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El truhán del cielo y loco santo/Acto III

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El truhán del cielo y loco santo
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

Sale JUNÍPERO, solo, como perdido.
JUNÍPERO:

  ¡Riscos que contra el cielo
levantando homenajes arrogantes
con las puntas de hielo,
os atrevéis a muros de diamantes,
raudal de plata, río!
¡Montes de Albernia, dadme al padre mío!
  ¡Valles adonde el viento
a bajar de profundo no se atreve,
y en dulce movimiento
baja en cristal la montañosa nieve
formando un claro río!
¡Montes de Albernia, dadme al padre mío!
  ¡Toda esta noche fría
busco, Francisco, tus dichosas plantas,
y me ha negado el día,
como no miro en tus estrellas santas,
la luz de quien confío!
¡Montes de Albernia, dadme al padre mío!
  ¡Ay, padre, qué olvidado
vivís de mí, como vivís agora
de un Rey siendo privado!
¡Názcame a mí también su hermosa aurora
en tan triste desvío!
¡Montes de Albernia, dadme al padre mío!
  Mas ¿qué es esto? ¿Qué veo?
¿No son plantas humanas las que miro
y las que ver deseo,
asidas casi al celestial zafiro,
sangrientas y llagadas,
y con tanta razón de mí estimadas?
  ¡El sayal santo agora
del hábito, descubro! ¿Si ha trocado
Cristo, que le enamora,
los vestidos también con su privado,
que de ver desconfío?
¡Montes de Albernia, dadme al padre mío!

(Con música se descubren el NIÑO JESÚS, de serafín, y SAN FRANCISCO bajando con llagas en pies, manos y costado, que serán cinco cordones o listones colorados; baja de rodillas sobre un torno cubierto, sin que se parezca; el NIÑO JESÚS queda arriba crucificado en la cruz y llagado; SAN FRANCISCO abajo; se cubre el NIÑO arriba, y JUNÍPERO se arrodilla a los pies de SAN FRANCISCO.)
JUNÍPERO:

  ¿De qué guerra, de qué asalto,
alférez de Dios, venís,
que tan justamente herido
vivo pudisteis salir?
¿Quién fue, capitán, de tantos
el valiente serafín
con quien os desafiasteis,
que volvéis hecho rubís?
¿Cinco heridas penetrantes
dan a un hombre sin morir?
Pues a nuestro General,
las cuatro le dieron fin.
¡Valeroso habéis estado!
¡Bien podéis ya combatir
con todo el cielo y el suelo,
luz de Italia, luz de Asís!
Desde hoy, nuestro Antonio santo,
¡qué envidioso ha de vivir,
pues sus quinas portuguesas,
en vos, Dios, trasladó ansí;
que aunque él sea de Lisboa,
a fe que podéis decir
que sois vos tan portugués
en el amar y el sentir.
Dejadme besar mil veces
esos pies: sembrad en mí
esos divinos claveles,
dulce afrenta del abril.

FRANCISCO:

Junípero, ¿es hora ya
de caminar?

JUNÍPERO:

Padre, sí.

FRANCISCO:

Vamos.

JUNÍPERO:

¿Dónde, padre nuestro?

FRANCISCO:

Para la vuelta de Asís.

JUNÍPERO:

Vamos, divino retrato
de Dios, que está hablando en ti
por pies, manos y costado.

FRANCISCO:

¡Muriendo voy!

JUNÍPERO:

¡Por vivir!

(Vanse, y entran CAMILO y CASANDRA.)
CAMILO:

  Después que sé de Alejandro
la resolución, Casandra,
la que has tomado no culpo;
pero no ha de ser con tanta
ventaja de nuestra afrenta,
dando al enemigo, causa
de mis agravios, la mano;
que esto solamente basta
a resolver de una vez
a Viterbo y toda Italia,
pues mi sangre es la mejor
de Venecia.

CASANDRA:

Es cosa clara,
señor; el desprecio pudo
en una mujer airada,
por vengarse, disponerse
a una hazaña tan rara;
yo soy Casandra, tu hija,
y no hayas miedo que haga
nada si no es con tu gusto,
aunque estoy determinada
de vengarme.

CAMILO:

Deudos tienes
en Viterbo que le igualan
a Alejandro en el valor,
con las mismas esperanzas:
elige, Casandra, en ellos
quién para esposo te agrada;
que yo sé que son los celos
quien mejor toma venganza.

CASANDRA:

Ni es tarde, ni tengo gusto
de estar tan presto casada,
porque te darán los cielos
para verlo vida larga.

CAMILO:

Ya, Casandra, poco a poco
esta pared vieja y flaca
se torna a la sepultura.

(Dice NARCISA dentro.)
NARCISA:

¿Compran natas, quieren natas?

(Entra AURELIO, criado.)
AURELIO:

¡Señor!

CAMILO:

¿Qué dices, Aurelio?

AURELIO:

Aquí fuera hablarte aguarda,
de la religión francisca
un fraile, de vida santa
al parecer.

CAMILO:

¡Si es Francisco,
que ha vuelto a honrar nuestra patria!

AURELIO:

No, señor, porque éste dice
que fray Antonio se llama
de Padua.

CAMILO:

Tengo noticia
también, por su santa fama,
de quién es; di que me espere,
porque donde está Casandra
no es bien recibir visitas.

(Vanse y queda CASANDRA sola, y sale NARCISA con una cestilla.)
NARCISA:

¿Quieren natas, compran natas?

CASANDRA:

¿Sois vos la que las vendéis?

NARCISA:

A su servicio.

