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Eneida (Caro tr.)/Libro VIII

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época
LIBRO OCTAVO.


I.

Así que de la guerra el estandarte
Turno en su alcázar tremoló en Laurento,
Y con ronca trompeta á toda parte
El alarma llevó, y en movimiento
Sus potros puso y el tropel de Marte,
Los ánimos se turban al momento,
Todo el Lacio á su voz tiembla y le imita,
Toda la juventud arde y se agita.

II.

Por sumos jefes van Mesapo, Ufente,
Y aquel que de los Dioses se reía
Mezencio audaz: de agricultora gente
La campaña doquier dejan vacía,
Recursos rebatando. Incontinente
A Vénulo sagaz allá se envía
Do el gran Diomédes asentó su corte,
Que anuncios lleve y de él favor reporte.

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III.

Cómo con frigias naves ha llegado
Al Lacio; cómo ocupa la ribera
Con sus vencidos Dioses, y del hado
Corona y triunfos en el Lacio espera
El troyano adalid; cómo á su lado
Muchos corren, y, nuncio á su bandera,
Toma el dardanio nombre alas de fuego:
Esto el embajador dirále al Griego.

IV.

Más que el rey Turno y más que el rey Latino,
Dirále, en fin, mirar él mismo debe
A dónde á ese invasor, si con destino
Propicio entrare, fácil es le lleve
De ambiciosas conquistas el camino.
Sabe en tanto que el Lacio se conmueve,
Y fluctúa en revuelto mar de ideas
Con zozobrante afan mísero Eneas.

V.

Va, y viene, y torna el ánimo agitado,
Tienta todo y no pára en una cosa:
Así un rayo de luz del sol dorado
O la alba luna, vibra y no reposa
Sobre jarron de bronce reflejado,
En que diáfano líquido rebosa;
Trémulo, acá se anima y allá muere,
Sube, y los altos artesones hiere.

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VI.

Es de noche: en los árboles y en tierra
Mudas yacen las aves y ganados;
Letárgico placer sus ojos cierra.
En tanto Enéas, presa de cuidados,
Lleno del pensamiento de la guerra,
Rindió á tardío sueño los cansados
Miembros, del cielo bajo el dombo frio,
En las amenas márgenes del rio.

VII.

Y hé aquí de entre la plácida corriente
Y pompa de los álamos umbría
Al Dios que guarda el Tibre, el Rey durmiente
Vió alzarse venerable, y que vestía
Cendal verdoso, y en su anciana frente
A las húmedas crines retejía
Oscuras juncias. Habla, y de esta suerte
Consuelo el Númen y esperanzas vierte:

VIII.

«¡Hijo de diva estirpe soberana,
Salve! tú, que arrancada al enemigo
Nos restituyes la ciudad troyana,
Y á Pérgamo inmortal llevas contigo!
Ya sus muros á tí Laurento allana,
Y á tí sus campos abre el Lacio amigo.
Nada temas de próximos combates;
Que patria al fin tendreis tú y tus Penates.

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IX.

«Calmóse de los cielos la tormenta,
Y hechos abonan la palabra mia;
Que aquí una hembra de cerdo corpulenta
Pronto verás entre robleda umbría,
Con treinta lechoncillos que alimenta,
Alba, en torno á sus ubres la alba cria;
Y aquí podrás, alzando al patrio muro,
De afanes tantos descansar seguro.

X.

«Treinta años pasarán, y Ascanio ufano
Fundará, coronando tu destino,
La ilustre basa del poder albano.
Apacibles verdades adivino;
Ilusiones no son de sueño vano.
Mas cómo por ahora abrir camino
Te cabe de tu triunfo al cumplimiento,
Diré en breves razones; oye atento:

XI.

»Los Arcades habitan este suelo,
Que nietos de Palante, acompañaron
Aquí á Evandro, su rey, con fiel anhelo
Siguiendo su pendon: sitio adoptaron,
Y con nombre sacado del abuelo
La ciudad Palantina edificaron
Sobre los montes. Ellos de contino
En guerra están con el poder latino.

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XII.

«Tu campo hermana con el suyo, y liga
Trata con ellos de amistad sincera.
Fácil á par de mi ribera amiga
Yo he de llevarte en direccion certera,
Tál que venzan subiendo sin fatiga
Tus remos mi raudal. Tú á la primera
Luz del dia, con votos y con preces
Vé de Juno á amansar las altiveces.

XIII.

«Cuando conquistes del valor la rama
Gracias tributarás al poder mio.
Yo soy aquel que hoy miras cuál derrama
Su caudal sobre fértil señorío;
Soy el cerúleo Tibre, ilustre en fama
Y de los Dioses predilecto rio:
Aquí en grandioso alcázar me solazo;
Nobles ciudades en mi cuna abrazo.»

XIV.

Dijo el rio, y se hundió cual si buscara
El hondo lecho. Á un tiempo se retira
La noche en ese instante, y desampara
El sueño á Enéas. Yérguese él, y mira
Ya en oriente del sol la lumbre clara;
Y agua cogiendo (Religion le inspira)
Alzala de las palmas en el hueco,
Y así con llena voz anima el eco:

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XV.

«¡Vos, Ninfas de Laurento (en quien los rios
Hallan, raza gentil, su ilustre oriente),
Y oh padre Tibre de raudales pios!
A Enéas acoged, y de su frente
Clementes apartad golpes impíos!
Doquier escondas tu sagrada fuente,
Doquiera, ¡oh bello Dios! secreto mores,
Tú apiadado calmaste mis dolores.

XVI.

»De mí por siempre en himnos bendecido
Serás, y honrado con perpetuos dones,
Tú, de cuernos undívagos ceñido,
Rey de rios de Italia en las regiones!
Sólo espero me asistas, sólo pido
Que ratifiques ya tus prediciones.»
Dijo; y dos barcos de su flota alista,
Ygente hecha á bogar, de armas provista.

XVII.

En este punto; (¡oh místicas señales!)
Cándida hembra de cerdo con sus crias
Enéas ve, que, en la color iguales,
Se han tendido en las márgenes umbrías
Sobre la verde hierba. Ofrendas tales
El troyano adalid con manos pias
Te hará, ¡máxima Juno! Ya ante el ara
Dones presenta, y con la grey se pára.

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XVIII.

Y el Tibre, que bajó la noche entera
Hinchado, su corriente á la mañana
Con reflujo suavísimo modera
Y como estanque plácido la allana,
Y abre á las quillas próspera carrera.
Con gozoso rumor la caravana
Ya remos bate, y sobre el fondo quieto
Fugaz resbala el embreado abeto.

XIX.

