que otros que mi voz convierte,
haré que tengas tu voz
y tu entendimiento. Vete
de aquí.

CLARÍN:

No lo dije yo
por tanto.

CIRCE:

Un punto no esperes
hasta mirarte a un espejo.
[Aparte.]
Ya en su forma no ha de verse.

CLARÍN:

Si es que mona me has de hacer,
solo quiero merecerte
que sea mona de lo caro,
más que dormilona, alegre.
¡Hombres-monas!, presto habrá
otro más de vuestra especie.
(Vase.)
(Sale ULISES.)

ULISES:

Por más que te he seguido,
corto el aliento de ese bruto ha sido,
si bien con harto rastro te seguía
pues llevabas por señas todo el día.


CIRCE:

De la caza, cansada,
a este apacible sitio retirada
me vine. ¿Qué has volado?

ULISES:

Un deseo, ¡ay de mí!, tan remontado
que osó con harto vuelo
calarse entre las nubes de algún cielo,
donde, al fuego vecino,
con ligereza suma,
abrasada la pluma,
subió deseo y mariposa vino.

CIRCE:

De la caza pregunto qué has volado.

ULISES:

En ella te respondo que un cuidado.

CIRCE:

Pues, ¿cómo a mí en sentido
equívoco respondes atrevido?

ULISES:

Como pienso que sabes que esta culpa
anticipada tiene la disculpa.

CIRCE:

Así no me acobardaba...

ULISES:

 [Aparte.]
Yo estoy loco.


CIRCE:

...de la porfía de hoy.

ULISES:

Ni yo tampoco.

CIRCE:

¿Qué dices?

ULISES:

Que por ella me atrevía.

CIRCE:

¿Por ella?

ULISES:

Sí.

CIRCE:

([Aparte.]
¡Oh, mal haya la porfía!)
Mas, pues fingidos son esos extremos,
hablemos en la caza sola.


ULISES:

Hablemos.
Luego que tú te retiraste, de una
guarnecida laguna
espejo de la hermosa primavera,
se remontó una garza que, altanera,
tanto a los cielos sube
que fue a un tiempo aquí pájaro, allí nube.
Y entre el fuego y el viento,
árbitro igual, ¡oh, válgame su aliento!,
de suerte se interpuso, que las alas
en la diáfana esfera, en la suprema,
o las yela o las quema
cuando las enarbola o las abate;
tan a compás entre las dos las bate,
que, aquí elevadas e inclinadas luego,
aquí dan en el aire, allí en el fuego.
Jeroglífico era
la garza entre la una y otra esfera
de alguno que aquí osado, allí cobarde,
se yela a un tiempo y arde,
y entre el aire y el fuego se embaraza.

CIRCE:

Eso no es de la caza.

ULISES:

Es de la pena mía,
que es en parte también volatería.

CIRCE:

Hubiérame ofendido
si no supiera, Ulises, que es fingido.


ULISES:

[Aparte.]
¡A Júpiter pluguiera!

CIRCE:

[Aparte.]
(Pluguiera al cielo, ¡ay Dios!, que no lo fuera.)
Y pues que solo estás aquí conmigo,
no finjas y prosigue.

ULISES:

Ya prosigo.
Átomo ya la garza apenas era
cuando, desenhetrada la cimera
que el capirote enlaza,
mi mano un gerifalte desembraza,
a quien, porque en prisión no se presuma,
la pluma le halagaba con la pluma,
y él, como hambriento estaba,
duro el latón del cascabel picaba.
Apenas a la luz restitüidos
se vieron otro y él cuando, atrevidos,
cuanta estación vacía
palestra es de los átomos del día,
corren los dos por páramos del viento,
y en una y otra punta,
esta se aleja cuando aquel se junta;
y el bajel ceniciento
(que bajel ceniciento entonces era
la garza que, velera,
los piélagos surcó de otro elemento),
librarse determina diligente,
aunque navega sola,
hechos remos los pies, proa la frente,
la vela el ala y el timón la cola.
«Mísera garza -dije- combatida
de dos contrarios: bien, bien de mi vida
imagen eres, pues sitiar la veo
de uno y otro deseo».


CIRCE:

Ahora disculparme no has podido,
pues yerras si es fingido o no es fingido.

ULISES:

Sí puedo; ser tu amante no fingiera
si a la primera vez te obedeciera.
A uno, pues, y otro embate,
coge las alas o las velas bate,
y poniendo debajo de la una
la cabeza, se deja a su fortuna
venir a pique, cuando
nos pareció caer revoleteando
una encarnada estrella,
y los dos gerifaltes siempre en ella.
Si ejemplo eres, ¡oh tú!, a mi pensamiento,
sé también escarmiento
y no me ofrezcas esperanza alguna
si ha de desengañarme tu fortuna.

CIRCE:

Aunque sea fingido todavía,
es ya en ofensa mía;
pues si te había mandado
fingir antes de ahora tu cuidado,
también te mandé ahora
a solas no fingirle.