CASANDRA:

No igualan
las natas a vuestro rostro.

NARCISA:

Adonde está vuestra cara,
miente el sol, la luna es fea,
las estrellas aldeanas.

CASANDRA:

¿De dónde sois, labradora?

NARCISA:

De Diana, esta cercana
aldea, cuyos pajizos
solares y humildes casas
ilustra el noble castillo
donde Nicolás se guarda
de los contrarios que tiene
en Viterbo.

CASANDRA:

¿Su vasalla
sois?

NARCISA:

Sí, soy, y a la fe
que es persona bien honrada,
no quitando lo presente;
que lo que al pobre le achacan
fue de puro bien querer;
y cuanto a mí, no me espanta
que de picado lo hiciese,
porque los celos abrasan.

CASANDRA:

Ya no debe de acordarse
de ella.

NARCISA:

¿Decís de Casandra?

CASANDRA:

De Casandra, pues.

NARCISA:

Ahora
más de sus memorias trata;
no debéis de saber bien
que es la ausencia, en quien bien ama,
despertador y verdugo.
Con las memorias pasadas,
allá tiene su retrato,
que a la fe que no le falta,
aunque lo lloramos todos
por ídolo en nuestras andas
y le adoremos después.

CASANDRA:

No hay mujer tan olvidada,
que sabiendo que la quieren
no agradezca con el alma.
(Aparte.)
Ya me da cuidado este hombre
que antes enfado me daba,
porque quiere con firmeza;
que es la ley de amor.

NARCISA:

¡Qué falsa
la señora está conmigo,
como si de allá a su casa
informada no viniera!

CASANDRA:

Ven acá.

NARCISA:

¿Qué es lo que manda
su mercé?

CASANDRA:

¿Acaso conoces
en Viterbo a esa Casandra?

NARCISA:

Más que a vos; pero si yo
doy con ella una mañana
de las que vengo a Viterbo,
como veis, a vender natas,
tengo de darle un papel
que traigo aquí. Enhoramala
pague a quien la quiere bien;
yo estoy de prisa, y me faltan
muchas natas que vender.
Adiós.

CASANDRA:

Espera, aldeana.

NARCISA:

¿Qué mandáis?

CASANDRA:

¡Confusa estoy!

NARCISA:

¿Qué decís?

CASANDRA:

¿Cómo te llamas?

NARCISA:

Narcisa, a vuestro servicio.

CASANDRA:

Adiós, pues.

NARCISA:

Adiós.

CASANDRA:

Aguarda:
de prisa estás.

NARCISA:

¿Qué queréis?
Que estoy aquí sin ver nada.

CASANDRA:

¿Quieres mostrarme el papel
que llevas para Casandra?

NARCISA:

Por daros, señora, gusto,
aunque el secreto me encargan,
veisle aquí.

CASANDRA:

Vuelve, Narcisa,
por la respuesta mañana.

NARCISA:

¿Luego vos Casandra sois?

CASANDRA:

Yo soy, Narcisa, Casandra,
y quien regalarte piensa.

NARCISA:

¡Hablarais para mañana!

CASANDRA:

Lo que pude, resistíme:
calla.

NARCISA:

Y yo adrede os dejaba,
dándoos como a pez anzuelo,
hasta asiros las agallas
¿No soy famosa alcahueta?

CASANDRA:

Ya a la fama te adelantas

NARCISA:

Después que preñada estoy,
he dado, en cosas tan flacas,
y es antojo de mujeres,
porque no hay cosa que hagan
con más gusto todas.

CASANDRA:

Vete.

NARCISA:

Decidme, hermosa Casandra,
¿darémosle buenas nuevas?

CASANDRA:

No puedes dárselas malas,
pues que su papel recibo.

NARCISA:

Si a vos os llaman ingrata,
no saben lo que se dicen.
Adiós.

CASANDRA:

Hermosa aldeana,
adiós, y mañana espero.

NARCISA:

¿Compran natas, quieren natas?

(Vase NARCISA.)
(ALEJANDRO sale, y abre CASANDRA el papel.)
CASANDRA:

Rabiando estoy por saber
lo que me escribe.

ALEJANDRO:

¡Oh, Casandra!
¿Dónde está el señor Camilo?

CASANDRA:

No sé; preguntaldo en casa.

ALEJANDRO:

Aguardad.

CASANDRA:

Tengo que hacer.

(Entrase, y al entrar deja caer la carta.)
ALEJANDRO:

¡Qué celosa, qué picada
está! No hay mujer ninguna,
por más cuerda, por más casta,
que su desprecio no sienta.
Pero al volver las espaldas,
un papel se le ha caído,
quiero ver; que será carta
que a su padre le han escrito
de Venecia o de Ferrara,
y ella responde por él,
como ya al viejo le faltan
memoria y vista. Mas esta
letra que miro, o me engaña
el alma, es de Nicolás.
Medroso de la venganza,
debe escribir a Camilo
sobre concierto; mas carta
sin firma, no puede ser.
(Lee:)
Yo leo: «Hermosa Casandra:
Perdón hallan fácilmente
las culpas de amor causadas.
Con vos, dicen hasta ahora
que Alejandro no se casa,
sólo en razón de la ofensa
que os hice, hermosa Casandra.
Mirad la satisfacción
que importa más; que aquí aguarda
para vuestro esposo un hombre
que os tiene rendida el alma,
y en la fineza de amor
su inmortalidad iguala.
Dios os guarde más que a mí.
del castillo de Diana,
el que es vuestro más que suyo.»
¡Qué veneno de palabras
os han despertado, celos!
¡Papeles tiene Casandra
de un traidor! Mas es mujer
que quiere tomar venganza.