Los árboles se asombran de la orilla
Viendo venir por el cristal sereno
La pintoresca copia, y cómo brilla
Distante con las armas de su seno.
Dia y noche bogando la escuadrilla
El rio sube de recodos lleno;
En selvas laberínticas se pierde,
Y cruza en ledo giro el bosque verde.

XX.

En medio ya de su radiante vuelo
Ardia el sol, cuando avistó el Troyano
Muros y alcázar, blanco á su desvelo,
Y casas esparcidas, que el romano
Poder más tarde levantó hasta el cielo;
Que era Evandro modesto soberano,
Y modesta su corte. Apriesa inclinan
Las proras ya, y á la ciudad caminan.

102
XXI.

Solemnes por ventura en aquel dia
El Rey árcade honores tributaba,
Antes de la ciudad, en selva umbría,
Al semidios de la invencible clava.
Allí Palante, hijo del Rey, se via,
Rudo senado y juventud no esclava,
Incesando á los Númenes. Gotea
Caliente sangre y ante el ara humea.

XXII.

Ellos, viendo que fáciles ascienden
Por entre el bosque opaco altos navios,
Y hombres que, al parecer, los brazos tienden
Sobre los remos con callados bríos,
La ceremonia con temor suspenden;
Levántanse. Culpables descarríos
Palante audaz reprime, y el acero
Empuña, y al peligro va ligero.

XXIII.

Ya de un alto estas voces firme envia:
«¿Quiénes, mancebos, sois? ¿Cuál clima esconde
Vuestra cuna y origen? ¿Quién por via
Tan desusada os impelió, y á dónde?
¿Paz, ó guerra traeis? ¿Qué intento os guia?»
En pié sobre la popa así responde
Enéas á Palante, y en la diestra
Rama de oliva, alegre anuncio, muestra:

117
XXIV.

«Hijos somos de Troya peregrinos,
Y aquestas armas que confuso admiras,
Armas contrarias son á los Latinos,
Que nos rechazan con rebeldes iras.
Ver ansiamos á Evandro: á sus destinos
Unir los nuestros, con leales miras
Proponemos Dardanios principales.
Tal pedimos; tú lleva anuncios tales.»

XXV.

Pásmale el nombre que oye, y,«¡Vén conmigo!»
Palante dice, «vén, quienquier tú seas,
Donde hables á mi padre, y al abrigo
De mis Penates hospedado seas.»
Tómale de la mano, y como amigo
En las suyas retiene la de Enéas;
Y enselvándose juntos se desvían
Del Tibre, y hácia el Rey los pasos guian.

XXVI.

Manso á Evandro habló Enéas: «Ofrecerte
La verde rama de ínfulas vestida,
¡Oh el mejor de los Griegos! hoy la suerte
Me depara feliz. Ni me intimida
Arcade y jefe á tí de Dánaos verte
Y consanguíneo de uno y otro Atrida.
Hanme traido oráculos sagrados,
Y mi propio querer y el de los hados;

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XXVII.

»Y tu fama tambien, que espacio luengo
Discurre por el mundo; y la lejana
Comun raíz que con tu raza tengo:
Padre y autor de la ciudad troyana,
Hijo Dárdano fué, nuestro abolengo,
De Electra (en Grecia tradicion anciana
Lo acredita); hija Electra fué de Atlante,
«Que á cuestas lleva el fuego rutilante.

XXVIII.

»Mercurio, de otro lado, es vuestro abuelo,
Que de Maya gentil nacido un dia,
Por vez primera de la luz del cielo
Gozó en la cumbre de Cilene fria;
Y, si ya sin incrédulo recelo
En arraigada tradicion se fia,
Hija Maya es de Atlante, el mismo Atlante
Que á cuestas lleva el cielo rutilante.

XXIX.

»Así un tronco en dos vástagos se parte,
Y una sangre tenemos. Con legados
No me anuncié, por eso, ni con arte
Pretendí tu amistad tentando vados;
Mas yo mismo en persona, aquí á obligarte
Ocurro al corazon de tus Estados.
Yes comun nuestro honor: la Daunia gente
Tú y yo tenemos enemiga enfrente.

147
XXX.

»¿Y quién no ve que si ella nos extraña,
El territorio entero á la coyunda
Humillará de su arrogante saña,
Y el mar que á Hesperia superior inunda
Suyo será, y el que inferior la baña?
Mutua fe dos ejércitos confunda:
Por mí, aporto á la union de ambos pendones,
Sufridos y valientes corazones.»

XXXI.

Habló Enéas: Evandro larga pieza,
Miéntras hablaba, con afan prolijo
Mírale de los piés á la cabeza,
Y «¡Oh el más valiente de los Teucros!» dijo:
«¡Con qué placer (pues con cabal certeza
Quién eres contemplándote colijo)
Te doy mis brazos! En tu faz, tu acento
Miro á tu ilustre padre, á Anquises siento.

XXXII.

»Yo recuerdo que á Hesíone su hermana
Visitando, y su corte, en Salamina,
Por la Arcadia pasar, de nieves cana,
Príamo quiso. Con su flor divina
Me arrebolaba juventud temprana.
 ¡Cuánto á la comitiva peregrina
Admiré entónces! Mas Anquises era
Entre nobles figuras la primera.

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XXXIII.

»Yo hablarle y estrechar su mano ansiaba,
Jóven el alma y de entusiasmo henchida;
Llegué, y al muro que el Feneo lava,
Oficioso llevéle. A su partida
Licias saetas y una insigne aljaba
Y una clámide de oro entretejida,
Y dos frenos me dió, tambien de oro,
Que hoy de Palante son gala y tesoro.

XXXIV.

»En fin, cual lo pedís, la mano mia
Os doy en prenda de amistad sincera.
Y á fe que al primo albor del nuevo dia
Ireis con los auxilios que mi esfera
Consiente. Con partícipe alegría
(Pues dilatarlo más delito fuera)
A celebrar en tanto yo os convido
Este anual sacrificio interrumpido.

XXXV.

»Y desde hora á un festin y á unos altares
Mostraos á concurrir á nuestro lado.»
Dijo; alejados vasos y manjares
Pide; céspedes da de herboso estrado
Por sillas á los nuevos auxiliares;
Y á Enéas en lugar privilegiado
Rústico solio de arce y piel lanuda
De soberbio leon, brindar no duda.

179
XXXVI.

Y jóvenes selectos, y del ara
Canos ministros, traen en seguida
Entrañas que el divino friego asara,
Cestas do con su dón Céres convida,
Tazas do su caudal Baco depara.
Enéas y su guardia, allí tendida,
Lomos de un buey entero, trozos hacen,
Y consagrados intestinos pacen.

XXXVII.

