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Las mil y una noches:83

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Las mil y una noches
de Anónimo
Capítulo 83: Pero cuando llegó la 53ª noche



PERO CUANDO LLEGO LA 53ª NOCHE


Ella dijo:

He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el rey Hardobios mandó llamar inmediatamente a los sabios musulmanes y a las jóvenes de pechos redondos e intacta virginidad. Y colmó a los sabios de consideraciones y regalos, y los recibió con gran generosidad.

Después les confió las hermosas jóvenes, elegidas una por una, y le encargó que les diesen la educación musulmana más completa. Y los sabios y los poetas obedecieron, e hicieron exactamente lo que el rey les había mandado. Eso en cuanto al rey Hardobios.

Pero en cuanto al rey Omar Al-Nemán, apenas regresó de la caza y, al entrar en palacio, supo la fuga de Abriza y su desaparición, se afectó mucho, y exclamó: "¿Cómo es que una mujer puede salir de mi palacio sin que nadie se entere? ¡Si el reino está tan bien guardado como mi palacio, es segura nuestra perdición! ¡Otra vez que vaya de caza, me cuidaré de que se guarden bien mis puertas!".

Y mientras hablaba de tal modo, he aquí que Scharkán volvió de su expedición, y se presentó ante su padre, que le enteró de la desaparición de Abriza. Y Scharkán, desde aquel día, no pudo soportar la estancia en el palacio de su padre, tanto más cuanto que los niños Nozhatú y Daul'makán eran objeto de los cuidados más asiduos del rey.

Y se entristeció más cada día, y de tal manera, que el rey le dijo: "¿Qué tienes, ¡oh hijo mío!? ¿por qué tu cara amarillea y tu cuerpo enflaquece?" Y Scharkán le dijo: "¡Oh padre mío! he aquí que por varias razones me es intolerable permanecer en este palacio. ¡Te pediré, pues, como favor, que me nombres gobernador de cualquier plaza fuerte entre las plazas fuertes, y allí me iré a enterrar para el resto de mis días!" Después recitó estas estrofas del maestro de los proverbios:

El alejamiento es para mí más dulce que la estancia. ¡Mis ojos no verán ni mis orejas oirán las cosas que me recuerdan la dulce amiga perdida!

Y el rey Omar Al-Nemán, comprendiendo las causas del dolor de su hijo Scharkán, quiso consolarle, y le dijo: "¡Oh hijo mío!, ¡que se cumpla tu anhelo! ¡Y como el punto más importante de mi imperio es la ciudad de Damasco, he aquí que te nombro gobernador de Damasco, a contar desde este momento!" E inmediatamente mandó llamar a los escribas de palacio y a todos los grandes del reino, y en presencia suya nombró a Scharkán gobernador de la provincia de Damasco. Y el decreto de su nombramiento fue escrito y promulgado en el acto; y en seguida se preparó todo lo necesario para la partida.

Y Scharkán se despidió de su padre, y de su madre, y del visir Dandán, al cual hizo sus, últimos encargos. Y después de haber aceptado los homenajes de los emires, visires y notables del reino, se puso a la cabeza de sus guardias, y no dejó de viajar hasta que llegó a Damasco. Y los habitantes lo recibieron al son de pífanos y címbalos, trompetas y clarines. Y adornaron en su honor la ciudad y la iluminaron. Y fueron todos a su encuentro formando gran comitiva, en dos filas bien alineadas, llevando unos la derecha y otros llevando la izquierda. Esto en cuanto a Scharkán.

Pero en cuanto al rey Omar Al-Nemán, poco tiempo después de la partida de Scharkán para el gobierno de Damasco, recibió la visita de los sabios a quienes había encomendado la educación de sus dos hijos, Nozhatú y Daul'makán.

