—¿Conoce usted la entrada del puerto?
Santiago Veve era novicio en asuntos navales y la pregunta le sumió en un mar de confusiones; felizmente vino a sacarle de apuros un bote pescador que pasó a la vista, y a cuyo patrón, Benito Suárez, le ordenó que marchara rumbo al canal, indicando al capitán del Leyden que siguiese al citado bote. Ya dentro del puerto, y fondeado el aviso de guerra en el sitio que indicó el botero Suárez, se arrió una lancha y en ella los expedicionarios llegaron a la playa. Entonces el doctor contó la fuerza de desembarco; eran solamente 14 marinos armados de fusiles, y se le ocurrió pensar que si los Voluntarios, o tal vez alguna fuerza de la Guardia civil, los recibía en la playa, el trance iba a ser muy apurado; tal vez recordaba en aquellos momentos la guerrilla montada que, meses antes, había organizado el notario Pizarro y que podía aparecer de un momento a otro.
Todos los invasores, a cuya cabeza marchaban Barclay, Veve y un alférez de marina llamado Albert Campbell, se dirigieron a la Aduana y en ella izaron la bandera de los Estados Unidos. Los funcionarios españoles Angel García Veve, que era administrador, y los empleados José Ruiz, Antonio Vizcarrondo, Julio Torres y algún otro, fueron confirmados en sus puestos; el capitán de puerto no apareció.
Siguieron hacia el pueblo, rodeados de una turba de curiosos, chiquillos en su mayor parte, y a mitad del camino llegó, a caballo, el joven Enrique Bird Arias, quien, como hablaba inglés, fué