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La compra de una burra

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


La compra de una burra.

Un labrador tenia una burra que, salva la edad, que podriaser de treinta años, en lo demás érala mas remolona, la mas pesada y la mas mala trabajadora de todo el pueblo. Item mas: tenia el pelo completamente blanco, y unas orejas que por demasiado largas no le servían; es verdad que en compensación no tenia dientes, y se tragaba el salvado de las gallinas como si tal cosa.

La cebada se vendió bien aquel año, y el buen labrador, encontrándose con quinientos reales, se fué á la feria, vendió la pobre burra vieja en veinte reales á unos gitanos, y con los veinte y seis duros de su capital se puso á buscar una buena pollina, que es lo que verdaderamente le hacia falta. En una feria se encuentra de todo, asi es que al segundo ó tercer dia encontró una pollina; pero válgame Dios ¡que pollina! era alta como la burra vieja, pero con unas orejas tan recortadas, tan monas y tan elegantes como las de un caballo; un pelo corto, lustroso y negro, que daba gusto; unos coseos tan bonitos que ni á torno se podian sacar mejores, y sobre todo no tenia dientes; pero, qué los habia de tener si estaba mudando.

Los gitanos que la vendían hablaban muy alto.

— Esta pollina, decian, es aun mas de lo que parece, porque otra como ella no se encuentra en la feria; y en saliéndole todos los dientes verá V. un portento que no se ha visto en burras jamás.

El labrador se entusiasmó, pidió prestados seis duros y la compró en dos onzas de oro, muy seguro de que hacia un negocio, y temiendo que se le pudiera acusar de haber engañado á los gitanos. Montó en la pollina y con grande asombro suyo víó que tomaba la dirección de su pueblo sin habérselo enseñado.

— Qué diablo, decia el labrador, ¿le habré dicho el camino que debe llevar y no me acordaré? ¡Es pasmoso! Cuántos hombres no tendrían tanto talento.

Llega á casa sin equivocarse un momento en el camino, entra en el portal y se va derecha, derecha árecoger los desperdicios que dejaban las gallinas, como hacia la burra vieja, y después á su pesebre como si hubiera leido el testamento y supiese que era su heredera.

— ¡Ahí Bruno, buen Bruno, dijo la labradora, muy bonita es la pollina que traes, pero hijo, ó tiene los diablos en el cuerpo, ó es cosa de brujería lo que pasa.

— Mira, Gregoria, contestó el labrador, rezando el rosario vengo todo el camino, porque no he visto pollina mas sabia en todos los dias de mi vida. Lo mismo acertaba las vueltas y revueltas que si se lo dijeran al oido.

En esto llovia á cantaros, y como la pollina estaba en el corral, principió á marcharse el color del pelo, quedando en un santiamén mas blanca que la nieve.

La tia Gregoria fué á mirar las orejas y vio que estaban recortadas á tijera.

— ¿Cuánto te ha costado la pollina? dijo la buena mujer alarmada.

— Treinta y un duros, Gregoria, y uno que saqué de la burra vieja, treinta y dos.

— Pues bien, Bruno, te has lucido; has perdido treinta y un duros y los gastos del viaje, y te has vuelto á traer la burra que llevaste.

— ¡Ah, Gregoria! lo peor es que es cierto.