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El porvenir

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El porvenir
de Olegario Víctor Andrade


I


¡Visión del porvenir! Nube de gloria
que en el confín lejano te levantas,
que flotas como enseña de combate
y alumbras y perfumas como el alba.

¡Visión del porvenir! Dulce sirena,
que en el silencio de la noche cantas
los himnos de la mar, cuando despierta
estremecida en brazos de la playa.

¡Visión del porvenir! Pálida estrella,
hermana del misterio, que desatas
los rayos de la fe, gotas de vida
en los lóbregos senos de mi alma!

Tú que pasaste rápida a mi vista
en los alegres días de la infancia,
que enjugaste la lágrima de fuego
que surcaba mi rostro en la desgracia;

Tú que al lanzarme a la revuelta arena
me hablaste de la gloria y la esperanza,
y al caer en la lucha del destino
retemplaste mis fuerzas desmayadas;

Para subir a la empinada altura
ven a prestarme tus potentes alas,
aquellas alas con que el genio suele
trepar de Dios a la mansión sagrada!

Sopla el aliento de la fe en mi pecho,
para ascender a la áspera montaña,
para colgar el nido de mis sueños
en las arrugas de su frente calva.

Sopla el aliento de la fe en mi pecho,
donde otra vez relampagueó su llama ;
¡visión del porvenir! dame tu mano,
quiero seguir las huellas de tu planta.


II


Ya estoy sobre la cumbre solitaria,
la cumbre que soñé con loco anhelo;
ante este altar gigante de granito
    voy a alzar mi plegaria,
que en alas de huracán subirá al cielo ;
a cantar a la patria y a la gloria,
    a Dios y al infinito!
Y al compás del torrente que desciende
    con paso soberano,
a preludiar los salmos del profeta
que oirá el cóndor, mi hermano !

¡Ya estoy sobre la cumbre! Como ruedan
los ríos por las ásperas laderas,
lágrimas del abismo que recogen
en su seno temblando las praderas ;
veo rodar los años y los hombres,
que siguen como séquito de gloria,
rasgando los harapos de sus nombres
el ataúd gigante de la historia.

Allá van en vorágine espantosa
apóstatas, verdugos y tiranos;
la libertad, arcángel del futuro,
les marca con su espada luminosa;
    los pueblos soberanos
    se lanzan a la arena,
teñida con la sangre de los bravos,
y forjan con fragmentos de cadena
el hierro vengador de los esclavos !

¡Allá van! Opresores de la tierra,
    vencidos de la idea,
fantasmas de la noche, de la historia
que un nuevo sol clarea!
¡Se alejan! como nubes apiñadas
que arrastra el huracán sobre la esfera
cuando desata en la extensión vacía
su negra y polvorosa cabellera !

Apostatas, verdugos y tiranos
que hicieron al derecho ruda guerra,
van a dormir el sueño del olvido
envueltos en sus sábanas de tierra!
    y la palabra viva,
el verbo de la fe republicana,
    anunciará a los orbes
que asoma en el Oriente la mañana
de paz y libertad, y que terminan
    las bárbaras peleas
y se abrazan las razas redimidas
sobre el sagrado altar de las ideas!
Un pueblo va adelante en el tumulto
de la cruzada audaz; un pueblo grande
a quien dió Dios la Pampa por alfombra
    y por dosel el Ande!
Espejo son de su gigante talla
    los ríos como mares,
y marcos del cristal de sus corrientes
las frondas de las selvas seculares!

Brilla en su frente el sello prodigioso
de la elección de Dios; tiene en su seno
el afán infinito del progreso,
el amor del ideal, la fe del bueno!

    Infatigable avanza,
en pos de sus destinos soberanos,
viajero de inmortales esperanzas,
da a los pueblos el ósculo de alianza,
y los saluda en el derecho hermanos!

    No hay freno a sus antojos
ni valla a su ambición; ámbito inmenso
descorre el porvenir ante sus ojos;
le da la gloria embriagador incienso,
    y postrados de hinojos
los déspotas del mundo ante su planta
    reniegan del pasado,
y en vez de maldecirlos, los levanta
por la fe y el amor transfigurados.

¡ Es mi patria ! ¡ mi patria ! Yo la veo
a vanguardia de un mundo redimido,
de un mundo por tres siglos amarrado,
que cual bajel en mar desconocido
rompiendo las cadenas del pasado,
    se lanza con audacia,
cargado de celestes esperanzas,
al puerto de la santa democracia !
Es su bandera aquella que flamea
en las rocas del Cabo seculares,
la que lleva a una raza esclavizada
la luz de libertad de sus altares;
la que preside el colosal concierto
de la conciencia humana emancipada
mientras rueda a sus pies el tronco yerto
del fanatismo vil, que en hora impía
la mantuvo en sus brazos sofocada!


III


¡Visión del porvenir! ¡Débil mi acento
cantar no puede lo que siente el alma!
¡Yo soy el ave que a gemir se atreve
entre la ronca voz de la borrasca!

¡Dios solo sabe si podré algún día
trepar las cumbres y pulsar el arpa!
¡Me falta voz, pero me sobra aliento,
¡Oh! ¡quién tuviera tus potentes alas!