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Gotas de sangre/La Muleta del ajenjo

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La Muleta del ajenjo


El bandido Pradines, cuya posada de Langon se conoce en Burdeos con el nombre de Posada sangrienta, por los numerosos asesinatos que cometieron en ella Pradines, su mujer Lucía y unos cuantos forajidos de la misma catadura, ha tratado de excusarse con una frase divina.

-Yo soy el mejor de los hombres -ha dicho al juez- cuando estoy en ayunas; pero si tengo una copa de más, me convierto en un demonio. ¡Maldito ajenjo!... Mire usted, señor juez; yo no comprendo que en un país civilizado no se prohíba el ajenjo, que es la llaga de las poblaciones.

El juez que entiende en el proceso de Juana Weber -por fin arrestada- ha oído decir que la ogresa bebía ajenjo y cuando se ajenjaba no tenía más remedio que asfixiar una criatura.

Casi todos los criminales dicen lo mismo:

-Yo, señor juez, soy un cordero; pero en tomando unos ajenjos me convierto en una pantera de Java, y veo rojo. ¡Maldito ajenjo!... ¿No podrá usted influir en que se prohíba? El ajenjo es una llaga social, créame usted, señor juez...

Pero el matador de la señora Enoque ha declarado, con sinceridad extraordinaria:

-J'avais pris trois absinthes avant de «faire mon coup», pour être sûr d'avoir «du coeur au ventre.»

Necesitado de hacerse malas tripas para matar a la señora Enoque, el miserable, que, conociéndose a sí mismo, sabía que estando sereno no se atrevía a matar una mosca, bebió tres ajenjos.

¿Por qué tres, y no dos o cuatro?... Muy sencillo: porque la legión de criminales natos que emplean el ajenjo para fabricarse «un corazón en el vientre» saben de antemano las dosis que necesitan. No sólo los crímenes, sino también las aventuras y heroísmos, están sujetos a dosis de ajenjo. Hay orador que necesita templarse con cuatro ajenjos; periodista a quien el artículo no le sale si no va regando con dos ajenjos las cuartillas; tenorio que precisa enardecerse con tres copitas; camorrista que lleva al terreno las armas juntamente con una cantimplora de lo verde; jugador que necesita cinco ajenjos para tener ánimo en el tapete; etc. Todos han estudiado las dosis que les hacen falta.

Con cuatro ajenjos, decía uno de ellos, no tengo bastante. Seis son mucho. Con cinco no llego a emborracharme y adquiero el brío necesario. Mi dosis es cinco, ni uno más ni uno menos.

¡Cuántos crímenes evitaría la prohibición del ajenjo! Cierto. Pero... ¡cuántas grandezas también!... Son legión los hombres públicos para quienes una botella de ajenjo es una muleta imprescindible. Sin ella no irían a ninguna parte. Y con ella van a todas partes, la cárcel inclusive...