(Entra CASANDRA.)
CASANDRA:

Alejandro, ese papel
es mío, que cuando entraba
se me cayó, como veis:
mostralde.

ALEJANDRO:

¡Casandra ingrata!
¿Con tan loco atrevimiento
vuelves a mí?

CASANDRA:

¿Qué te espanta?
Si es Nicolás mi marido,
o lo ha de ser.

ALEJANDRO:

¡Basta, basta;
que es bala tu infame lengua,
y con el aire me mata!

CASANDRA:

Pues ¿tú lo sientes?, ¿por qué?

ALEJANDRO:

Eres mi prima, Casandra,
y no has de hacer...

CASANDRA:

No atribuyas
los sentimientos del alma
a parentescos del cuerpo,
que son apariencias falsas;
que para que mis intentos
supieses, dejé esa carta,
cuando me entraba, al descuido.

(Dale la carta.)
ALEJANDRO:

¡Toma, enemiga. Y mal haya
quien celos de ti tuviere
porque no tomes venganza!

CASANDRA:

Pues guárdete Dios.

ALEJANDRO:

¡Espera,
que bebo veneno y rabia
por los ojos!

CASANDRA:

Eso mismo
de tu presencia me aparta
que temo a los basiliscos
con notable extremo.

ALEJANDRO:

¡Aguarda!

CASANDRA:

Viene mi padre, y no quiero
perder a sus nobles canas
el respeto que las debo,
con tus locuras.

(Vase.)
ALEJANDRO:

¡Mal haya
quien queriendo, en el honor
ni en intereses repara!
¡Mal haya, amén, el respeto
del que con acuerdo guarda,
para la razón de estado,
un aposento en el alma,
y quien lo que quiere bien,
ciegamente no idolatra!
Ya no me quejo de celos;
quiero, a pesar de Casandra,
que mi casamiento tenga
efeto, y después dejalla,
con que quedo satisfecho,
pues quedaré en su venganza
libre de los celos míos
y vengado con ventaja:
al padre quiero pedirla.

(Entran FRAY ANTONIO DE PADUA y CAMILO.)
FRAY ANTONIO:

Diéronme el hábito en Padua
y aunque es mi patria Lisboa,
la mejor ciudad de España
y de la Europa también,
insigne en letras y en armas,
como aquella donde empieza
un hombre a vivir es patria,
y en Padua empezó mi vida
porque a Dios renací en Padua,
con su nombre me apellido.

CAMILO:

El vuestro es honra de Italia
y del mundo juntamente.

FRAY ANTONIO:

Bien está: dé la su gracia
Dios, como puede, que es prenda
de aquel bien que nos aguarda.
Adiós.

(Vase.)
CAMILO:

¡Qué humildad! ¡Qué ejemplo!
¡Oh! ¿Alejandro en esta casa?
Novedad me ha parecido.

ALEJANDRO:

No ha sido olvido ni falta
de la voluntad que os debo:
por obligaciones tantas
que no refiero, yo estoy,
porque idolatro en Casandra,
determinado, Camilo,
pues me obligan causas tantas,
de tomar la afrenta vuestra
sobre mí toda, y nombralla
desde hoy por mi esposa.

CAMILO:

El cielo
os guarde; pero Casandra
tiene ya, Alejandro, dueño,
y fray Antonio de Padua
que es este fraile francisco
que de aquí se va, la casa
de su mano, y me parece
estará bien empleada.
Y tengo, como es razón,
de Casandra confianza,
que querrá lo que yo quiero,
que no querrá que con mancha
tengáis hijos que os hereden.

(Vase CAMILO.)


ALEJANDRO:

¡Que fue mi desdicha tanta!
Esta respuesta es castigo
de mi atrevida arrogancia.
¡Loco de celos estoy!
¡Ya estarás, mujer, vengada!
¡Vive Dios, he revolver
a Viterbo, a Italia, a Francia,
y con otro que Alejandro
no ha de casarse Casandra!

(Vase, y sale JUNÍPERO con SAN FRANCISCO a cuestas.)
FRANCISCO:

  Ya estamos cerca de Asís:
póngame en el suelo.

JUNÍPERO:

El suelo
vuelven vuestras plantas cielo
cuando, en él las imprimís.
  ¡Quién tanta dicha tuviera,
que pusiera en él la boca,
porque la tierra que os toca,
es abril, es primavera!
  Aunque venís todo el día
en mí, satisfecho estoy
que vendréis mal, porque soy
bellaca caballería;
  y como venís llagado
trujereis clavos, sirvieran
de espuelas que me metieran
en paso más asentado.
  Buscad, Francisco, un azote
si queréis ir al lugar,
que como estoy por domar,
tan grande bestia, ando al trote;
  que no hay ya que hacer, sospecho,
aquí; pues habéis llegado
donde os habéis apeado:
voyme al establo derecho.

FRANCISCO:

  Junípero, vuelva acá,
que su ayuda es menester;
que no me deja poner
el cielo en el suelo ya
  estas divinas señales,
porque aunque se las dió el suelo
a Cristo, las tomó el cielo
por blasones celestiales;
  pero un jumento está allí
en aquel álamo atado
paciendo la grama al prado;
tráigamele, padre, aquí,
  que en él entrare mejor
llevándomele del diestro.

JUNÍPERO:

¿No está mejor, padre nuestro,
pues Junípero es mayor,
  honrarme y entrar en mí
en Asís, pues no hay jumento
que mejor sepa el convento?

