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La Henriada: Canto II

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La Henriada
de Voltaire
Canto II

Argumento: Enrique el Grande cuenta a la reina Isabel la historia de las desgracias de la Francia. Se remonta hasta el origen de ellas, y entra en el detalle de la carnicería ejecutada la noche de San Bartolomé.


«De males el exceso a que la Francia
Entregada se mira, horrible es, Reina;
Y horrible tanto más, cuanto es sagrada
Su fuente comunal. Celo inhumano, 720
Furor de Religión fue, quien la daga
En la mano libró del Francés Pueblo.
Entre Ginebra y Roma jamás nada
Decidir osaré; más por divinos
Que los renombres sean, a que a entrambas, 725
De uno y otro partido los secuaces
Con extremos hipérboles exaltan,
Yo, no obstante, el furor, yo el sutil dolo
Vi que a los dos denigran y difaman.
Si del error es hija la perfidia, 730
Si entre las controversias, que desgarran
Y la Europa sumergen, las traiciones,
Los aleves puñales, las cábalas
Infame sello son, que la mentira
Tan cruel como pérfida contrastan, 735
Ambos partidos pérfidos y crueles,
Iguales en los crímenes y manchas,
Del ominoso error entre tinieblas
Ambos, al parecer, iguales andan.
Francés, soldado y Rey, solo adoptando 740
Del trono la defensa y de la patria,
Su venganza dejando al cielo solo,
Nunca se habrá notado que violada
De mi poder legítimo la linea,
Con una mano osase temeraria 745
Profanar del levita el incensario.
Perezca para siempre, si, mal haya
La perversa política, que intenta
Un despótico imperio sobre el alma:
Que racionales pechos solicita 750
Convencer por la fuerza de las armas:
Que de herética sangre los altares
De un culto dulce y puro, feroz mancha;
Y de intereses sórdidos del mundo,
O frenesí fanático guiada, 755
De paz a un Dios benigno solo sangre,
Solo homicidios bárbaros consagra.
    «Pluguiera a este Dios mismo omnipotente,
Cuya ley busco yo, que así pensara
La corte de Valois; pero a ambos Guisas, 760
Los escrúpulos míos no embarazan.
De esos jefes de un crédulo gentío
La profunda ambición, sagaz disfraza
Su profano interés con el del cielo.
Cae un furioso pueblo en su vil malla, 765
Y contra mí, los pérfidos, el odio
De su cruel piedad concitan y arman.
Yo vi correr por celo a degollarse,
Volar vi mis patriotas con la llama
Al combate empuñada y al incendio, 770
Por vanos argumentos que no alcanzan.
Vos conocéis el pueblo, ilustre Reina;
Cuál es su arrojo, cuál su audacia,
Desde el terrible punto en que le imbuyen
Y a persuadirse llega que es la causa 775
Del ultrajado cielo la que venga.
De la fe con la venda densa y sacra
Ceñidos ya sus ojos, desde entonces,
De la obediencia rompe el freno y valla.
De vos, gran Isabel, estas verdades 780
Conocidas muy bien, bien meditadas,
Vuestra sabia cautela de antemano
Oportuno remedio al mal prepara,
Prontamente ahogándole en su cuna.
La tempestad, apenas fue formada 785
En los Estados vuestros: la previera
Vuestro espíritu próvido, y la calman
Vuestras prendas, por fin, vuestros talentos:
El fruto ya gozáis de virtud tanta.
Vos, Señora, reináis: Londres es libre, 790
Y vuestras leyes florecientes campan.
Rumbos siguió la Médicis diversos.
De narración tan mísera tocada
Mandaréisme, tal vez, que un fiel retrato
Del carácter de Médicis os haga. 795
Oídlo ya de un labio ingenuo al menos:
Muchos, Reina, de Médicis parlaban;
Pocos empero bien la conocieran:
Sondaron pocos bien las ensenadas,
Los obscuros secretos y repliegues 800
De sus ondas maléficas entrañas.
Yo, que de cuatro lustros por espacio,
De sus hijos criado en cortes varias,
Bajo sus mismos pies, por tanto tiempo
Ir formándose he visto las borrascas, 805
Con demasiado riesgo a conocerla
Aprendido he, por fin, y a descifrarla.
