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Página:Anton Chejov - Historia de mi vida - Los campesinos.djvu/136

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tre los árboles apareció el doctor Blagovo. Llevaba una blusa de seda y botas altas. Sin duda, allí, junto al manzano, se habían dado una cita.

Al ver al doctor, mi hermana se abalanzó a él, cómo un niño perdido que encuentra a su madre por fin y teme que vuelva a desaparecer.

—¡Vladimiro, Vladimiro!

Se abrazó a él y le miró a los ojos ávidamente. Observé que la pobre había enflaquecido y se había puesto más pálida en aquellos últimos días. El cuello de encaje que llevaba siempre parecía demasiado grande para ella.

El doctor estaba un poco turbado, pero no tardó en recobrar su tranquilidad.

—¡Vamos, querida, cálmate!—le dijo a Cleopatra, acariciándole los cabellos—. ¿Por qué estás tan nerviosa? ¡Ya me tienes aquí!

Hubo un silencio. Yo evitaba mirar a Blagovo.

Momentos después nos encaminamos a casa. El doctor empezó a teorizar.

—La vida civilizada no ha empezado aún entre nosotros—decía, dirigiéndose a mí—. Los viejos aseguran que, en otro tiempo, hace cuarenta o cincuenta años, la vida era mucho más interesante, mucho más espiritual. Quizá sea verdad; pero a nosotros los jóvenes ni siquiera nos cabe el consuelo de recordar el pasado. No podemos hacemos ilusiones. Rusia, según nos aseguran los libros de historia, comenzó a existir en 862; mas la Rusia civilizada, en mi sentir, todavía no existe.