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España trágica/XXX

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XXX

El papel, invadido por la llama, se ennegrecía y enroscaba como cuerpo vivo sensible a los efectos de la combustión. La celtíbera no lo soltó de sus blandos dedos hasta que estos sufrieron el ardor de la quemadura. Recogidas las cenizas, las arrojó en un cubo de agua, donde se deshicieron como saliva escupida en el mar... El papel que introdujo la buena madre en el bolsillo de Vicente, en sustitución del papel sustraído, era una carta que Pilar escribió a su novio aquella noche, expresándole su cariño con la ingenuidad más intensa, suplicándole además que por amor de Dios y de ella se abstuviera de comprometer nombre y persona en enredos de Justicia.

Lo que se ha referido pasaba en la madrugada del 30 de Diciembre, día que amaneció risueño y claro para los que en Buenavista seguían con ansiosa expectación el curso de la dolencia traumática del General Prim. Este había pasado la noche muy tranquilo, y de su sueño despertó con ganas de hablar, que todos interpretaron como ganas de vivir. La noticia de la mejoría salió a correr por Madrid, llevando alegría y esperanzas a todo el vecindario, y lanzada después por el telégrafo a ciudades y pueblos, difundió las albricias por España entera. A pesar de esto, se prohibió severamente la entrada en la alcoba, sin otra excepción que la de los amigos y familia que turnaban en velar al enfermo. Tenía el General su cabeza tan despejada, que de todo quiso informarse, y aun apuntó disposiciones acertadísimas, proyectos que había de realizar en cuanto el Rey llegara.

Ya el día anterior, 29, había presentado síntomas de mejoría por la remisión natural de la fiebre. Pudo resistir la emoción de la despedida de Topete, que partió aquel día para Cartagena, revestido de la autoridad de Presidente del Consejo. Conoció y alabó la composición que en momentos tan angustiosos se dio al Ministerio. Sagasta había vuelto a Gobernación; Topete se encargó de Estado con la Presidencia, y Ayala entró en Ultramar. Asimismo tuvo Prim suficiente claridad mental para informarse de la interesante sesión del 28, y del hermoso arranque de Topete, que supo expresar su pensamiento y noble actitud con sublime elocuencia; pudo conocer las protestas contra el hecho de la calle del Turco, formuladas por amigos y adversarios, y las disposiciones y acuerdos de las Cortes para mantener el orden material en días de tanta inquietud y amargura.

No todos los que de cerca observaban y asistían al herido se hallaban conformes con las noticias optimistas que a cada instante eran lanzadas al público, ni creían que en caso de tal importancia debía ser engañado el país con piadosas mentiras. El Ministro de Hacienda, Moret, pidió que no se diesen noticias sin el refrendo de la Facultad, y el Gobierno acordó en la mañana del 30 que así se hiciera... En las rampas de Buenavista, por Alcalá y el Barquillo, se estacionaba mañana y tarde el pelotón de gente ociosa y compasiva que infaliblemente, desde que el mundo es mundo, monta la guardia pública a la vera del suceso trágico.

Salía Ibero de Buenavista, y al tomar la bajada del Barquillo fue detenido por una mujer que del pelotón salió a cortarle el paso. Desagradó al caballero la presencia súbita de Rafaela Milagro (pues no era otra la mujer aparecida), con quien tuvo algo que ver en días anteriores a su casamiento con Gracia. Alguna vez habíala visto en Madrid, pasando de largo, sin hacer caso de las miradas de ella, que pedían saludo y conversación. No pudo don Santiago librarse aquel día del repentino encontronazo, y si este no le satisfizo, menos le agradó el oírse tuteado familiarmente en cuanto abrió su boca la dama errante de antaño. «Dispensa que te detenga; pero te veo salir de Buenavista... Traerás noticias frescas de ese pobre señor... ¿Cómo está? ¿Es cierto que ha mejorado de ayer a hoy?».

«Tanto ha mejorado el General -replicó Ibero con propósito de limitar a lo preciso la contestación-, que creemos asegurada su vida...». Y la ecuménica, componiendo su rostro con guiños y muequecillas coquetiles, para que Santiago recordase los tiempos en que la llamabanperita en dulce, habló de esta manera: «Aunque no es santo de mi devoción, me alegro... Viviendo, tendrá espacio su alma para el arrepentimiento... Ya sé que hoy eres su amigo. No vienen esas amistades de muy atrás, porque este Prim pasaba por moderado y enemigo del Regente, cuando tú, Santiago Ibero, fusilaste al pobre Montesdeoca en la Florida de Vitoria...».

Frunció el ceño Santiago y revistió su rostro de amargo desdén al oír el intempestivo recuerdo. Quiso dar por terminada la conversación, cuando se acercó la fantasma o estantigua mayor, que había permanecido alejada de su compañera. La huesuda y feroz Domiciana, cabeza principal de la triple Hécate, metió su viperina palabra en el coloquio con estos lúgubres conceptos: «¿Y dice usted que está mejor? Lo siento, porque esa es la mejoría de la muerte. Al verle a usted pasar tan aprisa, creímos que iba en busca del confesor... No está bien que le detengamos... Vaya, vaya pronto, que si no trae en seguida al médico del alma, podría llegar tarde...».