    «La aventurera muerte de su esposo,
Que de su edad la flor segó temprana,
Dejó precipitado y libre curso 810
A toda su ambición, y sujetada
De sus hijos, el uno en pos del otro,
La regia educación a su tirana
Tutelar dictadura: al que sin ella
El cetro ya empuñar, reinar osaba, 815
Desde aquel mesmo instante le persigue,
Por odioso enemigo le declara.
Alrededor del solio derramando
De discordia y de envidias la cizaña,
Oponiendo incesante y harto astuta 820
A los Condés los Guisas, Francia a Francia,
Con sus mismos contrarios más discordes
Pronta siempre a ligarse, y en mudanza
De enemigos perpetua, de rivales,
De intereses, de bandos y de causas, 825
Del deleite y placer, si bien no tanto
Como de la ambición, sensual esclava,
Y para colmo, además, supersticiosa,
Y a su culto también mil veces falsa;
La Médicis, Señora, por decirlo 830
Sin explicarme más, en dos palabras,
Poseía, por fin, del sexo propio
Con muy poca virtud todas las faltas...
Se deslizó mi lengua. La franqueza
Perdonadme, gran Reina. Computada 835
No sois ya sobre todo en ese sexo.
Dél no tiene Isabel más que las gracias.
El cielo, que os formó porque supieseis
Imperios dirigir, nos echa en cara
A todos vuestro ejemplo, y en la lista 840
Ya la Europa os admira numerada
De los hombres más célebres y grandes.
    «De una imprevista suerte fiera saña,
De Francisco segundo, con Enrique
La reunión en la tumba ejecutara. 845
Francisco, niño feble, que de Guisa
Los caprichos seguía y adoraba;
Joven, cuyas virtudes, cuyos vicios
Igualmente secretos, se ignoraban.
Carlos, más mozo aun, tan solo el nombre 850
Poseía de Rey. Solo reinaba
Médicis a placer, y a su ley sola
Todo se humilla ya, todo se espanta.
En dejar su poder asegurado
Bien presto su política afanada, 855
De un hijo, en demasía blando y dócil,
La infancia al parecer eternizaba.
De la voraz discordia por su mano
En la Francia encendiendo la atroz hacha,
Con sangre, de su nuevo y duro imperio 860
Los principios la Médicis señala.
De dos furiosas sectas enemigas,
La cólera y los celos mueve y arma.
Las campiñas de Dreux, que al viento vieron
Sus funestas banderas desplegadas, 865
Primer teatro infausto, campo horrible
De los trofeos fueron de sus tramas.
En tan triste jornada, Montmorenci,
Caudillo que peinaba antiguas canas,
Del luctuoso paraje poco lejos 870
Do el panteón de los Reyes se levanta,
Alcanzado, por fin, y mal herido
Del mortífero plomo que arrojara
Una guerrera mano, de cien años
De marciales trabajos terminada 875
Su carrera vio allí; y de Orleans cerca
Fue asesinado Guisa. Por desgracia,
La vida de mi caro infeliz padre,
Siempre a la aleve corte encadenada,
Siempre, y a su pesar, sirviendo humilde 880
A la cruel Catalina su tirana,
Siempre sobrado feble, entre ignominias
Su indecisa fortuna tras sí arrastra;
Y siempre por su mano preparando
Sus desdichas él propio y sus infamias, 885
Ha combatido y muerto de sus mismos
Fieros perseguidores por la causa.
Condé, que tierno vástago me mira
Que de su hermano huérfano restara,
Oficioso adoptandome, sirviome 890
De padre y de señor. De sus campañas
El suelo fue mi cuna. Entre guerreros
Allí criado y en fatigas varias,
De la corte, a su ejemplo, desdeñando
Una indolencia obscura, a tantos grata, 895
Y del verde laurel de amargo fruto
Prefiriendo gozar la sombra clara,
De juegos a mi infancia y de recreos
Sirvieron desde entonces sus batallas.
    «¡O llanos de Jarnac! ¡o en demasía 900
Inhumana, alevosa y vil espada!
Bárbaro Montesquieu, que de asesino,
Más bien que de soldado nombre alcanzas!
Condé, que moribundo, que cubierto
De gloriosas heridas ya encontraras, 905
De tu golpe cayó bajo la furia.