Y los sabios dijeron al rey: "¡Oh señor nuestro! venimos a anunciarte que tus hijos han terminado sus estudios, y saben perfectamente los preceptos de la sapiencia y de la cortesía, las bellas letras y la manera de portarse". Y al oírlo, el rey Omar Al-Nemán sintió que la satisfacción y la alegría dilataban su pecho, e hizo magníficos presentes a los sabios.

Y vió efectivamente que sobre todo su hijo Daul'makán, ya de edad de catorce años, se hacía más agraciado y más hermoso cada vez, y que se complacía en las prácticas religiosas y en las obras de piedad, y quería a los pobres así como la compañía de hombres versados en la jurisprudencia y el Corán. Y todos los habitantes de Bagdad, hombres y mujeres, le quería en extremo y deseaban para él las bendiciones de Alah.

Pero llegó un día, que era el del paso por Bagdad de los peregrinos del Irak, que se dirigen a la Meca para cumplir los deberes del hadj anual, y marchar después a Medina para visitar la tumba del Profeta (¡sean con él la plegaria y la paz de Alah!).

Y cuando Daul'makán vió la santa comitiva, se encendió su devoción, y corrió en busca del rey, su padre, y le dijo: "Vengo en tu busca, ¡oh padre mío! para que me dejes marchar con la peregrinación santa". Pero el rey Omar Al-Nemán quiso disuadirle de ello, y le dijo: "Todavía eres demasiado joven, ¡oh hijo mío! ¡Pero el año que viene, si Alah quiere, iré en persona al hadj, y te llevaré conmigo!"

Pero a Daul'makán le pareció excesivo aquel aplazamiento, y corrió en busca de su hermana Nozhatú, que en aquel instante se disponía a rezar su oración. Dejó que terminara, y después le dijo:

"¡Oh Nozhatú! me mata el deseo de ir al hadj para visitar la tumba del profeta (¡sean con él la oración y la paz!), y he pedido permiso a nuestro padre, pero me lo ha negado. Y mi objeto ahora es proveerme de algún dinero y marcharme secretamente con la peregrinación, sobre todo sin avisar a nuestro padre".

Entonces, Nozhatú, entusiasmada, exclamó: "¡Por Alah sobre ti! Te ruego, ¡oh hermano mío! que me lleves también y no me prives de visitar la tumba del Profeta (¡sean con él la oración y la paz!)" Y él dijo: "¡Así sea!

Ven a buscarme cuando caiga la noche. ¡Y sobre todo, cuida de no hablar de ello a nadie!"

Y a media noche se levantó Nozhatú, se vistió de hombre, disfrazándose con la ropa que le había dado su hermano, que era de su misma estatura y de su misma edad, cogió algún dinero y se dirigió hacia la puerta del palacio. Allí le esperaba su hermano Daul'makán con dos camellos. Y ayudó a su hermana a montar en uno de ellos, obligando al animal a agacharse, y después subió él en el segundo camello. Y luego se levantaron los animales y echaron a andar, y los dos hermanos pudieron unirse con los peregrinos y mezclarse con ellos, sin que nadie se enterase de su llegada. Y toda la caravana del Irak salió de Bagdad, emprendiendo el camino de la Meca.

Y Alah había escrito su buena suerte, de modo que no tardaron en llegar sin ningún contratiempo a la Meca Santa.

Y Daul'makán y Nozhatú llegaron al límite de la alegría al verse en el monte Arafat, y cumplir las obligaciones rituales. ¡Y cuál no fue su dicha al dar la vuelta a la Kaaba!

Pero no pudieron contentarse con esta visita a la Meca, y llevaron su devoción hasta el punto de marchar a Medina para venenar la tumba del Profeta (¡sean con él la plegaria y la paz!).

Y cuando se disponía el regreso de la peregrinación a su tierra Daul'makán dijo a Nozhatú: "¡Oh hermana mía! deseo visitar la santa ciudad de Abraham, amigo de Alah, la que los judíos y los cristianos llaman Jerusalén". Y Nozhatú dijo: "Y yo también lo quisiera, ¡oh hermano mío!" Entonces, después de ponerse de acuerdo sobre este punto, aprovecharon la salida de una pequeña caravana para dirigirse hacia la santa ciudad de Abraham.

