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Página:Cuentos ingenuos.djvu/194

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IV


Bajó y se sentó en el comedor a la mesita donde ya le aguardaba el joven de Palencia.

— ¡Hola, Ricardito!

— ¡Hola, Román!

Se repartieron la tortilla.

— Ya, ya le vi a usted esta mañana muy amartelado con Ladi, ¿eh?... ¡Sea enhorabuena!

— ¡Cómo enhorabuena! ¿Por qué? — preguntó Ricardo alarmado por su secreto tan pronto descubierto.

— ¡Toma! ¡Por qué!... Pues... por la niña. ¡Paréceme que va a haber boda este invierno en la corte!

Ricardo se puso pálido, un poco de temor, un mucho de alegría.

— ¡Hombre, no, Román! — cortó—. Esa señorita y yo..., no somos más que amigos... ¡buenos amigos!

Román soltó la carcajada.

— ¡Y tan amigos, lo creo! ¡Nadie le dice a usted que fuesen enemigos!... Sólo que apostaría yo