Yo descargar lo vide. Yo segada
Su vida he visto allí... ¡ah!, que harto joven
De flaco brío aún y estéril saña,
No pudo ¡ay Dios! no pudo allí mi brazo, 910
Ni prevenir su muerte, ni vengarla.
    «El cielo, protector de mi flaqueza,
De héroes al celo ardiente y vigilancia,
Mi débil juventud, siempre piadoso,
Confiar felizmente decretara; 915
Y de Condé, por fin, sucesor digno,
La defensa, Coliñi, al punto abraza
De mi persona a un tiempo y de mi bando.
Yo se lo debo todo, si. Tan grata
Confesión de mi deuda, es bien forzosa; 920
Pues si la Europa ve, si acaso alaba
De virtud en mis hechos algún rasgo;
Si esa Roma procaz, que me amenaza,
Si aun esa Roma misma, muchas veces
El mérito apreció de mis hazañas, 925
¡Vos sois, vos sombra ilustre, a quien lo debo!
    «Crecí bajo sus ojos. Allí hallara
Mi juvenil ardor por tiempo largo,
De la guerra la escuela dura y brava.
Él mismo, a cada paso, de los héroes, 930
Con su ejemplo el gran arte me enseñara.
Yo he visto a este guerrero encanecido
En trabajosas lides y hechos de armas,
Sobre sus fatigados nobles hombros,
A una vez sostener con fuerza y calma, 935
De la causa común, contra la Reina
Y la fortuna infiel toda la carga.
En su bando querido, y del adverso
No menos respetado, injurias agrias
De la fortuna a veces soportando; 940
Más siempre, a su pesar, por su constancia
Igualmente temido y peligroso;
De destreza, por fin, no menos sabia
Al mandar retiradas que combates;
Y en sus mismas derrotas, harto infaustas 945
Más grande, más glorioso, y más temible,
Que Dunois o Gastón serlo lograran,
En el triunfante curso de la dicha,
Que coronó el suceso de sus armas.
    «Al cabo de dos lustros ya cumplidos 950
De prósperas empresas y desgracias,
Médicis, que a ver torna renaciente
Un partido que crédula contaba
Para siempre deshecho, y cuyas tropas
Ya de Francia los campos inundaban, 955
De infructíferos triunfos y combates
Dados en guerra abierta al fin cansada,
Por último maquina, intenta aleve,
Sin más vanos esfuerzos en campaña,
En el seno apacible de los pueblos, 960
Y en su mísera sangre, sufocada
De un golpe dejar ya la civil guerra.
La corte, desde entonces, de sus gracias
Seductores halagos nos ofrece.
De vencernos, por fin, desesperada, 965
Engañarnos procura, y con propuestas
De una paz lisonjera nos aplaca;
Más! que paz, justo Dios a quien atesto!
¡Cuanta sangre, gran Dios de las venganzas,
Presto inundó, manchó su infausta oliva! 970
¿Y será fuerza ¡cielos! que la raza
De los supremos jefes de los hombres,
Del delito las sendas allanadas
A sus súbditos deje con su ejemplo?
    «Allá en su corazón fe le guardaba 975
Coliñi a su señor. Lágrimas tiernas
De profundo dolor le cuesta Francia,
Aun cuando, a su pesar, por su bien solo
En combatir Franceses se empleara.
De este bien arrastrado, abraza, acepta, 980
Y aún la ocasión previene, que ostentaba
Asegurar propicia del Estado
La concordia común tan suspirada.
En el pecho del héroe, raras veces
Halla abrigo la vil desconfianza. 985
Coliñi, entre alevosos enemigos,
De una seguridad sobrado incauta
Conducido por fin, a París viene,
Y allí fija su fúnebre morada.
Del Louvre a un tiempo mismo allá hasta el fondo 990
Mis pasos dirigió. Médicis falsa,
Recíbeme llorando entre sus brazos;
Ternezas me prodiga, me agasaja
Cual madre largo tiempo, y a Coliñi
La más fina amistad le protestaba. 995
Que a lo adelante quiere por su sabio
Consejo gobernarse, le declara;
Cólmale de favores, y a sublimes
Dignidades sus méritos exalta.