Calmada el hambre, que ávida devora,
Evandro dijo así: «No rito vano,
No vil supersticion, despreciadora
De antiguos dioses, fué, huésped troyano,
Quien el solemne altar que ves ahora
Y estas mesas alzó por nuestra mano;
Fué justa gratitud: piadoso culto
Rendimos, salvos ya de fiero insulto.

XXXVIII.

«¿Ves esa roca en peñas sustentada
Y tanta piedra en torno desparcida,
Y desierta del monte la morada?
¿El estrago no ves que en su avenida
Hicieron recias moles? Tu mirada
Contempla la recóndita guarida,
El antro hondo de quien huésped era
Caco, mitad humano, mitad fiera.

195
XXXIX.

«No visitó su lóbrego recinto
El sol: siempre de víctimas recientes
Estaba el suelo con la sangre tinto;
Y en las puertas terríficas pendientes
Gustaba ver su criminal instinto
Torvas cabezas. De su boca ardientes
Humos lanzaba, de Vulcano prole
El monstruo, al menear su inmensa mole.

XL.

«Trayéndonos, al fin, un sér divino,
El tiempo coronó nuestro deseo:
Máximo vengador, despues que al trino
Geríon humilló, con el trofeo
Riquísimo ufanado, Alcídes vino
Rigiendo en victorioso pastoreo
Ganado hermoso, y vímosle guialle
A par de este almo rio, en este valle.

XLI.

«Cuatro toros proceros, porque nada
Sin ensayar dejase en fraude ó crimen,
Y cuatro vacas hurta á la majada
Caco sagaz, y de su cueva al limen
Tíralos por la cola: revesada
La senda, huellas sin concierto imprimen;
Así, quienquiera que á buscarlos pruebe,
Rastro no habrá que á término le lleve.

213
XLII.

«Entre tanto á partir apercibido,
Amenazaba Alcídes su ganado
Repleto asaz, que con mayor bramido
Ya aqueste deja atras, ya aquel collado:
Estremece los bosques el gemido
Por quejumbrosos ecos dilatado,
Y una novilla en la caverna honda
Da un gran mugido que á la grey responda

XLIII.

«Así un lamento de la res esclava
La esperanza burló, turbó el sosiego
Del tirano raptor. En furia brava
Hércules todo enardecióse, y ciego
Arrebatando la nudosa clava,
A la cumbre del monte corre luégo;
Y por primera vez Caco en los ojos
Mostró terrores en lugar de enojos.

XLIV.

«Y huye, vuela al sagrado de su gruta
Más que el Euro veloz; de alas le dota
Los piés el miedo que la faz le inmuta:
Huye, y se esconde, la cadena rota
Que á la entrada suspende piedra bruta:
(Merced del padre, que en edad remota
Forjó los eslabones); y la puerta
El soltado peñon deja cubierta.

228
XLV.

«Murado el monstruo, el héroe que el camino
Le seguia, llegó de rabia insano;
Mira acá, torna allá, perdido el tino,
Los dientes cruje, y su furor es vano.
Él tres veces da vuelta al Aventino,
Tres veces él con vengadora mano
Entrada busca sin que modo halle,
Y tres rendido se sentó en el valle.

XLVI.

»El dorso coronando de la cueva
Hubo á dicha una roca agreste, aguda,
Que á los ojos altísima se eleva
De contornos simétricos desnuda:
Infausto alado ejército la aprueba
Porque á hacer nidos en su cumbre acuda;
Y ella propia hácia la onda tiberina,
Que á izquierda huyendo va, mira y se inclina.

XLVII.

«Fuerte y mañoso, por el diestro lado
Opuesto Alcídes al peñon, ensaya
Moverlo, y de raíz desencajado,
Ya sin que estorbos á sus fuerzas haya,
Empújalo: con eco prolongado
El aire en torno retumbó; la playa
Tiembla oprimida por la enorme piedra
Y medroso el raudal salta y se arredra.

241
XLVIII.

»En su palacio y lóbrega caverna
Caco al punto aparece á descubierto,
Cual si en su fondo la region inferna
Mostrase el suelo de repente abierto,
Y las sombras de aquella Noche eterna
Que aborrecen los Númenes, incierto
De luz un rayo penetrara, y ése
A los Manes de asombro estremeciese.

XLIX.

«Sorprendido en su cóncavo agujero,
Viendo la claridad que se derrama
Intempestiva á denunciarle, fiero
En modo inusitado Caco brama:
Tírale dardos Hércules ligero
Del borde, y armas en su auxilio llama
De toda especie, porque al monstruo oprima:
Ramos, disformes piedras le echa encima.

L.

»Ya perdida de fuga la esperanza,
Caco (¡nuevo prodigio!) en su defensa
Columnas de humo de las fauces lanza,
Y el ámbito entoldando en nube inmensa,
Roba á los ojos cuanto á ver se alcanza,
Y une fuego siniestro y sombra densa
En caótico horror. Mas sus ardides
No acobardaron el valor de Alcídes.

256
LI.

«Ántes él donde ve que más agita
Ondas el humo, y más su hervor encienda
El negro abismo, allí se precipita
Con salto audaz: entre sus brazos prende
Al que incendios inútiles vomita,
Y vigoroso le comprime, y hiende
Seca de sangre la feroz garganta
Y los hórridos ojos le quebranta.

LII.

»Y volcada la puerta, al claro dia
Las reses y rapiñas que el perjuro
Guardaba y pertinaz negado habia,
Salen: crece el concurso: al aire puro
Arrastran por los piés la mole fria;
Ni se hartan de mirar el rostro, el duro
Gesto, y pecho cerdoso cual de fiera,
Y extinta la garganta que fué hoguera.

LIII.

«Desde entónces, cual ves, el beneficio
Grata celebra en cada aniversario
Cada generacion. Autor Poticio
Fué del culto de Alcídes, y el Penario
Linaje guarda el religioso oficio.
El puso en este hojoso santuario
Esa ara, que por máxima tenemos
Siempre, y siempre por máxima tendremos.

273
LIV.

»¡Ea! de hojas ceñida la cabeza,
Alzad los vasos y verted del vino,
Honrando, amigos, la feliz proeza,
É invoca á todos á Hércules divino
Que á todos cubre con igual largueza.»
Dijo el Rey; y entre verde y blanquecino,
Caro, el álamo, al Dios, vistió las frentes
Con sombra circular y hojas pendientes.

LV.

Y llenando la diestra el cáliz santo,
Liban todos con rostro placentero,
Y á los Dioses invocan. Entre tanto
El Héspero, rodando el hemisfero,
Enciende su fanal. Y ya con manto
De piel, los sacerdotes (el primero
Poticio) marchan, por ritual costumbre
Llevando en hachas la sagrada lumbre.