FRANCISCO:

Padre, obedezca.

JUNÍPERO:

Sea ansí,
  pues nunca sé obedecer
y un Lucifer siempre soy;
por el jumentillo voy,
aunque deje de pacer.

(Vase.)


FRANCISCO:

  Ya, Señor, que me convida
el amor que en vos me inflama,
la vida eterna me llama
en la muerte de la vida.
  En Asís vengo a morir,
que este vuestro gusto ha sido;
en lugar donde he nacido,
al morir nazca a vivir.
  Asís fue la luna mía,
y para el último paso
ha de ser, siendo mi ocaso,
Oriente al eterno día,
  cuyo esplendor soberano
nunca le toca Occidente.

(Sale JUNÍPERO con un pollinito.)
JUNÍPERO:

Ya está aquí, muy obediente,
el jumento, nuestro hermano.
  Y pues no le satisfizo
mi jumental proceder,
espere; que quiero ser,
padre, su caballerizo.
  Déme el pie: ¡pluguiera a Dios
se me quedara en la mano
algún rubí soberano
de los que tiene en las dos!
  Que entre cinco, no le hiciera
uno falta; pues quedaba
con cuatro, y el que me daba,
de sortija me sirviera.
  Que por estrellas ni luna,
ni por todo el arrebol
no le trocara del sol,
ni por imagen ninguna.
  No hay obra ni hay movimiento
en que a Dios no remedéis,
y ahora le parecéis
subido en ese jumento;
  pues ya que en Asís entramos,
a Cristo en vos todos ven
cuando entró en Jerusalén
el domingo de los Ramos.
  No falta sino salir
gente de Asís que os reciba
con cedro, palma y oliva,
y con capas a cubrir
  por donde el jumento vuestro,
Francisco, ponga los pies;
que es honrar propio interés,
al discípulo el maestro.
  Ya vuestro vivo retrato
es de Dios original;
pero si no pienso mal,
aunque soy un mentecato,
  toda la gente de Asís,
porque a lo que he dicho iguale,
con música y ramos sale:
Francisco, ¿no lo advertís?
  Y echan capas por el suelo,
porque, puesto que sois hombre,
no más venís en el nombre
del original del cielo.

(Salen MÚSICOS cantando, y todos los que pudieren echando capas por el suelo y ramos; pase SAN FRANCISCO llevando del diestro al pollino.)
MÚSICOS:

  Venga con el día
el alegría,
y con el albor,
el divino retrato del Redentor.
Francisco y sus llagas
norabuena vengan;
Francisco con ellas,
que son cinco estrellas
que al sol desafían.
Venga con el día
el alegría, (etc.)
  Venga a Asís Francisco
con sus llagas cinco
a hacer con sus ramos
domingo, de Ramos,
pues que le esperamos
con palmas y olivas.
Venga con el día
el alegría,
y con el albor,
el divino retrato del Redentor.

(Entranse todos, y salen FRAY ANTONIO y NICOLÁS.)
FRAY ANTONIO:

  Con estos casamientos quedan todos,
de Viterbo, los bandos acabados,
y la Marca de Ancona juntamente;
que no pudo tener medio ninguno
el enojo pasado, como es éste,
ni otra satisfacción éste que llama
Camilo agravio, y él tomó a su cuenta
y yo también, porque en aquestas cosas
son en las que se sirve Dios; y nuestro
padre generalísimo, Francisco,
desde Venecia me llamó a este efecto
cuando dejó a Viterbo con Junípero.
Vos, señor Nicolás, dad a los cielos
las gracias que debéis, y ellos os guarden;
que he de volver aquesta tarde misma
a Viterbo.

NICOLÁS:

Dejad, divino Antonio,
que bese vuestros pies y vuestras manos
por las mercedes que de vos recibo;
que sólo vos, por español, pudiérades,
y después de español, por ser tan noble
y portugués, tener valor tan grande,
que diese fin a cosas tan difíciles.

FRAY ANTONIO:

Rendid a Dios las gracias del suceso,
como causa primera de las causas;
que yo soy sólo el instrumento en esto,
y no hay humana fuerza poderosa
a disponer los ánimos humanos,
sin que venga de arriba,

NICOLÁS:

Así lo creo;
pero yo estimo en vos, padre, el deseo;
hoy, señor, si con vos mis ruegos pueden,
habéis de ser mi huésped.

FRAY ANTONIO:

Yo recibo
la merced que me hacéis, mas es forzoso
dar la vuelta a Viterbo, aunque en Diana
quiero por vos entretener el día
visitando los pobres, y sabiendo
de las necesidades de la villa,
a las que es justo que acudáis, pues debe
cualquier señor a sus vasallos esta
obligación, después de la que tiene
por la ley celestial establecida;
que estas cosas dan gracia y nueva vida.

NICOLÁS:

Divino portugués, enamorado
de las cosas de Dios, mi hacienda es vuestra,
yo os doy plenaria comisión en todo,
para poder hacer a vuestro gusto.

FRAY ANTONIO:

No quiero todo yo, sino lo justo

(Vase.)
NICOLÁS:

¡Qué divinos soldados va juntando
Francisco en el ejército que forma
de su sagrada religión! ¡Narcisa!

(Sale NARCISA.)
NARCISA:

Mi alegre risa de tu bien te avisa;
dame albricias.

NICOLÁS:

Al fin papel tenemos.