Muestra a los míos todos, deslumbrados 1000
De dulces lisonjeras esperanzas,
Fascinantes y astutas apariencias
De las gracias del Rey más señaladas.
Esperábamos ¡ha! creído hubimos,
Gozar de ellas en paz edad más larga. 1005
    «Sospecharon no pocos la perfidia
De estos presentes, si. Se recordaran
Cuan temible era el don del enemigo;
Más siempre a sus recelos igualaban
Del Rey los artificios. Poco hacía, 1010
Que de un secreto obscuro allá a la capa,
Al perjurio, la Médicis, y al fraude
Iba el hijo formando. Preparaba
A crímenes atroces de aquel joven
El fácil corazón, y por desgracia, 1015
El Príncipe infeliz, a sus lecciones
Dócil en demasía, y a observarlas
Por su genio feroz harto excitado,
En su culpable escuela aprovechaba,
Y excesivos progresos consiguiera. 1020
    «Porque, a un misterio vil de horrible cara,
Hermoso y noble velo astuto echase,
Su hermana me concede, y ya me llama
Su hermano ¡O falso nombre, y cuán funesta
Ha sido tu ilusión, tu fe cuán vana! 1025
O himeneo fatal, primer presagio
De nuestros males todos! Turbias llamas
De tu antorcha, soplada y encendida
Del cielo por las iras, de mi amada,
De mi infelice madre ¡o amarga pena! 1030
A estos mis propios ojos alumbraban
La tumba funeral. Ligero, injusto
No intento ser, Señora, en esta causa.
Yo de imputar no acabo a Catalina,
De mi madre la muerte acelerada. 1035
Su misteriosa muerte, no pretendo
Sin más pruebas cargarle. Tal vez, varias
De legales indicios de mí aparto.
Es bien inútil ¡Reina! es excusada
La pena de buscar a Catalina, 1040
Más número de crímenes y faltas.
Murió, Señora, al fin murió mi madre...
Perdonadme unas lágrimas, que arranca
A mi dolor, tan tierno y fiel recuerdo,
Todo se apresta en tanto. Ya es llegada 1045
Del desenlace cruel la fatal hora,
Que Médicis muy antes reservara.
    «A favor de las sombras de la noche,
Sin estrépito fue la seña dada.
De aquel mes, de memoria a Francia horrenda 1050
La nuncio desigual que retirara
A la tierra de espanto, parecía,
De su manchada faz la luz plateada.
Del reposo en los brazos dulcemente
El incauto Coliñi se entregaba, 1055
Y un sueño engañador, de adormidera
Sus órganos con flores recargara.
Más de alaridos, pronto, un rudo estruendo
Interrumpió, turbó tan dulce calma,
Y a arrancar vino de ella sus sentidos. 1060
Arrójanle del lecho las alarmas.
Escucha: observa atento, y por do quiera,
Sólo mira asesinos, que con rabia,
Que con paso veloz todo lo corren.
Brillando ve mil teas y mil armas. 1065
Arder ve su palacio: un pueblo inmenso
Vagando ve entre undosas asonadas:
Sangrientos sus sirvientes ahogarse
Mira entre fuego y humo: en cruel matanza
Verdugos de tropel ve encarnizados, 1070
Y en voz alta gritando «perdonada
Una vida no sea, que es Dios mismo,
La Médicis y el Rey, quienes lo mandan».
Resonar de Coliñi el nombre siente;
Y allá al joven Teliñi, a una distancia, 1075
Divisa al mismo tiempo; aquel Teliñi,
A quien la mano fiel de su hija cara
Amor librara en premio; aquel Teliñi,
Horror el más precioso de su casa,
Y de su bando todo, a un tiempo mismo, 1080
El lisonjero apoyo y la esperanza;
A quien, todo sangriento y desgarrado,
Los asesinos bárbaros arrastran,
Y al amoroso padre en tanta angustia,
Su socorro pidiéndole y venganza, 1085
Ensangrentados brazos le tendía.
