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Página:Anton Chejov - Historia de mi vida - Los campesinos.djvu/55

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me miró fijamente y añadió con el tono solemne de un predicador:

—¿Quiere usted que le diga una cosa, querido? Un hombre—sencillo o avisado—que se hace pagar intereses, aunque sean muy pequeños, es un criminal. Un hombre así se encuentra a mil verstas de la verdad. ¿Tengo razón o no la tengo?

¿Cómo iba yo a negarle que la tenía? Miraba su rostro enjuto, pálido, enfermizo, y callaba.

—¡Cuánto pecado comete la gente!—exclamó, cerrando los ojos—. ¡Que Dios la perdone! Todos somos pecadores...


V


Nabó carecía en absoluto de sentido práctico, y nunca sabía poner sus propósitos de acuerdo con su posibilidad de cumplirlos. Aceptaba mucho más trabajo del que le era dable ejecutar, y pasaba ratos muy malos; con frecuencia no tenía bastante dinero para pagar a sus obreros, y muy a menudo no sólo no ganaba nada para él, sino que perdía. Se encargaba de cuantos trabajos se le proponía: pintaba paredes, ponía cristales en las ventanas, construía tejados. Para un encargo sin importancia corría días enteros a través de la ciudad, en busca de obreros.

Era un trabajador excelente, y ganaba, trabajando solo como un obrero, hasta diez rublos diarios. Pero prefería ser contratista, lo que halagaba su ambición, y con ese motivo luchaba siem-