El sombrero de tres picos (1874)/Capítulo I

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época

EL SOMBRERO DE TRES PICOS.


I.

De cuándo sucedió la cosa.

Comenzaba este largo siglo, que ya va de vencida.—No se sabe fijamente el año: sólo consta que era despues del de 4 y ántes del de 8.

Reinaba, pues, todavía en España don Cárlos IV de Borbon,—por la gracia de Dios, segun las monedas, y por un olvido ó gracia especial de Bonaparte, segun los boletines franceses.—Los demas soberanos europeos descendientes de Luis XIV habian perdido ya la corona (y el jefe de ellos la cabeza) en la deshecha borrasca que corria esta vieja parte del mundo desde 1789.

Ni paraba aquí la singularidad de nuestra patria en aquellos tiempos. El soldado de la revolucion, el hijo de un oscuro abogado corso, el vencedor de Rivoli, de las Pirámides, de Marengo y de otras cien batallas acababa de ceñirse la corona de Carlo-Magno y de transfigurar completamente la Europa, creando y suprimiendo naciones, borrando fronteras, inventando dinastias, y haciendo mudar de forma, de nombre, de sitio, de costumbres y hasta de traje á los pueblos por donde pasaba con su corcel de guerra como un terremoto animado, ó como el Antecristo, que le llamaban las potencias del Norte...—Sin embargo, nuestros padres (Dios los tenga en su santa gloria), léjos de odiarlo ó de temerle, complacianse aún en ponderar sus descomunales hazañas, como si se tratase del héroe de un libro de caballería ó de cosas que sucedian en otro planeta, sin que ni por asomos se les ocurriese que pensara nunca en venir por acá à intentar las atrocidades que habia hecho en Francia, Italia, Alemania y otros países. Una vez por semana (y dos á lo sumo) llegaba el correo de Madrid á la mayor parte de las poblaciones importantes de la Península, llevando siete números de la Gaceta, y por ellos sabian las personas principales (suponiendo que la Gaceta ha blase del particular) si existia un Estado más ó ménos allende el Pirineo, si se había reñido una batalla en que pcleasen seis u ocho reyes y emperadores, y si Napoleon se hallaba en Milán, en Bruselas ó en Varsovia... —Por lo demas, nuestros mayores seguian viviendo á la antigua española, sumamente despacio, apegados á sus rancias costumbres, en paz y en gracia de Dios, con su Inquisicion y con sus frailes, con su pintoresca desigualdad ante la ley, con sus privilegios, fueros y exenciones, con su carencia de toda libertad municipal ó política, gobernados simultáneamente por insignes obispos y poderosos corregidores (cuyas respectivas potestades no era muy fácil deslindar, pues unos y otros se metian en lo temporal y en lo eterno), y pagando diezmos, primicias, alcabalas, subsidios, limosnas y mandas forzosas, rentas, rentillas, capitaciones, tercias reales, gabelas, frutos civiles y hasta cincuenta tributos más, cuya nomenclatura no viene á cuento ahora.

Y aquí termina todo lo que la presente historia tiene que ver con la militar y política de aquella época; pues nuestro único objeto, al recordar lo que entónces sucedia en el mundo, ha sido venir à parar á que el año de que se trata (supongamos que el de 1805) imperaba todavía en España el antiguo régimen en todas las esferas de la vida pública y particular, como si en medio de tantas novedades y trastornos el Pirineo se hubiese convertido en otra muralla de la China.