    Más el héroe infeliz, inerme se halla;
Y en tan duro conflicto templando,
Que es fuerza perecer, sin que alcanzara
Dignamente vengarse, quiere al menos 1090
Morir como viviera, siempre intactas
Su gloria y su virtud. Ya numerosa
Cohorte de asesinos amenaza
Romper con insolente tropelía,
Las puertas del salón que le encerraba. 1095
Él mismo se las abre. Se presenta;
Y sobre todos tiende unas miradas
De tanta calma llenas, y con frente
No menos majestuosa y sosegada,
Que cuando, allá algún día en los combates 1100
Dueño de su valor, con dócil saña,
O el degüello, benigno detenía,
O con rigor guerrero apresuraba.
    «A su aire venerable y faz augusta,
Sorprendida de súbito, y cambiada 1105
En confusión no menos que en respeto,
De aquellos carniceros la arrogancia,
Por una fuerza oculta suspendieron
Inmóviles sus pasos y su rabia,
«¡Camaradas! les dice, ¿que os detiene? 1110
Vuestra obra dejad presto acabada;
Y con la yerta sangre de mis venas,
Manchad, inexorables, estas canas,
Que en la larga carrera de ocho lustros,
La suerte respetó de las batallas. 1115
Vuestra misión cumplid. Vuestros aceros
Descargad; herid ya. No temáis nada.
Coliñi os lo perdona. Poco importa,
Leve cosa es mi vida. A vuestra saña
La abandono. Perderla más quisiera 1120
Por vosotros lidiando en las campañas.
A estas razones, los sangrientos tigres
Caen atolondrados a sus plantas.
Del uno, aquí, el espanto saltar hace
El puñal, que a su pecho ya tocaba, 1125
Allí postrado en tierra, los pies otro
De Coliñi abrazando, en llanto baña,
Y rodeado en tal lance aquel gran hombre,
De una banda confusa y humillada
De sus mismos brutales enemigos, 1130
A un poderoso Rey se asemejaba,
De su pueblo querido y adorado.
Pero el malvado Besma, que aguardara
En el patio su víctima, impaciente
De que tal lentitud le dilataba 1135
Su meditado crimen, indignado,
Sube, corre afanoso, y la tardanza
Del alevoso golpe resolviendo
Remediar por su mano, a los pies halla
De aquel héroe, sus propios asesinos 1140
Temblando y consternados. En tan blanda
Tan patética escena, a Besma solo,
Al inhumano solo no embargaban
Sentimientos de lástima, a que siempre
Su pecho inaccesible se mostrara; 1145
Desagradar creyendo con un crimen
De alta traición a Médicis, si su alma,
De algún remordimiento el más liviano,
Sorprendida en tal caso se notara.
Por entre los soldados pasa, corre 1150
Hacia el bravo Coliñi, que le aguarda
Con sereno semblante; y de repente,
El furibundo monstruo con su daga
Le atraviesa, desviando dél la vista,
Llevado del temor, de que una ojeada 1155
De aquel augusto rostro, su vil brazo
Estremecer hiciese, y su villana,
Su selvaje fiereza congelase.
    «Tal del hombre más grande de la Francia,
La funesta catástrofe a ser vino. 1160
Con sevicia feroz, con ciega rabia,
Después que ya por tierra yace yerto,
Aún le insultan impíos y le arrastran.
De heridas traspasado su cadáver,
Sin común sepultura le colgaran, 1165
De los voraces buitres por vil pasto.
Su cabeza a la Médicis regalan
Y a sus plantas ofrecen, cual trofeo
Digno de la impiedad de sus entrañas,
Y del índole fiera de un Rey hijo, 1170
Que por desgracia en ellas se formara.
Con tan fría indolencia la recibe,
Que no gozar la pérfida indicaba
De su aleve venganza el fruto inicuo.
Como de largo tiempo acostumbrada 1175
A presentes iguales, ya sin gustos,
Ya sin remordimientos, dominara
Las impresiones todas del sentido,
Que afligirla pudieran, o turbarla.
    «¿Quién podría fielmente los estragos, 1180
Cuya imagen tristísima ostentaba
Aquella noche atroz, decir bastante?
La muerte de Coliñi aunque harto infausta
Primicia de horror tanto, ensayo débil
De sus crueldades era y sus venganzas. 1185
De un pueblo de asesinos, ya sin freno,
La vil haz en matar encarnizada
Por deber y por celo, allí corría
Mortal hierro blandiendo, y vivas brasas
De furor fulminando de sus ojos, 1190
Por rimas de cadáveres, formadas
De sangrientos hermanos, con pie impío
Los verdugos, trepando, caminaban.
