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Oriental (5 - Zorrilla)

De Wikisource, la biblioteca libre.
Oriental (5)
de José Zorrilla
del tomo quinto de las Poesías.


Larga y pesada es la noche
Si de un cerrado balcón
Al pie, se aguarda la lumbre
De un enamorado sol;

Si a oscuras en una calle
No se siente en derredor
Más que del aura perdida
El interrumpido son.

Larga y pesada es la noche
Para el despierto amador
Que acecha una blanca mano
Que tal vez le hace traición,

Mientras la diestra al estoque,
Ebria el ánima de amor,
De rival desconocido
Recela la condición.

Larga y pesada es la noche
Para quien tanto aguardó,
Que el alba por el Oriente
Viene a ahuyentar su pasión.

Muy larga para el mancebo
Que en Córdoba penetró,
De los ojos de una mora
Enredado en la prisión.

Está el cristiano apoyado
En las rejas donde vio,
Mientras que lloró cautivo,
A la prenda de su amor.

Y en vano a su doble seña
Una respuesta aguardó;
Las celosías tuvieron
Siempre velado el balcón.

Mas viendo que a largos pasos
Veníase alzando el sol,
Entre amorosos suspiros
Así dijo a media voz:

«He llamado a tu ventana,
Mi sultana,
Siempre fiel a mi pasión,
Y enojado me despido,
Pues dormido
Encontré tu corazón

»Adiós, mi dulce señora,
Ingrata mora,
Que pues más no he de venir,
Bien harás, de mí olvidada,
Descuidada,
En largo sueño dormir.

»No esperes, no, que tu mano
Vuelva ufano
Enamorado a buscar,
Clavando del foso oscuro,
Sobre el muro,
Una escala en que bajar.

»No esperes que en larga vela,
Centinela
De tu cerrado balcón,
Aguarde ya entretenido,
Si dormido
He de hallar tu corazón.

»No esperes, no, que combata,
Mora ingrata,
De tu celosía al pie,
Mientras en otros amores
Tus favores
Gozando un rival esté.

»Que si a mi voz no respondes,
Porque escondes.
Otro amor para mi amor,
Guarda los lances y cuitas
De tus citas
Para quien ha tu favor.

»Quédate, aunque yo te amaba,
Por esclava
De un señor y de un harén,
Y muera con tu hermosura
La ventura
De tu existencia también.

»Adiós; duerme, mi sultana,
Y tu ventana,
Testigo de mi pasión,
Te diga si he conocido
Cuán dormido
Estaba ta corazón.»

Y así el mancebo diciendo,
De sus celos al furor,
De un tajo las celosías
Con la espada derribó.

Saltó del lecho la mora
A tan descompuesto son,
Y asomándose a la reja,
Quién era le preguntó.

Mas él, a larga distancia
Revolviendo un callejón,
Tornó la espalda diciendo:
«Dormid en paz, que soy yo.»