NARCISA:

Quieres adivinar sin darme albricias,
que aún ése tienes de Francisco y todo
que quieres ver si puedes, deseando
el gusto que tuviste y que procuras,
ahorrar el ser agradecido.

NICOLÁS:

Acaba,
que por albricias deste bien es poco
darte a Diana y yo volverme loco.

NARCISA:

Toma.

NICOLÁS:

¿Es posible que en mis manos veo
un papel de Casandra? No te espantes
de verme hacer locuras semejantes
que esto es poco en amor que amando un hombre,
si consigue algún próspero suceso,
no se celebra con perder el seso.

NARCISA:

Abre el papel y mira lo que escribe;
que no imagino que tu amor admite
con tanto extremo.

NICOLÁS:

Dice desta suerte;
mas no hay en él más que el renglón primero.

NARCISA:

En muy buen punto están las cosas tuyas:
si lo adviertes, en él te desafía.

NICOLÁS:

 (Lee.)
«No se canse quien ve que no soy mía.»
¿Qué tiene que ver esto con decirme
Narcisa, que agradece mis deseos?
Pues cuando mi esperanza confiaba
mil favores dichosos de su boca,
a decir sólo en un papel me envía:
«No se canse quien ve que no soy mía.»
¿Qué es esto? ¡Loco estoy!

NARCISA:

Yo imaginara
que es sueño lo que escucho; agora digo
que no podrá entendernos el demonio.

NICOLÁS:

¿Qué importa que su padre facilite
por fray Antonio el casamiento mío,
si gobierna Alejandro su albedrío?
Pues ¡vive Dios, que no ha de ser su dueño
o se ha de ver Viterbo hecho ceniza,
como Troya se vió!

NARCISA:

Quiero dejarte,
pues sin traerte cosa que te importe,
por malas nuevas te he pedido parte.

(Vase NARCISA, sale el DEMONIO en hábito de caballero.)
NICOLÁS:

¿Tanto, Casandra, ha de durar la tema
de ser conmigo ingrata eternamente,
que no es ingratitud, sino porfía?
(Lee.)
«No se canse quien ve que no soy mía.»
¡Letra, veneno sois!

DEMONIO:

Solo ha quedado,
y ésta es buena ocasión.

NICOLÁS:

¿Quién es?

DEMONIO:

Un hombre,
Nicolás, que ha de ser en todo aquello
en que corriere tu opinión y vida
riesgo, aviso a tu valiente pecho,
aficionado sólo por tu fama,
que aunque no me conoces, el que tienes
al lado siempre, y va en tu compañía,
no es tan amigo como yo.

NICOLÁS:

¿Quién dices?
Que nadie está a mi lado que lo sea.

DEMONIO:

Pues si del lado tuyo te faltara
el angélico espíritu que el cielo
te dió para tu guarda, no te hubieras
perdido en infinitas ocasiones.

NICOLÁS:

Tienes razón.

DEMONIO:

Y sóbranme razones.

NICOLÁS:

¿De qué, en efecto, vienes a avisarme?

DEMONIO:

De que a matarte viene de Viterbo
un hombre de valor, que disfrazado,
éntrase vil; promete tu cabeza,
quemando tu castillo a tus contrarios,
porque de las fingidas paces hechas
no te fíes, en efecto;
para que lo conozcan, en llegando
al castillo de Diana, los que guardan
con tanta vigilancia tu persona,
registrarán primero el sol y el viento;
estas sus señas son, estáme atento:
mozo es primeramente, y de mediana
estatura, de hermoso alegre rostro;
viene descalzo casi, solamente
traerá un capote de dos faldas, roto,
sobre un blanco calzón hecho pedazos;
finge ser simple, que de casa en casa
limosna va pidiendo, y trae debajo
del capote de sayal una alesna,
con que, quedando en tu castillo a solas,
piensa una noche darte muerte aleve;
trae yesca, pedernales, eslabones
Con que poner después fuego al castillo.

NICOLÁS:

¿Cómo pudiste descubrirle, amigo?

DEMONIO:

Intentando que yo le acompañase.

NICOLÁS:

A pagarte el aviso estoy dispuesto,
pues me has dado la vida.

DEMONIO:

Solamente
quiero por premio que mi amigo seas.

NICOLÁS:

¿Cómo te llamas?

DEMONIO:

Has de perdonarme,
que no puedo decirte el nombre ahora:
(Aparte.)
la cama he hecho al simple de Junípero
para que Nicolás le dé la muerte.
porque viniendo desde Asís ahora
a Viterbo, le han puesto, de la suerte
que a Nicolás he dicho, en el camino,
unos salteadores ayudados
de mi infernal espíritu: ya pienso
que ha llegado a las puertas del castillo,
y pidiendo limosna ha de entrar dentro
donde la muerte lo saldrá al encuentro;
que desta suerte he de quedar vengado
deste truhán que a Dios gusto le ha dado.

NICOLÁS:

 (Vase.)
  En notable confusión
este aviso me ha metido,
aunque parece que ha sido
más que hombre humano, ilusión;
  que se me erizó el cabello
al despedirse, y me ha dado,
negarme el nombre, cuidado;
no sé qué imagino de ello:
  ponerle en prisión será
razón de estado, por ver
si esto verdad viene a ser,
porque éste indicios me da
  que con esto me ha querido
asegurar. ¡Hola, Octavio,
Laurencio, Pompeyo, Fabio!

(Salen FABIO y OCTAVIO, criados.)
FABIO:

¿Qué mandas?

NICOLÁS:

¡Industria ha sido!
  A un hombre que por aquí
ahora salió, prended,
y diligencia poned.