Guisa estaba a su frente. Guisa, hirviendo
De cólera, con sangre que derrama 1195
De cuantos encontraba de los míos,
De su padre los manes aplacaba.
Nevers, Gondí, Tavanne, por su parte,
Sus dagas empuñando, ardor más daban
De su inhumano celo en los transportes; 1200
Y llevando delante pregonada
La lista de sus crímenes, conducen
A la muerte, y sus víctimas marcaban.
    «Pintaros no pretendo, ilustre Reina,
Los raudales de sangre, que arroyaba, 1205
El tumulto, los gritos, los gemidos,
Los horrores, las muertes y las llamas,
Que del triste París, por todos lados,
Se vieron en tal noche. Asesinada
La hija de su madre sobre el cuerpo; 1210
Bajo el del hijo el padre que expiraba;
Al lado del hermano, boqueando
Aún caliente el cadáver de la hermana;
Esposos abrazados, bajo el techo
Del desplomado hogar agonizaban; 1215
Desde las altas torres y azoteas,
Sobre la dura piedra ensangrentada
Estrellados ¡que horror! niños de cuna...
Del odio humano, sí, de su cruel saña
Tanto es lo que esperarse puede y debe. 1220
Más lo que no podrán sin repugnancia
Creer los venideros, lo que apenas
Aún ahora vos misma, en mi palabra,
Podréis creer, Señora, es, que los monstruos,
Ferozmente sedientos en su rabia, 1225
Cebándose insaciables a porfía
En la mísera y triste sangre humana,
Que a derramar concita en todas partes
La voz del sacerdote sanguinaria;
Al Señor invocaban fervorosos, 1230
Mientras que sus hermanos degollaban,
Y con mano alevosa y parricida,
En sangre de inocentes tan manchada,
Esta ofrenda, este incienso abominable,
Consagrar en su altar a Dios osaban. 1235
¡Cuantos héroes envueltos allí fueron
En las lúgubres sombras de la parca!
Renél, y Pardellán, allí bajaron
A habitar de los muertos las estancias.
Allí, tú pereciste ¡bravo Guerchi! 1240
Y tú ¡Lavardín sabio, de más larga
Y más próspera vida y suerte digno!
Entre tanto infeliz, víctima tanta,
Que noche tan sangrienta en los horrores
De una eterna dejado ha sepultada, 1245
Subissa, y Marsillac, ambos proscritos
De su vida los días con audacia
Aun defender supieran tiempo largo;
Más sangrientas, al fin, acribilladas,
Ya respirando apenas, y a empellones, 1250
Sus personas acosan, las arrastran
Del Luvre abominable hasta las puertas,
Y del palacio odioso las entradas
Con su sangre regando, en vano imploran
Un Rey cuya traición les inmolara. 1255
    «Tempestad tan horrenda de la altura
Del palacio excitando, contemplaba
A su sabor la Médicis su fiesta.
De diversión curiosa con miradas,
Sus dignos e inhumanos favoritos, 1260
De sangre ven las olas, que resaltan,
Que a sus ojos bullendo aun humo elevan;
Y de todo París, envuelto en llamas,
Los míseros despojos y ruinas,
A estos héroes triunfal pompa labraban. 1265
    «¿Pero qué digo? ¡o crimen! ¡o vergüenza!
¡O de los males nuestros extremada,
Fiera y nefanda suerte! El Rey, Señora,
Él mismo, entre verdugos se mezclaba,
Y el tropel persiguiendo fugitivo 1270
De míseros proscritos, torpe mancha,
De sus propios vasallos en la sangre,
Una mano a guardarla consagrada.
Y ese mismo Valois, a quien hoy sirvo,
Ese Rey, que hoy, Señora, vuestra gracia 1275
Implora por mi labio, parte habiendo
De su bárbaro hermano en unas tramas
Tan negramente aleves y afrentosas,
Su cólera excitaba a la venganza;
No porque de Valois impías fuesen, 1280
A pesar de hechos tales, las entrañas:
En sangre rara vez tiñó su mano;
Más ejemplos del crimen le sitiaran
En su primera edad. Su crueldad misma,
De flaqueza de espíritu no pasa. 1285
    «Entre la multitud de asesinados,
Algunos el furor burlar lograran
Del asesino acero. Prodigiosa,
Célebre será siempre, y trasladada
A la futura edad de labio en labio, 1290
De Comont, tierno niño, la más rara
Favorable aventura. Su buen padre,
Que el peso de los años abismaba,
Entregárase al sueño, y a su lado
Dos tiernos caros hijos acostara. 1295
Un solo común lecho, aquella noche,
Al padre y ambos hijos cobijaba.
