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Myrrha

De Wikisource, la biblioteca libre.
Almanaque de las porteñas (1898)
de valor desconocido
traducción de Manuel Castilla Portugal
ilustración de Carlos Clérice
Myrrha de Jules Lemaître
MYRRHA
(CUENTO ROJO)
(Versión de M. Castilla Portugal)

A Eugenio C. Moetzel.

Los prisioneros comparecieron delante del procónsul, lo que causó gran decepción á Myrrha; el funcionario se contentó con preguntarles si profesaban la fé de Cristo y los condenó á ser pasto de los leones, en el gran circo.

— ¿Estará allí el emperador? preguntó Myrrha á uno de los carceleros.

— Nunca falta á ninguna de estas fiestas, respondió el interpelado.

Una gran alegría iluminó el rostro de la joven, ese rostro pálido y diáfano, á donde apenas había espacio para los grandes ojos ardientes de pupilas violetas y para la pequeña boca siempre entreabierta por la lijera opresión de un angelical deseo;.... se encontraba perpleja.

Quería cumplir su voto, muriendo por tan gran culpable, pero al mismo tiempo, la idea de la muerte la asustaba, pensando en que su suplicio agravado por esta circunstancia, seria más meritorio y eficaz, dejando de ser doloroso...... En fin no sabia que pensar...... Algunas veces, la asaltaban súbitos terrores; no podia comprender por qué causa Nerón no le inspiraba horror. Vivía en una fiebre y en un ensueño perpetuos, no oyendo ni viendo nada de lo que la rodeaba.

El viejo Calixto, consideraba este estado con inquietud. Hacia largo tiempo que la joven no habia vuelto á hablarle del emperador Neron. — Pero conocia bien que no la ocupaba otro pensamiento se preguntaba si era necesario no ver en esa extraña preocupación sino un milagro de la caridad. Y no se atrevía á interrogarla, temiendo ser inhábil para escudriñar esa alma, turbándola al menor contacto.

La víspera del suplicio, después de la oración vespertina, que los condenados pronunciaban reunidos, Myrrha dijo en voz alta:

— Roguemos por el emperador Nerón.

Los cristianos titubearon un instante. Pero Calixto, el sacerdote pensó que su inquietud era injustificada: Myrrha era más santa que todos ellos.

Y dio principio á la plegaria por el emperador, y los otros cristianos la recitaron con él.

Sucedió, que al oir esto, un carcelero que se encontraba cerca de la puerta (era un Galo muy alto y muy rubio), se puso á llorar suplicó á Myrrha, le explicara la religión de Cristo.

Al día siguiente, fueron conducidos los cristianos, á una prisión baja, situada en la parte inferior del anfiteatro del gran circo.

Myrrha veia á través de las rejas, la arena resplandeciente de luz y sobre las gradas que se ensanchaban circularmente, todo un pueblo sentado: senadores, caballeros, soldados, plebeyos, vestales y cortesanas; vestidos con capuchones de lana, con túnicas de color leonado, con manípulos de seda; una multitud bulliciosa y movediza bañada de movibles reflejos rojos por los velos que flotaban sostenidos por cuerdas, en la parte superior del circo.

Notó, enfrente, la parte inferior de los pesados tapices, que colgaban del estrado imperial, y un poco más allá, detrás de rejas, en un a semi-oscuridad, leones que se paseaban sin descanso.

Los demás condenados, rezaban prosternados por grupos ó se abrazaban antes de morir.—Y en aquella vecindad de la muerte aunque permanecía firme su voluntad, algunos lloraban, sollozaban ó eran sacudidos por grandes temblores. Timoteo y Calixto, los animaban. — Timoteo les decia: Sellar la fé que nos anima con nuestra sangre, desafiando la cólera impotente del impio es un gran goce. Esta sangre caerá sobre él. — Una vez más los tiempos están próximos. Y ¿qué representa un instante de sufrimiento en cambio de un vida eternamente dichosa? Imbécil y cobarde es, el que rechaza el cambio.

Y Calixto: ¡Oh hermanos míos, Dios os contempla! ¿Qué es despues de todo, la muerte que os espera, sino la del cazador sorprendido en el bosque? Marcharemos juntos, tan fuertemente unidos en un mismo pensamiento de amor, que no sentiremos ni las garras ni los dientes de las fieras. Y Dios, con nuestra sangre, llevará á cab o grandes cosas. — Vosotros fundareis con vuestra muerte, la felicidad y la paz de la humanidad futura.

Pero Myrrha, agena á todo lo que la rodeaba, permanecía aparte parada cerca de las rejas.

Varios beluarios[1] abrieron simultáneamente la puerta de la prisión y la de la jaula de los leones; y un gran silencio reinó de repente

Myrrha entró la primera en la arena. Vio al emperador sobre su estrado; y con paso rápido y firme, se dirijió directamente á él.

Es necesario que me vea, pensaba, y ha de ser cerca de él que rendiré mi alma para salvar la suya.

Calixto la seguia, tan rápidamente como le permitían sus achaques.

Los leones habían salido de la jaula: y deslumbrados en el primer momento, por la luz, súbito se habian detenido los unos, y los otros daban vueltas sin rumbo, rastreando la arena.

Myrrha con los ojos lijos en Nerón, caminaba siempre. — Medio inclinado hacia uno de sus compañeros, el emperador sintió esa mirada y se volvió. Creyó que la joven venia a implorar su Gracia y animó su rostro una sarcástica sonrisa.

Pero la joven llegó hasta el pié del estrado, sin pronunciar una palabra, ni levantar sus manos unidas; y allí inmóvil, continuó clavando en él sus ojos.

Sus sueltos cabellos, caian sobre sus espaldas y un girón de su vestido descubría su busto delicado.

Nerón, avanzó un poco su cabeza de Dios bestial y una chispa fugaz se encendió bajo sus pesados parpados. Se levantó y llamando por su nombre al jefe de los beluarios; hizo la señal de gracia......

Uno de los leones, habia visto á Myrrha y se aproximaba á grandes pasos......

Entonces, el viejo Calixto, que habia comprendido el ademán del emperador, tomo á Myrrha entre sus delgados brazos, y la empujó hacia el léon con todas sus fuerzas......

Julio Lemaitre.
  1. Esclavos encargados de las fieras en el circo.