FABIO:

¿Hombre salió ahora?

NICOLÁS:

Sí.
  ¿No le viste?

OCTAVIO:

No ha salido
otro hombre que fray Antonio.

NICOLÁS:

O fue sombra, o fue demonio.

FABIO:

Todo lo puede haber sido,
  pues no le vimos salir.

NICOLÁS:

Algún ángel fue que quiso
sin duda darme este aviso,
y no me quiso decir
  el nombre.

OCTAVIO:

¡Extraño suceso!

(Sale JUNÍPERO como le pinta el DEMONIO.)
JUNÍPERO:

¿Hay limosna por acá,
hermanos, para quien va
camino, pobre y sin seso?
  Y pues los trabajos son
contra el mundo y Satanás,
esperar en Dios no más.

NICOLÁS:

¡Hola! Poned en prisión
  a ese hombre.

JUNÍPERO:

Si fue delito
pediros limosna es justo;
pues ¿no os doy en eso gusto?

NICOLÁS:

No pienses que el sobrescrito
  de la simpleza fingida,
y pobreza juntamente,
te ha de salvar.

JUNÍPERO:

Cuando intente
quitarme, hermano, la vida,
  hará muchísimo menos
de lo que merezco yo.

NICOLÁS:

Hipócrita está.

JUNÍPERO:

Eso no;
que están los infiernos llenos
  de esa gente sin provecho
para sí ni para Dios,
ni aun para el diablo, y vos
pensáis mal.

NICOLÁS:

Miralde el pecho,
  que el traidor tiene escondidas
armas en él contra mí.

JUNÍPERO:

Bellacas entrañas sí,
aunque no entrañas fingidas;
  ¿yo armas, hermano rico?
Aunque las he menester
contra el infernal poder
las del cristiano le aplico;
  que es la cruz divina espada
con que Dios venció a la muerte
y al infierno, y desta suerte
no me puede vencer nada.

FABIO:

  Una alesna tiene aquí,
pedernales y eslabón
y yesca.

(Quítaselo todo.)
NICOLÁS:

Testigos son
de su traición contra mí;
  que éste a matarme ha venido
de Viterbo.

JUNÍPERO:

Rico hermano,
si Dios de su santa mano
me dejara, hubiera sido
  abrasar el mundo, poco.

NICOLÁS:

No te pienses escapar
y tu delito pagar
con fingirte tonto y loco;
  que en un potro te he de hacer
confesar la verdad toda.

JUNÍPERO:

Eso es lindo pan de boda:
mandalde luego traer;
  aunque sea por domar,
no importa nada; corredme
y arrastradme, mas hacedme
merced de volverme a dar
  esa alesna con que doy
puntos a aquel mi calzado,
y con la alesna y recado
de madrugar, porque soy
  un dormilón, que primero
sucede encender el sol
la yesca de su arrebol
para los del mundo entero,
  que yo haberme levantado.

NICOLÁS:

Bonos dixi : malos son.

JUNÍPERO:

Soy famoso remendón,
aunque necio y descuidado.
  Mi alesna me vuelva a dar,
que es mis manos y mis pies,
pues nadie de todos es
zapatero del lugar,
  ella también.
¿Gustáis, hermano Pilatos,
que os remiende los zapatos,
aunque más rotos estén?
  Descalzaos y veréis
qué piezas y qué tacones
os echo y dos mojicones
quiero que en pago me deis;
  que sé que los sabéis dar
mejor que limosna.

NICOLÁS:

Aquí
vendrá el potro.

JUNÍPERO:

Sí, sí, sí.

NICOLÁS:

Y os hará confesar.

JUNÍPERO:

  A fe que lo he menester,
que soy un gran pecador.

NICOLÁS:

Aunque encubrirte, traidor,
procuras, no has de poder,
  por más que de tus quimeras
se valga tu aleve pecho,
que de tu lengua a despecho,
te ha de hacer aunque no quieras,
  decir la verdad aquí,
en el tormento.

JUNÍPERO:

Mirad:
para decir la verdad
no es menester darme a mí
  tormento.

NICOLÁS:

Pues dila.

JUNÍPERO:

Digo
que hay muerte, y a quien tal haga,
que pena eterna le amaga,
que es Dios bueno y que es mi amigo,
  y de todos lo será
si ellos lo quisieren ser;
que su infinito poder
para todo el mundo está
  de par en par tan abierto,
que tiene roto el costado
porque el pecho enamorado
pueda estar más descubierto.

NICOLÁS:

  No es eso, lo que te pido,
aunque esas verdades son:
confiesa con qué intención
a mi castillo has venido.

JUNÍPERO:

  A matalle y abrasalle
si Dios me dejara, hermano,
de su poderosa mano.

NICOLÁS:

No hay con aquesto que dalle
  tormento, pues la verdad
tan de plano ha confesado.

JUNÍPERO:

Y fuera menor pecado
esto en mi mucha maldad,
  porque no dejara aquí
a un hombre con vida apenas,
ni en Diana dos almenas,
y cuando no fuera ansí,
  por otros muchos delitos
morir merezco ahorcado,
hecho cuartos y arrastrado,
porque son más que infinitos:
  mandadme, hermano, ahorcar;
que por merced os lo pido.

FABIO:

El mismo se ha convencido:
no tiene que sustanciar
  más el pleito, pues el cargo
él mismo se ha estado haciendo.

NICOLÁS:

Colgarle, Fabio, pretendo
sin admitirle descargo;
  llevalde a la torre preso:
aviso fue soberano.

