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Página:Anton Chejov - Historia de mi vida - Los campesinos.djvu/165

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alegremente. Después se volvió a acostar, con un trozo de pan blanco en la mano y me dijo:

—Desde que tú te hiciste obrero, yo y Ana Blagovo sabíamos muy bien que tenías razón, pero no nos atrevíamos a decirlo en voz alta. Di, ¿qué fuerza nos impide decir francamente aquello que pensamos? Ana Blagovo, por ejemplo, te ama, te adora, sabe perfectamente que tienes razón; yo también; ella me quiere mucho y sabe que también tengo razón, y, sin embargo, algo le impide venir a nuestra casa, nos rehuye, temerosa de encontrarse con nosotros.

Mi hermana calló un instante y agregó con vehemencia:

—¡Si supieras cómo te ama! Sólo a mí me ha confesado su amor, y eso en la obscuridad, para que no pudiera ver su rostro. Me conducía a una alameda obscura del jardín y me hablaba, susurrando, de su gran amor por ti. Estoy segura que no se casará jamás, porque eres tú su solo amor. ¿No es verdad que da lástima?

—Sí.

—Es ella quien nos manda comida. ¡Es graciosa! ¿Por qué se oculta? Yo también me ocultaba, tenía miedo de decir lo que pensaba; pero ahora todo ha terminado: ya no tengo miedo de nada; diré cuanto quiera, y me siento dichosa. Cuando vivía en casa, no sabía aún lo que constituía la dicha, mientras que ahora no me cambiaría por una reina.

El doctor Blagovo vivía en nuestra ciudad, en