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La confesión - cuento

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La confesión
de Cecilio Navarro
Publicado en enero de 1865 en el Almanaque Literario del Museo Universal, Madrid.
Se ha conservado la ortografía original.
LA CONFESION.
CUENTO.

Allá in illo tempore, habia en un pueblo de la católica España un convento de frailes, no sé si mínimos o máximos, ni es menester saberlo, pues para el caso no hace falta ningun fraile (ni para nada tampoco), bástanos y aun sobra un lego, y a éste pondré en escena para desenvolver la accion histórica de este sabroso cuento.

Llámabase el lego Gregorio, nombre que por consejo levítico imponian los padres, o compadres, a sus hijos, como una aspiracion o predestinacion a papas: solo que aquí desacertaron padres y levitas, porque el Gregorio de este lego jamás salió de sus hábitos.

Gregorio, pues, o mas piadosamente, el hermano Gregorio, era el demandador mas famoso de toda su órden, de todas las órdenes, asi por pedigüeño, como por sácalotodo. Es fama que sacó de una vez un real de a dos a un judío viejo, mercader, por mas señas, de Sevilla, para alumbrar al Niño de Belen. Aun mas; y esto es celebérrimo: encontrándose en camino al empolvado y sudoroso limosnero, o pedigüeño, de una comunidad mendicante, le sacó diez maravedises que el pobre habia recogido en cinco limosnas, de a legua cada una, bajo el sol de los idus de julio, en la misma ardorosa tierra de Andalucía. Mas aun; y esto es ya plusquam celebérrimo: vió una tarde a la fosca luz crepuscular un rebaño sin pastor, y le sacó al pastor mismo un carnero de setenta libras vellon: tal y tanta era la piadosa maña que, en lo de sacar, se daba este predestinado.

Pero a esta funcion de su monástico oficio, tan solo dedicaba las tardes, pues levítico cual otro Aaron, el hermano Gregorio consagraba irresistiblemente las mañanas al Señor, en su ministerio de escoba, despabiladeras y misal.

Una madrugada barrió, como de costumbre, el santuario, limpió el polvo de los altares é imágenes, y preparó los ornamentos, segun rito del dia, para la primera misa, que decia en latin fray Meliton y el lego ayudaba en griego, por bula sin duda de su propia santidad.

Fray Meliton era un reverendo padre, confesor mas que piadoso, de manga ya tan ancha, que, á ser asi el ojo de las agujas, seguramente habria camellos... es decir ricos, en la gloria. Asi fue que atrayendo la fama de su indulgencia a los grandes pecadores, seguros de pasar por aquel ojo, contaba entre otros gremios, por hijas de confesion a todas las beatas de aquella Cibdad de Dios y aun de allende. - Pero es el caso que el buen fray Meliton habia cenado la noche anterior en mesa agena y.. no pudo levantarse el dia siguiente: fenómeno natural que yo no esplico, por no hacerme indigesto. Y harto ya de esperarlo en pie el lego que ignoraba tal empacho, se sentó en el confesonario de aquel con ánimo de dormirse a la sombra y al abrigo. Iba ya a traducir en hecho su propósito, cuando a la tenebrosa luz dela sagrada nave, vió acercarse a su retiro una como mujer. Y fuera que se asustara de su ropa negra, fuera que no se asustara de su rostro blanco, lo cierto es, que se despabiló ahora a sí mismo el despabilador de las lámparas, alejando la tentacion de Morfeo. - La beata, que una beata era la mujer que asusto o no asustó al lego, se le aproximó mas y mas, haciendo genuflexiones en todos los altares y santiguadas en todas las genuflexiones; y escudriñando y viendo a la opaca luz que el confesonario del indulgente fray Meliton, su director de conciencia, estaba ocupado por unos hábitos, tomó los unos por los otros, y, por mal de sus pecados, fue confiadamente a arrodillarse a los pies del lego.

El lego apoyó cómodamente su diestro brazo sobre el barrote ad hoc del santo tribunal; la barba sobre la mano, diestra tambien, y dejó a la beata en el libre ejercicio de sus devociones.

La penitente, o penitenta, bajando a tierra la vista á guisa de inmaculata, se santiguo, se persignó, se examinó... y despues de formular el confiteor, abrió su buena conciencia y entresacó estos escrúpulos.

—Acúsome, padre, de haber bebido agua en dia de ayuno entre comida y reficcion. —Acúsome, padre, de haber pegado un broche en dia colendo. —Acúsome, padre, de haber dejado los pater nostres del toque de almas, dende para despues. —Acúsome, padre, de haber dicho... caramba.