Y tras un viaje muy penoso, acabaron por llegar a Jerusalén; pero en el camino sufrieron accesos de calenturas. Y la joven Nozhatú acabó por curarse a los pocos días, pero Daul'makán siguió enfermo, y su estado se fue agravando, de modo que en Jerusalén tuvieron que alquilar una habitación en el khan. Y Daul'makán se tendió en un rincón, vencido por la enfermedad, y la enfermedad empeoró de manera tan grave, que Daul'makán acabó por perder del todo el conocimiento y entró en un período de delirio. Y la buena Nozhatú no le dejaba un instante, y estaba muy preocupada al verse sola en un país extranjero, sin nadie que la ayudara.

Y como la enfermedad proseguía, y duraba bastante tiempo, Nozhatú acabó por agotar sus últimos recursos y no le quedó un dracma en sus manos.

Entonces mandó al zoco a uno de los criados del khan, para que le vendiese uno de sus vestidos y le trajese algún dinero. Y el criado así lo hizo. Y Nozhatú siguió vendiendo todos los días algunos de sus efectos para cuidar a su hermano, y de este modo agotó por completo cuanto tenía.

Y los únicos bienes que le quedaban era la ropa vieja con que estaba vestida y la estera vieja que les servía de cama a ella y a su hermano. Y al verse en tal indigencia, la pobre Nozhatú lloró en silencio.

Pero aquella misma noche Daul'makán recobró el conocimiento, por voluntad de Alah, y se sintió algo mejor; y volviéndose hacia su hermana, le dijo: "¡Nozhatú! he aquí que he recuperado las fuerzas, y quisiera comerme unos pedacitos de carnero asado". Y Nozhatú dijo: "¡Oh hermano mío! ¿cómo haremos para comprar carne? Porque no me atrevo a pedir limosna. Pero no te apures, que mañana me pondré a servir en casa de algún rico y ganaré lo necesario. Lo único que siento es que te tendré que dejar solo todo el día; pero ¿qué le vamos a hacer? ¡No hay fuerza y poder más que en Alah el Altísimo! ¡Y Él sólo puede hacernos volver a nuestro país!" Y dichas estas palabras, Nozhatú prorrumpió en sollozos.

Y al día siguiente se levantó al amanecer, y se cubrió la cabeza con un viejo manto de piel de camello que les había dado un camellero, vecino suyo en el khan. Y besó a su hermano, le echó los brazos al cuello, y llorando salió hecha un mar de lágrimas, sin saber exactamente adónde dirigirse.

Daul'makán aguardó todo el día el regreso de su hermana. Pero llegó la noche, y Nozhatú no había vuelto. Y la aguardó toda la noche sin pegar un ojo, y Nozhatú no volvió. Y al otro día, y a la noche siguiente, ocurrió la mismo.

Entonces Daul'makán se vió presa de un temor muy grande al pensar en su hermana, y su corazón empezó a temblar. Y como llevaba dos días sin tomar ningún alimento, se arrastró penosamente hasta la puerta de la habitación, y se puso a llamar al criado del khan, que acabó por oírle. Y Daul'makán le rogó que le ayudase a llegar hasta el zoco. Y el criado se lo echó a hombros, se lo llevó al zoco, y lo dejó junto a una tienda medio derruída, y se fué.