Fogosos matadores forajidos,
A quienes cruel cólera cegara,
Sobre ellos velozmente descargaron 1300
Un granizo feroz de puñaladas.
Por el lecho al azar la muerte vuela.
En sus potentes manos sólo guarda
La suerte de los hombres el Eterno:
Él sobre nuestros días, si le agrada, 1305
Velar sabe, al momento en que las furias
Del sangriento homicida ciegas andan.
Ningun golpe a Comont hiere ni toca.
Un invisible brazo le amparaba
En su defensa armado, y de las iras 1310
De tanto matador libra su infancia.
A su lado su padre moribundo
Y de heridas cubierto, le tapaba
Con su cuerpo, expirando, todo entero;
Y del Rey y del Pueblo así engañada 1315
La bárbara crueldad, a su hijo ha dado
Segunda vez la vida con su maña.
    «¿Y qué hacía, qué hacía yo en momentos
De tanto horror colmados y desgracia?
De juramentos ¡ha! los más solemnes 1320
Por demás entregado a la fe santa,
Del Louvre allá en el fondo descansando,
Muy distante del ruido de las armas,
Aún del dulce reposo mis sentidos
Los encantos pacíficos gozaban. 1325
¡O sueño el más funesto! ¡O noche horrenda!
Lúgubres aparatos de la parca,
Al despertar mis ojos perturbaron.
Mis más caros domésticos se hallaban
Asesinados ya. Por todos lados, 1330
Mis pórticos la sangre ya inundaba;
Y mis ojos abrí para ver solo
Mis míseros sirvientes, que acababan
De ser bárbaramente degollados,
Tendidos sobre el mármol de su estancia. 1335
Los sangrientos verdugos ya se acercan
A mi lecho furiosos; ya se avanzan.
Sus parricidas manos, atrevidos,
Contra mi pecho y cuello ya levantan.
Ya el momento llegara en que debía 1340
Mí suerte terminar; ya presentara
Mi cabeza al cuchillo; ya la muerte
Resignado por puntos esperaba;
Cuando, o fuese tal vez porque el respeto,
Que de antiguo a la sangre tributaran 1345
De mis regios abuelos, sus Señores,
A mi favor entonces aún hablara
De aquellos alevosos asesinos
Al brutal corazón, o que la rabia
Ingeniosa de Médicis, por dulce 1350
Para mí por demás consideraba
Una rápida muerte; o porque un puerto
En tanta tempestad se reservara,
Guardándome por rehenes la prudencia
De su sagaz furor, yo preservadas 1355
Para nuevos reveses vi mis horas;
Pues mi muerte cambiar Médicis manda,
Más que la muerte dura, en cadenas.
    «Con suerte, a la verdad, menos amarga
Y de envidia más digna, aquella noche, 1360
Expirando Coliñi, al menos, nada
En ella más perdiera, que la vida.
Su libertad y gloria inmaculadas,
Le han seguido al sepulcro... Vos, Señora,
Vos, os estremecéis a tan ingrata 1365
Bárbara narración. Horrores tantos
Os sorprenden, sin duda, y os espantan.
Hasta aquí, sin embargo, solo oísteis
De ellos la menor parte. Se pensara,
Que del Luvre fatal desde las torres, 1370
La seña Catalina diera infausta
Aquella propia noche al Reino entero.
Todo imita a París. La muerte asalta,
Sin resistencia cubre a un tiempo mismo,
La vasta superficie de la Francia. 1375
Cuando un Rey quiere el crimen, ya lo impera
Y obedecido es harto. Su cruel saña,
Por cien mil asesinos fue servida;
Y las sangrientas enturbiadas aguas
De los ríos de Francia, al mar pasmado, 1380
Solamente cadáveres rastraban».


FIN DEL CANTO II