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Página:Crónica de la guerra hispano-americana en Puerto Rico.djvu/539

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CRÓNICAS
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recargo. A él se debieron la reorganización de la Junta de sanidad y de otros muchos- servicios, así como la final organización del Cuerpo de la Policía insular, que quedó- a cargo de Frank Testher.

Fué exigente en grado sumo con concejales y alcaldes, a quienes trató con rudeza militar; distinguiéndose de otra parte, en la gran cortesía con que siempre favorecía a cuantos sirvieron, militares o paisanos, al gobierno español ^.

El día 9 de mayo resignó su cargo en manos del brigadier general George W. Davis, y desde abril había publicado una Orden del día despidiéndose del Ejér- cito, Policía insular y de los habitantes de la Isla, a quienes daba oportunos y sabios consejos para que, adaptándose al nuevo orden de cosas, tuviesen fe inquebrantable en las futuras decisiones del Gobierno americano.

MAYOR GENERAL OSWALD HERBERT ERNST

Nació el 27 de junio de 1842, en Ohío, cerca de Cinncinnatti. En 1858 entró en el Colegio de Plarvard y terminados sus estudios ingresó en el militar de West Point,., siendo su graduación en 1 864, con el grado de primer teniente del Cuerpo de inge- nieros, prestando sus servicios en el Ejército de Tennessee, al final de la Guerra Civil, en la campaña de Atlanta. En 1 870 formó parte de una 'Comisión enviada a España para observar un eclipse solar.

Sirvió después, siempre como ingeniero, en varias comisiones y en diferentes Estados de la Unión y también en Méjico.

Desde 1893 a 1898 fué superintendente de la Academia militar de West Point.

En julio 21 de 1898 embarcó en Charleston, Virginia, en el transporte Grande Duchesse al mando de una brigada y formando parte de la expedición del general Wilson, que operó en Puerto Rico. El éxito parcial del ataque que realizara el 16. "^ de Pennsylvania, en Coamo, fué debido a los planes de este general. Poco después del combate, el coronel de dicho regimiento entregó a Ernst un sable y una espada, ase- gurándole que eran las pertenecientes al comandante Illescas y capitán Frutos Ló- pez, armas que conserva dicho general como valioso trofeo de la guerra.

Hace muy poco tiempo, este general fué visitado en su residencia de Washington por Roberto H. Todd, quien lo hiciera a instancias mías, recibiendo algunas impre- siones de aquel caudillo acerca de su campaña en Puerto Rico, y principalmente so- bre el combate de Coamo.

i Las huérfanas de un coronel español, que, a causa de la guerra, no recibían su pensión, fueron de- mandadas en desahucio por el dueño de la casa que habitaban; súpolo el general Henry, y llamando al ca- sero le dijo:

— «Si usted lanza a la calle a esas señoritas lo encerraré en el castillo del Morro; por ahora dése por bien pagado con el honor que recibe alojando en casa suya a las hijas de un noble jefe español.»

Poco después dio órdenes para que en el mismo edificio que ocupaba el Instituto Provincial, se habili- tase un departamento, que habitaron las huérfanas por mucho tiempo.— A', del A.