Y todos los transeúntes y mercaderes del zoco se agruparon en derredor de él, y al ver su estado de debilidad, empezaron a lamentarse y a compadecerle. Y Daul'makán, que no tenía ya fuerzas para hablar, les indicó por señas que estaba hambriento. Entonces hicieron una cuestación en su favor, pasando una bandeja entre los mercaderes del zoco, y le compraron comida. Y como la cuestación había producido treinta dracmas, se deliberó sobre lo que sería más conveniente en interés del enfermo. Y un buen anciano del zoco dijo: "Lo mejor es alquilar un camello para transportar a Damasco a este pobre joven, y llevarlo al hospital consagrado a los enfermos por la caridad del califa. Porque aquí se morirá seguramente si se queda abandonado en la calle". Y a todo el mundo le pareció muy bien; pero como era ya de noche, se aplazó la cosa para el día siguiente. Y dejaron junto a Daul'makán, al alcance de su mano un cántaro de agua y víveres. Y al cerrarse las puertas del zoco, todos se volvieron a sus casas, lamentando la suerte del pobre enfermo. Daul'makán pasó toda la noche sin poder pegar los ojos, preocupado por la suerte de su hermana Nozhatú. Y como estaba tan débil, apenas si pudo comer ni beber.

Al otro día las buenas gentes del zoco alquilaron un camello, y le dijeron al conductor: "¡Oh camellero! vas a llevar en tu camello a este enfermo, y lo transportarás hasta el hospital de Damasco, en donde podrá curarse". Y el camellero respondió: "Sobre mi cabeza y sobre mis ojos, ¡oh señores!" Pero el malvado camellero pensó: "¿Para qué he de transportar desde Jerusalén a Damasco a un hombre que está próximo a morir?"

Después hizo agacharse a su camello y colocó en él al enfermo. Y cubierto de bendiciones por la gente del zoco, habló a su camello, tiró del ronzal, y el camello se levantó y se puso en camino. Pero apenas había atravesado algunas calles, el camellero se detuvo; y como había llegado frente a la puerta de un hammam, cogió al pobre enfermo, que se había desvanecido, lo dejó sobre un montón de leña que servía para calentar el baño y se fué a toda prisa.

Así es que al amanecer, cuando llegó el encargado del hamman para calentar el baño, se encontró con aquel cuerpo que estaba tendido y como exánime. Y dijo para sí "¿Quién habrá podido dejar aquí este cadáver en vez de enterrarlo?" Y se disponía a empujar el cadáver lejos de la puerta, cuando Daul'makán hizo un movimiento. Y el encargado exclamó:

"¡No es un muerto, sino algún aficionado al haschich, que se ha caído esta noche sobre el montón de leña! ¡Oh consumidor de haschich! márchate". Y al inclinarse para gritárselo en la cara, vió que era un jovencillo, sin asomo de bozo en las mejillas, y de una gran distinción y gran belleza, a pesar de su delgadez y de los estragos de la enfermedad.

Y sintiendo una gran piedad hacia él, exclamó: "¡No hay fuerza ni poder más que en Alah! ¡He aquí que acabo de juzgar temerariamente a un pobre joven, extranjero y enfermo, cuando nuestro Profeta (¡sean con él la plegaria y la paz de Alah!) nos ha encargado que evitemos los juicios temerarios y que seamos caritativos y hospitalarios con los extranjeros, singularmente con los extranjeros enfermos!"

Y sin vacilar un momento, se echó a cuestas al joven, volvió a su casa, entró en el aposento de su esposa, y le dejó entre sus manos, encargándole que lo cuidase. Entonces aquella mujer tendió una alfombra en el suelo, puso encima de la alfombra una almohada limpia, y acostó cuidadosamente al huésped enfermo. Y fué a la cocina a encender lumbre, y calentó agua para lavarle las manos, los pies y la cara. Por su parte, el encargado del hamman fué al zoco para comprar perfumes y azúcar, y roció con agua de rosas la cara del joven, y le hizo beber sorbete con azúcar y jarabe de rosas. Después sacó del arca una camisa muy limpia, perfumada con flores de jazmín, y se la puso.

Y con estos cuidados, notó Daul'makán que penetraba en él un gran alivio y que le vivificaba como brisa deliciosa.. .

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.