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162 — Felipe Trigo

donde había estanques con peces rojos y muchas rosas; un edificio alto y viejo, la Universidad, y el Instituto, otro caserón, frente a la fábrica de hielo. Por otra parte, en un lugar pintoresco, y destacándose soberbiamente, se divisaba el gran colegio de monjas, y más allá, la Plaza de Toros. Después extendieron la vista por las llanuras interminables de la campiña, donde el Guadalvira, después de rodear en un trazo de S a la ciudad, se escondía entre huertas, volviendo a reaparecer cada vez más perdido en la distancia.

— ¿Ves el río? ¿Aquella isla de sauces? Pues allí está nuestro cercado El Galapagar, donde he pasado yo mucho tiempo.

Contaba sus correrías allí, trepando a las encinas con su hermana Petra, igual que con Elia ahora por los tejados. Tenían un barco y una hamaca, y pasaban las horas de calor bajo los sauces de la isla, columpiándose y matando mosquitos...

— ¿Ves que parece aquello una manchita verde? Pues es grande, y los sauces, cuando se está debajo, parecen todavía más altos que de aquí a arriba de este campanario...

Al mirar Elia hacia arriba, siguiendo la indicación, creyó que se le desplomaba el cielo. Un cañonazo había estallado sobre su frente, poblando el aire de temblores metálicos. Se había abatido con terror en la poyata del ajimez, quedando sus