LVI.

Renuévase el banquete: los presentes
De gratísimos dones y manjares
Segundas mesas cubren; y con fuentes
Rebosantes coronan los altares;
Y cercando las aras relucientes,
A entonar ya sus plácidos cantares
Los Salios van, á quien con sacro adorno
El álamo la sien guarnece en torno.

287
LVII.

De mancebos un coro, otro de ancianos,
De Hércules cantan los gloriosos hechos:
Cómo dejó con infantiles manos
Los dos gemelos áspides deshechos
Que envió su madrina; los troyanos
Cómo hundió luégo y los ecalios techos,
Y pruebas mil un dia y otro dia
Venció bajo agrio Rey y Diosa impía:

LVIII.

«Trajiste, invicto, al hierro de la muerte
Nubígenas biformes, Folo, Hileo:
Monstruos en Creta domeñaste fuerte,
Y entre sus rocas al leon Nemeo:
Tiemblan las aguas del Estigio al verte;
Y del Orco el guardian inmundo y feo
Tembló en su hórrido antro, donde allega
Huesos roidos que con sangre riega.

LIX.

»No se halló sombra que cejar te hiciera,
Ni áun Tifeo, y armado y corpulento,
Ni vió turbarse tu razon, la fiera
Hidra, al sitiarte con cabezas ciento.
¡Salve, prole de Jove verdadera!
¡Al coro divinal nuevo ornamento
A los tuyos, aquí, y al sacrificio
Vén con fáciles pasos, vén propicio.»

303
LX.

Cantaba el coro así: la áspera roca
De Caco, en fin, su lóbrega guarida
Conmemora, y al monstruo, por la boca
Fuego arrojando, aliento de su vida.
Mueve el canto á la selva, y lo revoca
El eco por los montes. En seguida
Las sacras ceremonias ya acabadas,
A la ciudad dirigen las pisadas.

LXI.

A un lado el hijo, el huésped á otro lado,
Caduco en ambos sostenido iba
El buen Rey, y el camino el variado
Hablar recrea. La mirada viva
Pasa de cosa en cosa, embelesado
Enéas con la amena perspectiva,
Y pide, á cada antiguo monumento,
Para ojos y oidos alimento.

LXII.

Y Evandro, rey que á alcázares romanos
Echó la basa, de este modo empieza:
«Oye: indígenas Ninfas y Silvanos
Poblaban de estos bosques la aspereza,
Y unos hijos de robles, medio humanos,
Ni á poseer hacienda, ni riqueza
A llegar avezados, ni á uncir bueyes:
Gentes duras, sin hábitos ni leyes.

318
LXIII.

«Cruda caza y el árbol más vecino
Nutríanlos. Saturno fué el primero
Que á esta region desde el Olimpo vino
De Jove huyendo el vengativo acero:
Destronado en el cielo, peregrino
En la tierra, el linaje aquél grosero,
Disperso en la selvática fragura,
Trajo á obediencia y á civil cultura.

LXIV.

«Lacio quiso llamar al suelo hesperio
Que dió refugio á su deidad latente;
Y vió bajo su sacro magisterio
Lucir de oro la edad la humana gente:
En paz ejerció el Dios su blando imperio,
Hasta que en cambio vino lentamente
Siglo ménos hermoso, germinando
Amor de lucro y ambicion de mando.

LXV.

»Al Lacio entónces las Ausonias gentes
Vinieron, y vinieron los Sicanos;
Y de nombre mudó veces frecuentes
La tierra de Saturno; y de tiranos
Fué regida: uno de ellos, el de ingentes
Miembros, Tíbris feroz; los Italianos
Trasladámos al Tibre su apellido,
Que antaño Albula fué: nombre perdido.

333
LXVI.

»Yo del país que vió rodar mi cuna
Fugitivo, á marítimos azares
Lancéme: omnipotente la fortuna
Y el hado incontrastable aquí mis lares
Plantaron de raíz. Con oportuna
Inspiracion Apolo en altos mares,
Y mi madre Carmenta con tremenda
Profética leccion, me abrieron senda.»

LXVII.

Dice; y andando, al rey de los Troyanos
Señala el ara y puerta que, en memoria
De aquella Ninfa que explicando arcanos
El arte ejercitó divinatoria,
Carmental apellidan los Romanos:
Ella de los Enéadas la gloria
Profetizó sobre el país latino,
Y el futuro esplendor del Palatino.

LXVIII.

Y el bosque ingente enséñale que un dia
Tornó en asilo Rómulo guerrero;
Y el Lupercal bajo la roca fría,
Así nombrado como Pan lobero
Por costumbre que entre Árcades regía;
De Argos, su huésped, cuenta el caso fiero,
Y de Argileto el sacro umbroso abrigo
Muestra, y toma el paraje por testigo,

347
LXIX.

Y la roca Tarpeya, en el camino,
De ahí, y el Capitolio Evandro enseña,
Hoy mole rica y oro peregrino,
Mustio collado ayer y áspera breña:
Aun entónces el vulgo campesino
Reverenciaba el bosque y tosca peña,
Tocado ya del religioso miedo
Que reina del sagrado sitio en ruedo,

LXX.

«¿Ese collado ves, que señorea
Frondosa cima?» dice Evandro; «mora
En ese bosque una deidad; cuál sea
El misterioso Dios sólo se ignora:
Al mismo Jove ya, cuando menea
La negra egida en diestra vengadora
Y á tempestad el cielo todo mueve,
Jura haber visto no una vez la plebe.

LXXI.

«Repara luégo este y aquel anciano
Monumento; esparcidos los pedrones
Contempla: ves reliquias de lejano
Imperio y de antiquísimos varones.
Una fundó Saturno y otra Jano
De esas dos arruinadas poblaciones;
anículo por ello ésta se nombra,
Y Saturnio apellido á aquélla asombra.»

359
LXXII.

Hablan; y ajena al esplendor del oro
Tienen delante la real morada;
Y donde asombran hoy Romano Foro
Y espléndidas Carenas, ven manada
Tranquila vagueando, y manso toro
Oyen mugir. Evandro, ya á la entrada,
«Pasando estos umbrales,» dijo, «Alcídes
Bajó la frente victoriosa en lides.

LXXIII.

«El tuvo por palacio el hogar mio:
Anímate, y tú mismo á un Dios te iguala;
Tesoros menosprecia, y sin desvío
Vén, huésped bueno, á una mansion sin gala.»
Dice; y entrando, con afecto pio
Da á Enéas corpulento estrecha sala,
Y en un lecho de hojas le reposa
Con piel cubierto de africana osa.

LXXIV.

