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DE MADRID A NAPOLES

es, á los soldados mercenarios de todos los tiempos, que montaron la guardia en los palacios reales de Madrid, de París y de otras muchas cortes, y que todavía la dan al Papa en el Vaticano... — La Suiza ha sido siempre fecunda en grandes hombres; pero ha hecho con ellos lo que con sus rios y con sus soldados; los ha enviado lejos de sí para que sirvan á otras naciones... Precisamente, esta cuidad de Ginebra en que vamos á entrar, cuenta entre sus hijos á Rousseau, á Say , á Sismondi, á Necker; todos ellos prohijados por una tierra estraña.— Esto se esplica con solo decir que los suizos no tienen idioma propio, sino que hablan el francés, el italiano ó el alemán, segun que sus cantones lindan con Francia, Italia ó Alemania. — En cambio Ginebra acogió y adoptó á Calvino, el temible reformista , y reivindicó á Mad. Stael, suiza de origen, y albergó á Voltaire, y retuvo á Goethe, á Byron y á Jorge Sand, y fue siempre como horno encendido en que se forjaron las ideas que más han agitado á Europa desde los tiempos de Lutero. — ¡Suiza!... Suiza (me seguía diciendo) es una confederacion de veinte y dos repúblicas que forman una sola. — De ellas hay nueve católicas, siete protestantes y seis mixtas. — Ginebra es protestante. — Los suizos son muy fieles y muy valientes, y lo han demostrado en todas las naciones en que han servido no importa á qué rey. — Los suizos triunfaron del imperio aleman y de Carlos el Temerario, conquistando así su independencia. — La historia presenta pocos ejemplos de una lucha tan larga , tan tenaz y tan gloriosa. — Los suizos, en fin, aman á su país sobre toda ponderacion , y el Ranz des vaches, la cancion de sus montañas, obra maestra del dialecto helvético, les hace morir de melancolía cuando la oyen en las tierras extranjeras á donde los confina la pobreza del suelo nativo...»

Mientras yo recopilaba de este modo todas las ideas que tenia de Suiza (y ya veis que el caudal era bien escaso), el tren menudeaba sus silbidos, indicándonos el término de nuestro viaje... ó sea la proximidad de Ginebra.

Llegamos al fin.

— Y aqui debo declarar que, no bien puse el pie en tierra, ya no me cupo duda de que había entrado en una nueva nacion, y en una nacion eminentemente libre...

Una nube de mercaderes nos rodeó á los recién llegados.

— iNapoleon el Pequeño... por Víctor Hugo!., ¡obra prohibida en Francia! — Hé aquí las primeras palabras que hirieron mis oidos, mientras que un hombre me alargaba un volumen que yo conocía hace bastantes años.

— ¡El Papa y el Congreso!., exclamaba otro.

— ¡Tabaco español!., gritaba un tercero, ostentando, colgado de sus hombros, todo un estanco... ó sea todo un desestanco de aquel importan- te artículo.

— ¿Quiere usted ver el templo de los Fracmasones? — Aquí tengo un carruaje, decia el de mas allá.