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Enero: El día de Reyes

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Las Estaciones – El Invierno
Enero - El día de Reyes
de Julia de Asensi


«A los Reyes Magos Melchor, Gaspar y Baltasar.
»Sabiendo lo mucho que quieren a los niños y que atienden a sus ruegos, les escribo hoy 5 de Enero para que mañana me traigan, como no dudo lo harán, porque soy bueno y no tengo falta ninguna, un traje de militar con las armas que le correspondan, un caballo, un velocípedo, una caja de soldados y todo lo demás que juzguen conveniente, dejándolo en el balcón de mi casa junto a la bota que en él tendré puesta.
»Firmado: Marcial Guerrero».


Esto escribía el hijo mayor del general de este apellido, con letra clara y mediana ortografía, mientras su hermanita Sofía esperaba a que concluyese para que escribiese por ella, pues aún no sabía hacerlo bien.

Marcial tardó cerca de media hora en trazar aquellos renglones, quedando muy satisfecho de la forma en que pedía sus regalos a los Reyes.

-Ahora dicta tú, que yo pondré exactamente lo que me digas.

Al pronunciar estas palabras miró a la niña que contestó con alguna timidez, porque comprendía que las ideas de su hermano eran opuestas a las suyas.

-Diles, murmuró Sofía, que no quiero muñecas, porque tengo ya muchas y más vale que se las den a las pobrecitas niñas que estén sin ninguna; ni alhajas, sino una cosa cualquiera, de poco valor, para que yo vea que me quieren algo y que no me tienen por mala. Ellos no dan nada a los niños que no son buenos, mamá me lo ha dicho, por eso quiero yo cualquier objeto por insignificante que sea...

-¡Qué tonta eres! Interrumpió el hermano. ¿Qué te importa que otras niñas tengan o no juguetes si no las conoces siquiera? ¿No me has dicho hace pocos días que te había gustado mucho un bebé con su canastilla completa y que te le comprarías en cuanto tuvieses dinero bastante para ello? ¿Pues qué pierdes pidiéndoselo a los Reyes?...

-No, no, pon lo que te he dicho y no intentes engañarme, porque yo no sé escribir bien, pero ya leo en manuscrito. Si no haces lo que te pido no firmaré la carta.

Marcial complació a Sofía, puso ésta su nombre al pie de aquellas líneas y el niño metió los pliegos en sobres diferentes, cerrándolos con lacre y con el sello que tenía las iniciales de su padre, del que llevaba su mismo nombre.

Iba a salir para entregar las cartas a un criado y que las echase al correo, cuando entró la madre de los niños. Era ésta una señora joven y hermosa, muy discreta y que procuraba educar bien a sus hijos. Enterada de los deseos de Marcial, cogió los dos sobres y le dijo dulcemente:

-El correo de los Reyes Magos no es el mismo que el de los hombres. El de los primeros no suelen conocerle más que los padres y las madres. Las cartas se transmiten por un hilo invisible que une a la tierra con el cielo. En él no se admiten más que las cartas de los ángeles de este mundo, que son los niños. Entre éstos los hay mejores y peores, y, según son, así reciben los dones de los Magos. A los buenos les dejan premios para que perseveren en el bien; a los traviesos, a los ambiciosos, a los que tienen algún pecadillo fácil de corregir, les envían algo que les sirva de lección o no les dan nada.

-Está bien, dijo Marcial, llévate como quieres las cartas, pero no te olvides, por Dios, de hacer que lleguen a su destino.

-Ahora mismo las voy a mandar. Y salió llevándose los sobres cerrados.

Durante la tarde fueron algunos niños, parientes o amigos, a jugar con Marcial y Sofía; dos o tres se quedaron a cenar con ellos, pero a las diez de la noche ya se habían marchado todos y los dos hermanitos se dirigieron a sus alcobas para acostarse. Antes les dijo su madre que ya había puesto en los balcones un zapato de cada uno.

Marcial se acostaba solo; a Sofía la desnudaba aún la doncella de su madre. El general y su esposa se habían quedado en la sala con varios amigos que no se marcharían hasta después de las doce.

El niño, antes de entrar en su habitación, se dirigió a la de su padre; cogió una bota de montar, la que le pareció mayor de todas, y abriendo el balcón del gabinete, la puso en el lugar de un zapato suyo de charol que juzgó era muy pequeño para que los Reyes lo viesen y colocaran junto a él los muchos regalos que les había pedido. Después volvió a su alcoba, se acostó y durmió intranquilo esperando con febril ansiedad el feliz momento en que viera los obsequios de los Magos.

Entretanto Sofía había quitado un zapatito a una de sus muñecas, rogando a la doncella que lo pusiese en el lugar del suyo en el balcón de la sala para que los Reyes no la dejaran más que un objeto pequeño, como les había pedido. Luego rezó, se acostó y se quedó tranquilamente dormida oyendo un cuento que por vigésima vez le contaba la criada y del que sólo dos o tres noches había llegado al desenlace.

A la mañana siguiente, el 6 de Enero, un día espléndido de invierno, frío, pero claro, con un cielo sin nubes, Marcial y Sofía bien abrigados, felices, sonrientes, corrieron a abrir los balcones. El niño quiso que se viese primero lo que le habían dado a él. Tal como la dejara estaba la bota de montar de su padre, aquella bota grande, la mayor que en la casa había. Nada la rodeaba, nada contenía; estaba allí inmóvil, derecha, a Marcial le pareció que hasta enojada y altiva. Al niño se le saltaron las lágrimas y alzó los ojos al cielo como si dirigiera una mirada de reconvención a los santos Reyes.

Luego fueron a la sala, y en uno de sus balcones, sobre el diminuto zapato de la muñeca, vieron un magnífico bebé con su preciosa canastilla y a su lado otros bonitos juguetes para poner una casa de muñecas que hacía tiempo deseaba Sofía. La niña también miró al cielo con expresión feliz, sonriente, y poniendo los dedos de su mano derecha sobre su boca, envió en señal de gratitud un beso a Melchor, otro a Gaspar y otro a Baltasar. Así, con alguna caricia, era como ella acostumbraba dar las gracias cuando le hacían cualquier regalo.

Luego sacó una caja donde guardaba el dinero ahorrado para comprarse el bebé y dijo en secreto a su madre:

-Mamá, trae algo para mi pobrecito hermano.

El general Guerrero aprovechó aquella lección que Marcial recibiera para reñir al niño.

-Has sido ambicioso, empezó, y por quererlo todo no has tenido nada. Cuando seas hombre y pretendas ser el primero, medrando a costa de los demás, recuerda este suceso y piensa en que si hubieras dejado tu zapatito en el balcón hubieses tenido tus juguetes; has puesto mi bota y, ya te lo dijo tu madre, los Magos no envían sus dones más que para los niños. Sé bueno, sé humilde, y no lo quieras todo para ti.

Marcial prometió enmendarse y lo cumplió.

Al año siguiente puso en el balcón un zapatito suyo y recibió tres magníficos regalos de los Reyes.


Enero