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Invitación (Gabriel y Galán)

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Invitación
de José María Gabriel y Galán

Te invito desde el destierro.
Sin despecho, sin rencores.
En este risueño encierro,
hospital de mis dolores,
estoy cantando el entierro
de nuestros muertos amores.

¡Prevista estaba la suerte!
Inquietos y casquivanos,
y puestos entre tus manos,
murieron de mala muerte,
que no hay cosa menos fuerte
que unos amores livianos.

El tuyo liviano era,
y el que te di no me extraña
que víctima suya fuera.
¡Ya no eres tú la primera
pobre mujer que me engaña
de esa sencilla manera!

Y en este juego de amor
sé que quieres demostrar
que no fui yo el burlador...
Tranquila puedes estar,
que yo mismo haré constar
que es muy tuyo el tal honor.

Y dígote sin recelo
que tu engaño hízome daño,
porque yo no soy de hielo;
mas no te parezca extraño
que ahora bendiga ese engaño
que le abre a mi amor el cielo.

Pondrélo en lugar seguro,
pues, tras fracaso tan duro,
no a más mujeres confío
un amor como este mío,
que, por no ser todo impuro,
te ha parecido muy frío.

De una aspiración bendita
te he querido hablar mil veces:
mas sospecho, mujercita,
que esta idea que me agita
no cabe en las estrecheces
de tu linda cabecita.

Haciendo estoy penitencia,
y quiera Dios perdonarme
amores tan desdichados:
quiero limpiar mi conciencia
para ante Dios presentarme
sin esos ruines pecados.

Y limpio de vaho impuro
de aquel amor tentador,
tan torpe como inseguro,
después que me sienta puro,
pondré en Dios todo mi amor,
que en Dios estará seguro.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Antes que en ese camino,
por donde corres sin tino,
des con un mal caballero
que juegue con tu imprudencia,
te invito a hacer penitencia
y a cambiar de derrotero.

Qué, ¿te ríes? ¡Cuántas veces
he temido, mujercita,
que esta sana aspiración
no cabe en las estrecheces
de esa linda cabecita
y ese enfermo corazón!...