ULISES:

Pues, señora,
si tu castigo espero
siendo fingido y siendo verdadero:
de verdadero ya el castigo pido,
pues solo esto es fingido en ser fingido.

CIRCE:

¿Cómo, di, tan osado
respondes?

ULISES:

Como estoy desesperado.

CIRCE:

¿Cómo tan atrevido
te desvaneces...

ULISES:

Como estoy perdido.

CIRCE:

...a hablarme desa suerte?

ULISES:

Como finjo quererte.

CIRCE:

¿Luego aqueso es fingido todavía?

ULISES:

No, señora.


CIRCE:

[Aparte.]
(¡Oh, bien haya la porfía!)
Ulises, aunque fuera
justo que de escarmiento te sirviera
tu osadía, conviene
disimular, porque la gente viene
que hasta aquí me ha seguido.
En su fuerza se queje lo fingido.
(Salen todos.)

ARSIDAS:

[Aparte.]
(Aunque en tantos desvelos
mis agravios se valgan de mis celos,
no darme intentaré por entendido.
Mas, ¿cómo disimula un ofendido?
Volverme es ya mostrar mi sentimiento:
despejo quiero hacer de mi tormento.)
Siguiéndote, señora, con tu gente,
por la florida margen desta fuente
vine, que ella, pautada de colores,
las señas de tu pie daba con flores.

CIRCE:

Hacia esta parte vine
porque es donde la cena ahora previne.

LEBREL:

¡Qué bien, qué bien me suena
esta palabra 'cena'!
Mas no veo entre ramas ni entre flores
mesas ni aparadores,
ni ocupado en doméstico trabajo
a la familia de escalera abajo
cruzar muy diligente.


CIRCE:

Todos os id sentando brevemente
porque en el campo todos
cenemos juntos hoy; y de varios modos
se sirvan las vïandas:
¡hola!, ¡la mesa!

LEBREL:

Dime a quién lo mandas.

CIRCE:

A quien ya me ha entendido.

LEBREL:

¡Linda mesa, pardiez, nos ha venido!
¿No me dirás, si desto no te pesa,
cuánto habrá que sembraron esta mesa?
(De debajo del tablado sale una mesa muy compuesta y con luces, y siéntanse ULISES y CIRCE y ARSIDAS, y las demás en el suelo.)

CIRCE:

¡Hola, cantad, cantad! Y divertido
uno y otro sentido
esté con las vïandas y las voces
que suenen en los céfiros veloces.


MÚSICA:

Olvidado de su patria,
en los palacios de Circe,
vive el más valiente griego
si quien vive amando vive.
(Cajas dentro, y sale LIBIA.)

LIBIA:

Pero, ¿qué es esto que escucho?

ULISES:

Pero, ¿qué es esto que oigo?

FLÉRIDA:

¡Qué es esto, cielos, que veo!

ARSIDAS:

¡Qué es esto, cielos, que noto!

CIRCE:

¿Qué bélico estruendo, qué
marcial ruido, qué alboroto
deja la luz del sol ciega
y el eco del aire sordo?


LIBIA:

Ese fiero Brutamonte,
ese gigante furioso
que preso, señora, tienes
por guarda de tus hermosos
jardines, porque no robe
nadie sus manzanas de oro,
ofendido que a los griegos,
blanda paz, süave ocio
en tus palacios divierta
olvidados de sí propios,
habiendo sido homicidas
de Polifemo, que asombro
era monstro de los hombres
y era hombre de los monstruos,
comunero de tu imperio,
para vengarse de todos,
convocó del Lilibeo
cuantos cíclopes famosos,
espurios hijos del sol,
hoy viven de darle enojos;
y dándoles paso al Flegra
Brutamonte cauteloso,
vienen contra ti en escuadras;
mas ordenadas de modo
que, viendo vagar los riscos,
discurrir los promontorios,
parece que aquestos montes
descienden unos de otros,
a cuyo estrépido, a cuyas
voces y suspiros roncos,
el sol se turba y del cielo
caducan los ejes rotos.


CIRCE:

¡Ay de mí! ¡En qué gran peligro
estoy, en qué grande ahogo!

ULISES:

Dadme mis armas, que yo
saldré a recibirlos solo.

ARSIDAS:

No temas, que yo a tu lado
te defenderé de todo.

ULISES:

Porque para mi valor
son tantos cíclopes pocos.
(ULISES va hacia la puerta y ARSIDAS acude a CIRCE.)

ARSIDAS:

Porque no quiero más vida,
no, que morir a tus ojos...

LEBREL:

Como y cordelejo dicen
que es en el mundo uno propio;
mas la cena que esperaba
es cordelejo, y no como.


