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Las beldades de mi tiempo/XIX

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CAPITULO XIX


En 1836 habia, aqui un insano, tranquilo y amigo de todos. Se llamaba Pedro Balbastro, y pertenecia a la noble familia de los Balbastro y de Alvear, que, según él decia, eran todos locos.

Era muy comerciante y buscavida, pues hacia de buhonero, o falte, como llaman en Chile a los que venden por las casas algunos géneros baratos y cosas útiles, como son medias y pañuelos de algodón, de los que llevaba una gran cantidad colgada en el brazo izquierdo, y en la mano derecha las muestras de estos efectos.

Dos años después del inicuo ataque y de la escandalosa detentación, perpetrada por el gobierno inglés a nuestra república, tomando por sorpresa y viva fuerza las islas Malvinas, situadas, como es sabido, frente a la entrada del Estrecho de Magallanes, en el cabo Virgenes, en rumbo Este. La familia de los Balbastro era notable por la hermosura de sus tipos; las mujeres, especialmente, eran bellisimas, y se casaban con ingleses. Estaban por ese tiempo en piques con las Rubio, de igual categoria, con las cuales se disputaban los novios ingleses a titulo de hermosura; pues asi la señora Rosario Rubio se casó con don Daniel Gowland, y Estanislada, su hermana, con Bergmann, alemán, y se fué a Lima, en donde lucio, no solo por su belleza, sino también por su distinguido porte, elegancia y savoir faire; pero volvamos a mi cuento.

Metido Pedro, como se ve, entre ingleses, tuvo amistad y mereció la protección de las casas de Bale Stock, de don Diego Thompson y de don Thomas Duguet, que, tanto para librarse de él cuanto por dar gusto a la familia, le confiaban chucherias para que siguiera ejerciendo su oficio.

Otro oomerciante inglés creyó poder emplearlo provechosamente y le dió a comision la venta de medias y pañuelos. Instado repetidas veces para que cubriera la cuenta de lo que le habia dado a vender, contestaba enfaticamente “que ya le habia pagado con demasia”.

Como esto, a mas de no ser cierto, implicaba una insolencia, el inglés lo demandó ante el Juzgado de Paz, como era entonces de practica.

Llamado a oontestar la demanda, Pedro no negó el hecho; lejos de eso, lo confirmó in absolute. Entonces el juez de la parroquia de la Merced, que lo era el señor don Vicente Peralta (federal neto) ordenó el pago o la devolución inmediata de la mercancia.

Algunas personas, siguiendo la broma, quisieron ir con él y defenderlo, pagando la deuda, pero Pedro se opuso tenazmente, y dijo: Señor Juez, yo nada debo a este hombre; pues habiendo los ingleses robadonos las islas Malvinas, yo me pago con estas medias (y al mismo tiempo, arrollando el pantalón, mostraba, las que llevaba puestas) la parte que me toca de tiera como argentino, y, por consiguiente, repito que nada debo a este inglés, ya demasiadamente pagado por ello.

Aqui cabe bien una consideracién sobre el proverbio “los locos y los niños dicen las verdades”, y la prueba de ello es que Rozas, a quien también se tiene por loco, durante su gobierno, tomó de tema el reclamo de las islas Malvinas.

En efecto: después de la controversia sostenida con el gobierno inglés, su Ministro Plenipotenciario en Londres, don Manuel Moreno, hasta la caida de Rozas en 1825, formulaba anual e infaltablemente, ante el Ministro Lord Palmerston, su reclamación contra ese inicuo ataque a la soberania argentina.

Asi lo estuvo chichoneando sin obtener otra cosa que fastidiar a Lord Palmerston, de quien el ministro argentino fué su cabrión durante 17 años.

Sea de ello lo que fuere, yo digo que Pedro Balbastro merece bien de la patria: que todo ciudadadano argentino debiera, por lo menos, sostener que la Inglaterra, nos es deudora de las islas Malvinas, manifestandolo asi en toda hora, momento y circunstancia ocasional; y que el gobierno nacional debe proceder en esto imitando a Rozas, es decir, protestando, año por año, y reproduciendo el reclamo del ministro Moreno... o que cancele nuestra deuda, dandola por pagada con las islas Malvinas, porque sardina que lleva el gato, tarde o nunca vuelve al plato. Dal lobo un pelo, señor Ministro de Hacienda, doctor don Vicente F. Lopez.