Rueda entretanto, y con su sombra parda
La noche abraza al mundo. Y Vénus bella,
Que á punto mira de que en guerras arda
Laurento, el azorado afan que en ella
Trabaja, ya no enfrena, y más no tarda,
Y en el lecho de oro donde sella
Vulcano su aficion, frases enhila
En que miel de divino amor destila:

374
LXXV.

«Cuando Ilion sin esperanza alguna
Dilataba tan sólo su caida,
Y más que de altos reyes, de Fortuna
Iba á ser Troya en llamas destruida,
No á tí para los tristes, importuna
Pedí entónces, esposo de mi vida,
Armas; en ejercicio de tu arte
No quise inútilmente fatigarte.

LXXVI.

»Callé prudente, aunque debia tanto
De Príamo á los hijos, y á menudo
De Enéas los esfuerzos, no sin llanto,
Vi frustrarse. Hoy que al fin llegar él pudo
Con el favor de Jove, ¡oh númen santo!
Al país de los Rútulos, yo acudo
Á tí, yo á tí mis súplicas dirijo;
Y madre, armas te pido para un hijo.

LXXV1I.

»Vencerte supo la hija de Nereo
Y con su llanto la Titonia esposa;
¡Yyo...! ¿Esas gentes que en marcial arreo
Hierros forjan, en liga poderosa
¿Ves? ¡En muros cerrados yo las veo
Mi ruina maquinar!» Habló la Diosa,
Y con sus brazos de aparente nieve
Blanda al lento marido ciñe y mueve.

388
LXXVIII.

En medio del letargo, de repente
Recibe el Dios la conocida llama,
Y el calor que le llaga dulcemente
Rápido por sus huesos se derrama:
Así cuando en relámpago fulgente
La ennegrecida atmósfera se inflama,
Con lumbre devorante cruza inquieta
El seno de las nubes ígnea grieta.

LXXIX.

Cuánto el poder de su hermosura obliga
Conoció Vénus en el buen suceso
De la añagaza. Respondióle, en liga
De inacabable amor Vulcano preso:
«De argüir con recuerdos, la fatiga
Excusa; ¿en mí no fias? Si ántes eso
Que hoy piensas, me dijeses, los Troyanos
Armas, Diosa, llevaran de mis manos.

LXXX.

»Ni Jove omnipotente ni el Destino
A Troya ni á su Rey negado habria
Vivir diez años más. Y pues te vino
En gustos hoy guerrear, y hay tal porfia,
Cuanto con hierro ó con electro fino
Labrar es dado, cuanto el arte mia
Consigue laboriosa, cuanto puedo,
En suma, concederte, lo concedo.

403
LXXXI.

»E1 aire y fuego me obedece: en duda
No pongas la eficacia de tu ruego;
Todo lo alcanza, y mi poder te ayuda.»
Así razona cortésmente, y luégo
Rendido á la beldad Vulcano anuda
Los vínculos de amor, de amores ciego,
Y dichoso en los brazos de su dueño
Se deja poseer de un manso sueño.

LXXXII.

Cual matrona obligada que granjea
Con la rueca y labores delicadas
El sustento á la vida, la tarea
Al desvelo añadiendo, aletargadas
Cenizas se alza á reanimar, y emplea
En la obra á la lumbre sus criadas,
Y así el lecho que el cónyuge le fia
Guarda sin mancha, y los hijuelos cria;

LXXXIII.

No ménos listo y á la misma hora
(Cuando va en la mitad de su carrera
La Noche, y al alado Sueño azora,
Gustada apénas la quietud primera),
Del estrado en que Vénus le enamora
Alzase el Dios que sobre el fuego impera,
Y del cielo á la tierra en que trabaja,
Vulcania en nombre y obediencia, baja.

416
LXXXIV.

Esta á la eolia Lípara se arrima
Y á la sícula costa, isla ardua: humea
De riscos erizada: en honda sima
Truena la ancha caverna ciclopea,
Etna nuevo que el negro oficio lima:
Golpe duro los yunques martillea;
El candente metal no da sosiego,
Zumba el aire, en la fragua aceza el fuego.

LXXXV.

Bronte, Esteropo y Piracmon desnudo,
Ciclopes esforzados, á porfía
En la vasta oficina un rayo agudo,
De aquellos que en ardiente lluvia envía
 Jove del alto Olimpo al orbe mudo,
Fabricaban. El rayo aparecia,
Al arribo del Padre ignipotente,
Pulido en parte, en parte deficiente.

LXXXVI.

Tres dardos de granizo en la obra bella,
Tres de agua etérea, tres de alado viento,
Tres de fuego que fúlgido destella,
Mezclado habian; y en aquel momento
Tonante voz, terrífica centella
Añadian, y sordo aturdimiento
E incendio vengador. En otra parte
Ruedas labran prestísimas á Marte:

434
LXXXVII.

Ruedas labran al carro en que alborota
Al mundo el Dios que guerras siembra y llamas;
Y á Pálas más allá, broquel y cota
En que esplenden auríferas escamas,
Tersan tambien, donde el que mira nota
De hidras feroces peregrinas tramas
Y, apto á que el pecho á la deidad defienda,
Segado vulto de mirada horrenda.

LXXXVIII.

«Alzad,» dijo llegando el Dios herrero,
«Cuanto empezado habeis, Ciclopes mios;
Alzad; y atentos escuchadme: quiero
Armas para un varon de grandes bríos.
Manos pujantes y exquisito esmero
Aquí todos poned, y aquí lucios
De magistral destreza haciendo alarde:
Sús! la obra empiece, y en salir no tarde!»

LXXXIX.

Dice; y al punto la labor partida,
A ella corren con ímpetu ligero:
Bullen torrentes de oro; se liquida
En la ancha fragua el llagador acero:
Y escudo ingente, impenetrable egida
Que contraste al latino campo entero,
Al paladino los Ciclopes trazan
Con siete discos que entre sí se abrazan.

449
XC.

Cuáles, en medio á la comun fagina,
Suenan los sopladores fuelles; cuáles
Zabullen en el agua allí vecina
Con estridor fogoso los metales:
Gime de heridos yunques la oficina:
Alzando con gran fuerza el brazo, iguales
Alternos golpes dan; tenaza emplean
Mordaz, y el hierro sin cesar voltean.

XCI.

En tanto que así brega el buen Vulcano
En su antro humoso, en su tranquilo lecho
La luz bendita y gorjear temprano
De las aves que triscan en el techo
A Evandro despertaban. El anciano,
La túnica vistiendo al fuerte pecho,
El nuevo dia á saludar se alza;
Las sandalias tirrenas ciñe y calza;

XCII.