CIRCE:

Deteneos, deteneos,
que este aparato ruidoso
solo ha sido una experiencia,
examen ha sido solo,
para ver cuál de los dos
en un peligro notorio
acudía a sus afectos
más noble y más generoso.
Y así, en campañas del aire,
fantásticas huestes formo.

ARSIDAS:

Pues si ha sido esto experiencia
yo soy el que me corono
vencedor y el que merezco,
Circe, tu favor hermoso;
pues, Ulises, acudiendo
a sus armas tan heroico,
dejó de mostrarse amante,
pues en riesgo tan forzoso
no acudió luego a su dama,
que en un amante es impropio.

ULISES:

Que acudí a las armas mías
no niego, pero tampoco
niego que de amante ha sido
el efecto más forzoso:
pues que si tomo mis armas,
para defensa las tomo
suya.


ARSIDAS:

Nunca en un acaso
está el discurso tan prompto
que espere a causa segunda;
lo primero es lo más propio.
A las armas fuiste, luego
ya perdiste.

ULISES:

Dese modo
tú también, pues si me acusas
de poco amante, de poco
fino, porque no acudí
a Circe, con eso propio
te convenzo, pues que tú
acudiste a sus enojos
y ya te mostraste amante.

ARSIDAS:

Si las nobles leyes noto
de caballería, acudir
a las damas es forzoso,
y así, como caballero,
no como amante, socorro
a Circe.

ULISES:

En las de milicia
es ley siempre que arma oigo
acudir a tomar armas;
y así, con valor heroico,
yo, soldado y caballero
y amante, he acudido a todo.


ARSIDAS:

Ya sé que por la elocuencia
has de quedar siempre airoso;
que no heredaras de Aquiles
el grabado arnés de oro
si por el valor hubiera
de dársele a Telamonio.

ULISES:

El valor le mereció
y ahora verás si es forzoso,
pues desa voz en ofensa
el Flegra volará en polvo.

ARSIDAS:

Primero arderá en cenizas
con el fuego de mis ojos,
porque a los dos de Trinacria,
volcanes, se añadan otros.

CIRCE:

Pues, ¿qué es esto? ¿En mi presencia
sacáis el acero? ¿Cómo?

ARSIDAS:

Tu respeto me perdone.

ULISES:

Perdóneme tu decoro.

ARSIDAS:

Que no hay respeto con celos.


ULISES:

Ni decoro con oprobios.

LEBREL:

En mi vida me hallé en cena
que no parase en lo propio.

ULISES:

¡Aquí, de Grecia!

ARSIDAS:

¡Y aquí,
de Trinacria! Que aunque solo
me ves, mis vasallos son
estos brutos y estos troncos.
¡Fieras de Trinacria humanas,
dad a vuestro rey socorro!
(Salen todas las fieras y pónense al lado de ARSIDAS, y los griegos al lado de ULISES.)

ULISES:

Aunque a tus voces se muevan
mejor que al eco sonoro
de Orfeo, en troncos y fieras,
haciendo en ellas destrozo,
apuraré estas montañas
bruto a bruto y tronco a tronco.


(Riñen, y sale CLARÍN de mona.)

CLARÍN:

Entre griegos y animales
mal trabadas lides noto;
no sé a cuál debo acudir
porque, obligado de todos,
soy por una parte griego
y por otra parte mono.

CIRCE:

Pues no puedo reportaros
con mis voces, con mi asombro
podré. Los aires cubiertos
de vapor caliginoso,
segunda noche parezca,
ya tanto fracaso absortos
del embrión de las nubes
sean los rayos abortos;
y el sol y la luna hoy,
viéndose vivir tan poco,
piensen que el camino erraron
de sus celestiales tornos,
o que yo desde la tierra
apagué la luz de un soplo.
(Truenos y granizo, y escurécese el tablado, y riñen a escuras.)

ARSIDAS:

¿Adónde, Ulises estás?

ULISES:

Con mi acero te respondo.


(Pelean a escuras.)

FLÉRIDA:

¡Qué pena!

CASIMIRA:

¡Qué ciego abismo!

ARQUELAO:

¡Qué llanto!

CLORI:

¡Qué triste enojo!

ANTISTES:

¡Qué escura noche!

CLARÍN:

¡Ah, señores!
¿Somos griegos o qué somos?

LEBREL:

En tanto que todos andan
tropezando unos con otros...

CLARÍN:

En tanto que cada uno
busca de escaparse modo...

LEBREL:

...yo a la mesa me remito.

CLARÍN:

Y yo a la cena me acojo.


(Suben sobre la mesa y abrázanse uno con otro.)

LEBREL:

Pero, ¿qué es esto? Un león
dio conmigo.

CLARÍN:

Mas, ¿qué toco?
Conmigo ha dado un gigante.

CIRCE:

¡Húndase este suelo todo
y ponga paz la distancia!

CLARÍN:

¡Todo se hunde con nosotros!
(Húndese la mesa y los dos graciosos sobre ella, y con la batalla, a escuras, se van todos.)