JUNÍPERO:

Por el bien que me hace, hermano,
los pies mil veces le beso,
  hágame luego ahorcar;
que los pies me están comiendo
por verme cómo pretendo
en tan dichoso lugar;
  que a las horcas les hacía
con santa y cuerda prudencia,
particular reverencia
un monje, porque decía,
  que eran allí castigados
los delitos con perdón
de cielo y tierra, que son
sillas de redentizados.
  Ahórqueme, que deseo,
hermano, predestinarme,
mi alesna vuelvan a darme
y lo demás, que pues veo
  cercana la muerte mía,
es justo y cristiano intento,
de todo hacer testamento,
y alguna manda podría
  ser que le quepa también
al hermano Nicolás,
de que no pienso jamás,
pues recibo tanto bien
  como es mandarme ahorcar,
olvidarme cuando esté
con Dios, porque Dios le dé
lo que hemos de desear,
  que es buena muerte, y depare
quien le ahorque como a mí
también.

NICOLÁS:

¡Llevalde de ahí!

JUNÍPERO:

Hermano, el cuerpo prepare,
  pues para morir nació;
agradezca su ventura
que muera sin calentura,
sin temer si se sangró
  en tiempo, si se ha purgado
en ocasión, si ha dormido,
si ha comido, si ha bebido,
y se excusa del enfado
  del boticario y barbero
y del médico, que son
los que en la mortal pensión
hacen la guerra primero,
  pues que todos matan bien
cuando aplican más regalos,
y al fin, sirviendo de palos,
ahorcan éstos también;
  yo en otros tres palos muero;
que el colgado de ordinario,
acaba entre el boticario,
el médico y el barbero.

NICOLÁS:

  ¡Llevalde!

JUNÍPERO:

Ya yo trabajo
por mi fin dichoso ver;
que es grande gusto saber
al cielo por el atajo.

(Llevan a JUNÍPERO.)
NICOLÁS:

  ¿Hase visto semejante
hombre jamás, ni valor?
Siempre se encubre el traidor
con máscara de ignorante.
  Así, Alejandro procura
mi mal, Camilo me engaña,
y Viterbo se conjura.
  Hoy pienso de su traidora
intención quedar vengado.

(Entra OCTAVIO.)
OCTAVIO:

De un coche se han apeado
Camilo y Casandra agora,
  y quieren verte.

NICOLÁS:

¿Qué dices?

OCTAVIO:

Esto que escuchas no más.

NICOLÁS:

Con las nuevas que me das,
mis sucesos contradices,
  y hoy otros nuevos espero;
mas pues en Diana están,
ningún recelo me dan:
ir a recibirlos quiero.

(Sale ALEJANDRO en hábito de villano, y SAN ANTONIO tras él.)
FRAY ANTONIO:

  ¡Ah caballero! ¡Ah, señor!
¡Ah, señor! ¡Ah, caballero!
¡Ah, hermano, a quien digo aguarde,
que por merced se lo ruego!

ALEJANDRO:

¿A mí, padre, me llamáis?

FRAY ANTONIO:

A vos os llamo

ALEJANDRO:

No puedo
responderos, padre, al nombre
de señor ni caballero,
porque soy un labrador.

FRAY ANTONIO:

Que sembráis malos intentos
pensando coger venganzas
de vuestros ciegos talentos;
guardaos, labrador, del trillo,
de la muerte; que os prometo
que os dejen limpia la parva
las hormigas del infierno.
A Camilo y a Casandra
habéis venido siguiendo,
con intención de matar,
con ese traje encubierto,
a Nicolás esta noche;
pero no permita el cielo
que tenga vuestra venganza
tan duro y sangriento efecto;
que es del cielo voluntad
que con estos casamientos
tengan fin dichoso ya
los bandos que hay en Viterbo.
Y queda del honor suyo
también Camilo con esto,
para con la ley del mundo
justamente satisfecho.
Esto me mandó que os diga
Dios, a quien nada hay secreto,
porque es soberano lince
de todos los pensamientos.
Vuélvete, Alejandro, y mira
no te castigue.

ALEJANDRO:

Del pecho,
me ha sacado el corazón,
y sólo volverme quiero
darle por respuesta.

FRAY ANTONIO:

¡Dios
te dé su gracia y el cielo!

ALEJANDRO:

¡Después, portugués divino,
de buscarte te prometo!

(Vase.)
(Entra LAURO, labrador.)
LAURO:

Padre nuestro fray Antonio
pues que de piadosos pechos
es oficio el acudir
a semejantes sucesos,
acuda a un hombre que llevan
a justiciar en el pueblo,
por traidor a Nicolás,
con justísimo derecho,
cuyo enojo no le ha dado
al delincuente, sospecho,
lugar para confesarse,
y los pregones son éstos.

(Dice dentro el pregón.)
[PREGONERO]:

«Esta es la justicia que manda hacer Nicolás, de Viterbo, señor de Diana y Villaflor, a este hombre, por traidor: Mandalde arrastrar y ahorcar y hacer cuartos. Quien tal hace, que tal pague.»

(Sácanle como que le traen arrastrando en un serón, y MORCÓN hecho verdugo.)
JUNÍPERO:

  ¡Ah, hermano verdugo! Sigue,
porque lleguemos más presto
a esos hermosos caballos
que van muy despacio, y quiero
cenar con Dios esta noche;
a llegar, si esta vez puedo,
a la posada temprano.

FRAY ANTONIO:

Fray Junípero, ¿qué es esto?