Del hombro abajo acomodar no olvida
Al cinto puesta la tegea espada,
Y del izquierdo lado desprendida
Tercia una de leopardo piel manchada;
Y ya dos canes que en su guarda cuida
Y parejos anuncian su llegada,
No bien desu alto nido los umbrales
Ha traspuesto, con él saltan leales.

463
XCIII.

De las habidas pláticas, no en vano
Recuerda el prometido contingente
El Rey, y con su huésped mano á mano
Anhela de partir secretamente.
Pues no ménos que el Arcade, el Troyano
Madrugador anduvo y diligente:
Hace á Enéas Acates compañía;
Evandro con Palante el paso guía.

XCIV.

Ya las diestras se estrechan; ya convida
El uno al otro á la interior morada;
Siéntanse en soledad apetecida,
Y así el Rey empezó con voz pausada:
«¡Oh ilustre capitan, que á nueva vida
Alzas contigo tu nacion postrada!
No por mi fama y por las glorias tuyas
Grande el auxilio que te ofrezco arguyas.

XCV.

»Flaco es nuestro poder; que de una parte
Jurisdiccion nos quita el tusco rio;
De otra, el Rútulo audaz con fuerza y arte
Brama en torno á los muros. Mas yo fio
Con un pueblo magnánimo asociarte,
Fuerte en recursos y apazguado mio:
Propicia la ocasion te anuncia bienes;
Al llamamiento de los hados vienes.

478
XCVI.

»De aquí trecho no grande Agila dista,
Ciudad fundada en secular cimiento,
Que de la Lidia gente fué conquista
Cuando en montes de Etruria hizo ella asiento,
De armas que suele el triunfo honrar, provista.
Años muchos de paz tuvo y contento,
Hasta que al rey Mezencio dar le plugo
Muestras de amo cruel y atroz verdugo.

XCVII.

«¿Quién sus maldades hay que en fiel trasunto
Describa? ¡Mal contadas al tirano
Le sean, y á sus hijos! A un difunto
Cuerpo atar le era fiesta un cuerpo sano,
Diestra con diestra, el rostro al rostro junto,
(¡Oh de martirizar modo inhumano!)
Y en duro abrazo y entre inmunda baba
Así á un mezquino muerte lenta daba.

XCVIII.

»Alzóse un dia armado el pueblo: afronta,
Cansado de sufrir, al Rey: su casa
Sitia, hervidero de maldades: pronta
Muerte á los suyos da: ya el techo abrasa
El fuego, que enojado se remonta.
En medio del estrago huye él, y pasa
Al campo de los Rútulos: le asila
Turno, y el hierro en su defensa afila.

494
XCIX.

»En justa indignacion toda se enciende
Etruria, y de rebato á la cuchilla
El cuello criminal traer pretende.
Tú á esos miles de bravos acaudilla,
¡Oh Enéas! te abriré camino; atiende:
Empavesada hervía ya en la orilla
La densa escuadra, cuando oyó de un vieja
Arúspice el fatídico consejo:

C.

«¡Meonia juventud, flor y corona
»De antigua raza! Apruebo que á Mezencio
«Siga el justo furor que le destrona,»
Dice, «mas en Italia no hay, sentencio,
»Tan gran pueblo á vencer, capaz persona;
«Buscad jefe extranjero!» Hondo silencio
Al divino pronóstico sucede,
Y aterrado el Etrusco retrocede.

CI.

«Hoy la acampada hueste á mí se fia:
Cetro, diadema, insignias imperiales
Con legados aquí Tarcon me envía,
Y que vaya me pide á sus reales
Y ejército gobierney monarquía.
Flojas mis fuerzas son á empresas tales,
Flacos mis hombros á tan grave carga,
Fria é inerte senectud me embarga.

510
CII.

»Y no á Palante en mi lugar envío;
Que en lo extranjero no es cabal; sabina
Madre altera su origen. Esto, y brío
Juvenil, tienes tú, y una divina
Voz te llama. No tardes, huésped mio;
¡A su gloria dos pueblos encamina!
Yo este buen hijo, de mi edad caduca
Gloria y solaz, te allego; tú le educa.

CIII.

«Edúcale en las armas: tú dechado,
Tú en armas le serás ejemplo y guia:
Aprenda desde mozo á ir á tu lado,
Paciencia ejercitando y valentía.
Jinetes además, lo más granado,
Te doy doscientos de la gente mia;
Y otros doscientos de ánimo arrogante
En nombre suyo aportará Palante.»

CIV.

Dijo. Enéas sin voz, sin movimiento,
Y Acátes, duda amarga, triste idea
Revuelven en el alma. En tal momento
Dales á cielo abierto Citerea
Clarísima señal. El firmamento
Con subitáneo estruendo centellea,
Y que cruje parece y se derrumba,
Y de tirrena trompa el eco zumba.

527
CV.

Alzan los ojos: se oye el estallido
Otra vez y otra, y por region serena
Ven en convoy de nubes conducido
Un haz de armas lumbrosas, y que suena
Sienten de léjos el metal herido.
Pásmanse todos. Mas la voz que truena
Conoce Enéas, y que cumple, entiende,
Vénus su alta promesa y le defiende.

CVI.

«No escrutes, noble valedor,» exclama,
«El prodigioso agüero; en mí confía:
Esa voz del Olimpo á mí me llama;
Es fausto anuncio que mi madre envía,
Mi madre, alta deidad. Cuando la llama
Marcial prendiese, me ofreció daria
Esa señal: su protectora mano
Armas me trae que forjó Vulcano.

CVII.

»¡Y oh qué gran mortandad miro presente
Al malhadado campo Laurentino!
Al polvo, Turno, inclinarás la frente;
¡Y tú cuánto broquel, Tibre divino,
Cuánto yelmo darás en tu corriente,
Y derribado cuerpo al mar vecino!
¡Vengan ahora á desplegar sus haces;
Vengan, y rompan las juradas paces!»

541
CVIII.

Dice; y del alto solio se levanta:
El muerto fuego á Alcídes consagrado
Devoto anima sobre el ara santa;
Al Lar despues, la víspera obsequiado
Y á los Penates húmiles la planta
Mueve: Evandro y los Teucros, lado á lado,
Por fuero y religion inmemoriales I
nmolan escogidos recentales.

CIX.

Encamínase luégo hácia las naves
El dux troyano á revistar su gente:
Para la dura guerra y trances graves
Lo más lucido elige y más valiente:
En blando flote y vueltas van suaves
Los otros, á merced de la corriente;
Con éstos enviar al hijo quiso
De sí mismo y su empresa fausto aviso.

CX.

La marcha, al par, terrestre se acelera:
Caballos danse al héroe y su mesnada;
La alfana que á él le traen cubre entera
Piel de leon roja de uñas de oro armada.
Ya la exigua ciudad sabe y pondera
Que al Rey tirreno vuela una brigada:
Doblan votos las madres: creces toma
Al susto el riesgo; inmenso Marte asoma.