Aquí se le concluyó a la penitenta el repertorio de los pecados veniales que trajo retóricamente por exordio, y estornudó una vez, y tosió dos, y se santiguó tres; y bajando mas la vista, y mas que la vista la voz, empezó el queso, o sea el repertorio de los mortales, diciendo asi:

—Acúsome, padre, de haber abierto la ventana algunas noches... a un hombre... que... no era mi marido.

—Acusome, padre, de haber abierto la puerta... a un hombre... que... no era ninguno de los dos.

—Acúsome, padre, de haber caido en tentacion... con un hombre... que... no era ninguno de los tres.

—Acusome, padre, sobre un escrúpul, por si algun otro... pecado se me ha ido de la frágil memoria.

Calló, en diciendo esto, la beata y esperó. Mas como despues de un largo intérvalo, permaneciera mudo el confesor, osó levantar la cabeza, aunque no la vista, y tácitamente preguntó:

—Padre, ¿no me echa la absolucion, vuestra merced?

—No, contestó en el mismo tono el hermano Gregorio.

— ¡Agnus Dei! ¿Tan graves son mis pecados?

—No, hija: la misericordia de Dios encima de todo. Pero yo no puedo absolverte.

—¡Qui tollis! ¿Por qué, padre Meliton de ánima?... Dinaos responder en caridad. ¿Por qué no me podeis absolver?

—Porque soy lego.

—¡Peccata mundi! ¡Lego!

—Sí: el hermano Gregorio.

—¡Jesus mil veces!... Y si es lego, ¿por qué ha oido vuestra merced mis culpas ?

—Eso digo yo. Si soy lego, ¿por qué me las has dicho tú? Es asi que yo no te las he exigido, ergo...

—Agora mesmo voy en zaga del padre Corretor á efeto de decille lo que es vuestra merced.

—¡Amagos a Gregorio dijo el idem con el tono heróico del Ingenioso Hidalgo en sus ¡Leoncicos a mi! Y añadió dando unos pasos hácia la puerta de la calle: Yo iré antes en cas de tu desdichado esposo a decille a mi vez lo que tú eres; tú la mujer de los cuatro maridos, esclusos los del escrúpul que te se fueron de la frágil memoria...

—¡No, por Dios! esclamó ahora la polígama beata mudando ya de modo y deteniéndolo de los hábitos.

—¡Sí, por el diablo! añadió el lego avanzando unos pasos mas.

La mujer de los cuatro y pico se interpuso entonces en cruz, y en hinojos, y...

—Guárdeme, dijo, guardeme vuestra caridad este secreto, y pidame en trueque cuanto quiera: rica soy.

—Eso ya varía de especie, añadió el taimado con cierta risita. ¿Lo ves? Ya me has desarmado. Sí, como decía el Santo Francisco de Sales, se cogen mas moscas con una gota de miel que con una arroba de vinagre. Tratemos en paz de Dios, una vez que nadie escucha. Si tú me das cuanto yo quiera, por seguro ten que guardaré el secreto de tu confesion con toda la inviolabilidad del mismo San Juan Nepomuceno..

—Pida vuestra merced.

—Pido, dijo Gregorio Magno aspirando un polvo con mas superioridad que el general de su órden; pido... un par de jamones grandes.

—Otorgo.

—ltem, una docena de gallinas que no sean pequeñas.

—Otorgo.

—Item, un odre de aceite nuevo.

—Otorgo.

—Item, dos de vino viejo.

—Otorgo.

—Item, una carga de higos pasos.

—Otorgo.

—Item, un cahiz de trigo.

—Otorgo.

—ltem, doce ladrillos de chocolate.

—Otorgo.

—Item, veinte y cinco ducados de multa... digo, de limosna.

—Otorgo.

—¿Qué mas?... ¿Qué mas?... ¡Ah! se me olvidaba lo mejor; item, una hanega de sal.

— Otorgo.

—Corriente.

—Todo lo iré enviando poco a poco para no infundir sospechas.

—Corriente. Pero en el plazo fatal de esta solene otava a contar desde esta noche en que me enviarás a la portería los dos jamones.

—Otorgo.

—Pues ya estás absuelta: vete con mi bendicion.

Y el lego se la echó solemnemente como un abad mitrado. La mujer de sus maridos se fué a otra parte con su santimoniosa beatería, y es tradicion que le dió religiosamente cuanto le pidió el pedigüeño, quien a su vez cumplió lo prometido guardando el sigilo de la confesion tan fielmente como se deduce... sabiéndolo.

Cecilio Navarro.