JUNÍPERO:

Padre mío fray Antonio,
que me manda ahorcar pienso
el hermano Nicolás;
y voy alegre, por cierto,
porque por aquí imagino
que atajaré para el cielo
muy gran camino.

FRAY ANTONIO:

Dejalde,
porque éste es un fraile nuestro,
simple, y Nicolás sin duda
de quién es mal satisfecho,
esto manda.

JUNÍPERO:

Deje, padre,
que me ahorquen, ya que tengo
junta tanta gente honrada;
que será hacer burla de ellos.

FRAY ANTONIO:

Salga, padre.

JUNÍPERO:

Padre mío,
como es razón le obedezco,
pero a fe que me ha quitado
como del altar el cielo.

MORCÓN:

Y a mí de tomar venganza
de haber dado con mi cuerpo
dentro del río.

JUNÍPERO:

Es verdad;
ya, hermano Morcón, me acuerdo,
mas ¿cómo ha dado en verdugo?

MORCÓN:

Por no ser pobre lo he hecho,
pues el ser pobre es estado
el más vil de todo el suelo.

JUNÍPERO:

Sabrá mal aprovecharse
de ser pobre.

FRAY ANTONIO:

Yo no entiendo
lo que ha sido la ocasión
de tan notable suceso.

JUNÍPERO:

Yo se lo diré despacio
siendo verdad, padre nuestro,
que no me ahorcan.

MORCÓN:

Ya han ido
a dar aviso corriendo
desto todo a Nicolás,
y llega en persona pienso.

(Entran NICOLÁS, CASANDRA y CAMILO.)
NICOLÁS:

La ejecución no prosiga,
y dadme, simple del cielo,
los pies; que ahora conozco
vuestro santo y simple pecho,
y que para daros muerte,
que fue industria del infierno
este injusto testimonio.

JUNÍPERO:

Muchos más males he hecho,
y si el hermano verdugo
no hubiera perdido tiempo
en llevarme tan despacio,
no estuviéramos en esto.

CAMILO:

¡Oh, simplicidad divina!

NICOLÁS:

Deste dichoso suceso,
portugués, Antonio santo,
las dichas que gozo, debo
a Dios y a vos.

JUNÍPERO:

Hermanicos,
perdonen si les he hecho
burla en no ahorcarme hoy,
que solamente a este efecto,
tanta gente se ha juntado;
mas yo soy tan malo, y tengo
tantas maldades y culpas,
que para otra vez prometo
de no burlarles; y adiós,
que yo me voy a Viterbo,
a ver si en la ropería
de nuestro santo convento
hay algún hábito roto
con que cubrirme este cuerpo,
lleno de tantas malicias;
pero ¿qué es esto que veo?

(Suena música, y aparece el NIÑO JESÚS, FRANCISCO a las espaldas en una tramoya.)
NIÑO:

¡Junípero!

JUNÍPERO:

¡Niño mío!

NIÑO:

Sigue a Antonio por maestro
en ausencia de Francisco.

JUNÍPERO:

Eso es lo que yo deseo,
pero por estar desnudo
desta suerte, voy corriendo
por un hábito.

NIÑO:

Él te aguarda:
y queda en paz, porque quiero
ir a amparar a mi Iglesia
en Roma, porque la veo
amenazada de algunos
infieles.

JUNÍPERO:

En tales tiempos,
razón es que los amigos,
señor, os acompañemos.

NIÑO:

Quien me guarde las espaldas
llevo yo; no tengas miedo.

JUNÍPERO:

¿Quién es, inmenso Señor?

NIÑO:

¿Quién es? Mi retrato mesmo,
que es éste que ves aquí.

(Vuélvese la tramoya y aparece SAN FRANCISCO crucificado, con un hábito.)
JUNÍPERO:

¡Divino, espantoso ejemplo
de la santidad! ¡Oh, padre
de mi vida! ¿Dónde bueno?

FRANCISCO:

Siguiendo mi original.

JUNÍPERO:

Perdónenos, padre nuestro;
que yo y fray Antonio, y todos,
hemos de ir con él, siguiendo
esa bandera divina,
que ya agarrada la tengo.

(Cógele el hábito.)
FRANCISCO:

El hábito es tuyo: adiós,
simple de Dios verdadero;
que quien padece por él,
merece en dichoso premio
que me desnude y te vista;
cubra ese dichoso cuerpo.

(Déjale el hábito y vase en su tramoya.)


JUNÍPERO:

Por vestirme, se ha dejado,
como culebra, el pellejo.
Padre seráfico, aguarda;
vestirme el hábito quiero,
y, agradecido, buscarte.

FRAY ANTONIO:

¿Quién no envidia lo que el cielo
hace con los simples santos?

JUNÍPERO:

Hermanos, tengan consuelo
de que Dios les quiere mucho,
pues hizo este casamiento.
Yo y el padre fray Antonio
hemos de entrar en Viterbo
con ellos, para acabar
sus bandos.

(Vístese JUNÍPERO.)
CAMILO:

Todos entremos
con tan dulce compañía,
de mayor bien satisfechos.

CASANDRA:

El enigma del renglón
dió fin dichoso con esto:
que soy tuya, y no era mía
cuando lo eran mis deseos.

CAMILO:

Los míos son de servirte.

JUNÍPERO:

Padre, ya estoy como debo;
volvámonos, si es posible,
a nuestro santo convento.

FRAY ANTONIO:

Vamos; y aquí la primera
parte del simple del cielo
y del truhán del palacio
de Dios da fin, prometiendo
hacer la segunda parte
si perdonan nuestros yerros.