558
CXI.

Al hijo estrecha el Rey, su mano asida,
Y «¡Oh! hiciérame volver favor celeste
A los pasados años de mi vida,
Cuando eché á tierra lo primera hueste»—
Dice en larga llorosa despedida—
«Aquí mismo, en el valle de Preneste,
Y los escudos de las rotas filas
Quemé triunfante en levantadas pilas!

CXII.

»Á Herilo allí, descomunal guerrero,
Tumbó esta diestra al Tártaro profundo:
De su madre Feronia (¡caso fiero!)
Tres formas recibió viniendo al mundo:
Rey de alma triple y desdoblado acero,
Muerto un tronco, quedábale el segundo
Y otro despues. Mas á los golpes mios
Rindió sus armas y agotó sus bríos.

CXIII.

»Fuese así, no á mis brazos te arrancaras,
Buen hijo; ni insultando la frontera
Con mengua mia, tantas vidas caras
Mezencio criminal segado hubiera;—
¡Desolada ciudad, no así lloraras!...
Vosotros, ¡oh! de superior esfera
¡Dioses! ¡gran Jove, reinador supremo!
A vuestro númen recurrir no temo.

573
CXIV.

»¡Oh! ¡del árcade Rey el desconsuelo
Os mueva á compasion, y de un anciano
Padre las preces escuchad! ¡Si el Cielo
Ha de volverme mi Palante sano;
Si él algun dia alegrará mi duelo;
Si firme unirle á mí no espero en vano,
El término alargad de mi partida:
Trabajos sufriré; quiero la vida!

CXV.

»Mas si un hado cruel fúnebres lazos
A mi esperanza tiende y mi deseo,
Lícito sea fenecer los plazos
De esta mísera vida, hora que áun veo
Incierto lo futuro, y que en mis brazos
Te tengo, hijo, y en verte me recreo,
¡Tú, tan tarde gozado y tan querido!
Nunca nueva fatal hiera mi oido!»

CXVI.

Tal sus adioses últimos plañía
El Rey; y enajenado de sentido,
En brazos sus criados á porfía
Le restituyen al desierto nido.
Y sale la veloz caballería
Por las abiertas puertas con ruido:
En primer línea Enéas va y Acates;
Otros siguen en pos teucros magnates.

587
CXVII.

Con rica sobreveste gallardea
Ostentando en sus armas sus blasones
Entre todos Palante: así campea
El lucero que en líquidas regiones
Se baña, cuyo fuego Citerea
Ama sobre el de cien constelaciones,
Cuando su faz divina alza en el cielo
Y rasga de la triste noche el velo.

CXVIII.

Desde el muro las madres aterradas
Ven las nubes de polvo cuál se extienden,
Y siguen con atónitas miradas
Las bandas que con tanto acero esplenden.
Por desechas de zarzas erizadas,
Abreviando camino, armados hienden,
Y en escuadron que clamoroso cierra
Galopando á compas baten la tierra.

CXIX.

Cabe el helado Ceretano rio
Hay un gran bosque; y mucho negro abeto
Que alturas forma en torno, hácele umbrío;
Le consagró tradicional respeto.
Es fama que á Silvano, númen pio,
Apropiaron aquel lugar secreto
Los antiguos Pelasgos, los primeros
Que ocuparon del Lacio los linderos:

600
CXX.

El sitio al Dios de campos y ganados
Le dedicaron, y un solemne dia.
No léjos de estas selvas sus soldados
Tarcon apercibidos guarecía;
Y podíase ya de los collados
Altivos, contemplar en lejanía
La legion que en los llanos acampaba,
Y dónde empieza, ver, y dónde acaba.

CXXI.

Al bosque ameno acuden, que recrea
La fatiga á caballo y caballero.
Vénus que á la sazon, radiante Dea,
En voladora nube el dón guerrero
Traia al paladin, no bien le otea
Cabe el frio raudal, solo y señero
En un repuesto valle, ante él parece,
Y la hadada armadura así le ofrece:

CXXII.

«Cata, hijo, aquí las armas inmortales
Que sola de mi esposo el arte traza:
Las prometidas armas con las cuales
Arrostrarás de Turno la amenaza
Y el soberbio furor de sus parciales!»
Dice, y al hijo Citerea abraza,
Y de una encina al pié, que estaba enfrente,
Deposita el arnes resplandeciente.

617
CXXIII.

Reconocido el adalid y ufano
Por la honra excelsa y recibida gracia,
El tesoro contempla soberano
Y la vista sobre él gozosa espacia:
Las piezas, ya en el brazo y ya en la mano,
Revuelve, y de mirarlas no se sacia:
La espada incontrastable, la garzota,
El yelmo aterrador que incendios brota.

CXXIV.

Ya en la enorme loriga brilladora,
Recia en el bronce, en el matiz sangrienta
Como nube cerúlea á quien colora
Fogoso el sol, los ojos apacienta;
Ya de Jas pulcras grevas se enamora,
De electro y oro que al más fino afrenta;
La lanza admira, y el labrado escudo,
Que humano idioma describir no pudo.

CXXV.

Los ítalos orígenes, las glorias
En él grabó de la romana gente,
No desconocedor de las historias
Venideras, el Dios ignipotente:
De Ascanio y su linaje las victorias
Dispuso de uno en otro descendiente,
Y tanta famosísima batalla,
Quien contempla el escudo, en órden halla.

630
CXXVI.

Allí el antro de Marte se descubre,
De una parida fiera verde alcoba:
Dos risueños rapaces, que el salubre
Sustento solicitan de la loba,
Cuélganse en torno á la materna ubre;
Y ella con mansa lengua los adoba,
Ya á éste volviendo en su comun cariño
La robusta cerviz, ya al otro niño.

CXXVII.

Viene tras esto la naciente Roma;
Y las sabinas asaltadas, tales
Aparecen allí como las toma
La ocasion de los juegos Consuales;
Y nueva guerra y súbita, que asoma
De Rómulo á la vez á los parciales,
Y á los Curites y al anciano Tacio,
Pueblo viril de corazon rehacio.

CXXVIII.

Con sus armas, y en pié, y allí cercanos,
Depuestas ya las mutuas amenazas,
Ambos reyes ostentan en las manos
De Jove ante el altar sagradas tazas;
Una cerda que inmolan cual hermanos
Acredita la union de entrambas razas;
Y de Rómulo brilla recien hecho
Tosco palacio de pajizo techo.

642
CXXIX.

Luégo en diversas direcciones Mecio
De rápida cuadriga por el llano
Arrebatar se mira;—así en desprecio
No tuvieses tu fe, mísero Albano!—
Arrastrar al follon (¡castigo recio!)
Manda implacable el vencedor romano;
Y entre zarzas pasando y entre abrojos
Rastro dejan de sangre los despojos.

CXXX.

Tú, Pórsena, á tu vez, por el proscrito
Tarquino instando, la ciudad bloqueas;
Y ya de libertad corren al grito
Espadas á blandir nietos de Enéas:
En el ceño el furor llevas escrito,
Y que amagas advierto, como veas
Que osó el puente hundir Cócles, y que libre
Clelia ya de prision, trasnada el Tibre.

CXXXI.

En lo alto del escudo está presente
Manlio, guardian de la Tarpeya roca,
Que en defensa del templo, el eminente
Capitolio ocupando, se coloca;
Y vese allí que de la Gala gente
Que á los umbrales en silencio toca,
Volando avisa con clamor sonoro
Argénteo ganso en pórticos de oro.

657
CXXXII.

Entre matas la hueste avanza artera,
Y ya de aquella deseada altura,
Ya casi entre las sombras se apodera,
Dádiva todo de la noche oscura:
Les luce de oro á par la cabellera,
De oro abunda la gaya vestidura.
Y el blanco cuello, que á la leche iguala.
Ciñe, de oro tambien, maciza gala;

CXXXIII.

Y llevando ante sí largos escudos,
Blande cada uno doble dardo alpino..
El de Salios danzantes, y desnudos
Lupercos, á este grupo está vecino:
Señálanse los ápices lanudos
Y el ancil sacro que del cielo vino;
Y matronas, que insignias venerandas.
Honestas llevan en carrozas blandas.

CXXXIV.

El mundo de las penas, la alta boca
Del Tártaro tambien la arte divina
Grabó léjos de allí. Tú de una roca
Que amenazando está siempre ruina,
Apareces pendiente, y la ira loca
Temblando de las Furias, Catilina.
Más allá de los justos las mansiones,
A quien dicta Caton sábias lecciones.

671
CXXXV.

En medio á estas escenas, mar hinchado,
Un piélago de oro se dilata,
Que en vivo movimiento simulado
Copos de espuma albísimos desata:
En círculo nadando dilatado
Tersos delfines de luciente plata
Girando van, y con alzadas colas
Barrer parecen las hirvientes olas.

CXXXVI.

Cautiva en medio al ponto las miradas
De Accio el conflicto, el próximo remate
Incierto aún: en órden las armadas
Con férreas proas van; hierve Leucate:
Sus ítalas legiones arriscadas
Conduce Augusto César al combate;
Yérguese en popa; el Pueblo y el Senado
Tiene, y los Dioses de la Patria, al lado.

CXXXVII.

Yérguese en la alta popa: fuego alienta
Radiante cada sien; su coronilla
La estrella Julia fúlgida sustenta.
Agripa, que sus tropas acaudilla,
Enhiesto en otra parte se presenta:
Dioses y vientos le cortejan: brilla
Sobre su frente la rostral corona
Que navales hazañas galardona.

685
CXXXVIII.

Allí Antonio á su vez bárbara hueste
Manda, con vario militar arreo:
Triunfante la region que la celeste
Aurora ilustra y piélago Eritreo
Ha dejado, y ejércitos del Este
Trae: al Egipcio acompañarle veo,
Y al remoto Bactriano; y (¡mancha odiosa!)
Tambien le sigue forastera esposa.

CXXXIX.

Precipítanse á un tiempo las galeras
Hácia alta mar; y cúbrenla de espuma
Revolviéndola toda, las guerreras
Proras y remos con violencia suma.
Ver bogando las Cicladas creyeras
O montes que, éste á aquél, cayendo, abruma;
¡Tanto estrechan la lid! ¡con mole tanta
Un torreado buque á otro quebranta!

CXL.

Volante hierro y encendida estopa
Caen doquier: la atroz carnicería
En sangre el campo de Neptuno arropa.
Con el egipcio sistro desafía
Cleopatra; y, armados en su popa,
A Anúbis labrador, y á cuantas cria
Feas deidades su país, reserva
Contra Neptuno y Vénus y Minerva.

697
CXLI.

Ella mirar no ha osado todavía
Los dos zagueros áspides. En tanto
Arde Mavorte en medio á la porfía,
Tallado en hierro; y esparciendo espanto
Bajan tras él por la region vacía
Las Furias: corre con rasgado manto
Hiendo la Discordia; y hiere al viento
Belona en pos con látigo sangriento.

CXLII.

Apolo Accio, que dudoso mira
El trance, desde lo alto el arco tiende;
A Indo y á Egipcio horror mortal inspira:
El Árabe, el Sabeo fuga emprende;
Todos vuelven espaldas á su ira.
Ni á más la Reina espavorida atiende:
Ya, ya jarcias afloja, da la vela,
Vientos convida, por el golfo vuela.

CXLIII.

Grabó á la triste el Dios ignipotente
Con el Yápiga huyendo, á quien invoca
Entre el estrago, pálida la frente
Al soplo de la muerte que la toca;
Y puso al caudaloso Nilo enfrente,
Que abriendo en su dolor séptupla boca,
A su seno cerúleo y honda cama
Con suelta ropa á los vencidos llama.

714
CXLIV.

Y luégo en triple triunfo á los romanos
Muros César avánzase opulento:
Máximos á los Dioses italianos
Santuarios fundar tres veces ciento
En Roma, ofrece, y sus alzadas manos
Expresan el eterno juramento.
Y plazas vense y calles en festivas
Danzas bullir y en jubilosos vivas.

CXLV.

Tiene aras cada templo, y centenares
Reune de matronas: sacrifica
Reses el sacerdote en los altares.
César, de Febo en la albicante y rica
Entrada, las ofrendas populares
Reconoce, á las puertas las aplica;
Y ante él desfilan las vencidas gentes
En veste, armas y lengua diferentes.

CXLVI.

Allíel Nómade, el Áfrico, á ligeros
Trajes usado; y Lélegas en fila
Vense, y Carios allí; diestros arqueros
Los Gelones; Eufrátes, más tranquila
Su corriente arrastrando; y los postreros
Morinos; y el que doble cuerno estila,
Reno undoso; y los Dahas renuentes;
Y Aráxes, no enseñado á sufrir puentes.

729
CXLVII.

Tales asuntos el sin par Vulcano
En el escudo figurado habia.
De su madre el obsequio soberano
Contempla el paladin, y se extasía
En sus primores; con anhelo vano
Enigma tanto descifrar porfía,
Y de futuros nietos y de Roma
Gloria y poder sobre sus hombros toma.