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Página:De Madrid a Nápoles (1878).djvu/94

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DE MADRID A NAPOLES


Contra lo que esperábamos, el auriga era partidario sincero de la anexion.

—Esto es Francia, nos dijo. Nosotros hablamos el francés; nosotros emigrábamos á Francia cuando nos iba mal en nuestro país; á nosotros no se nos ocurió nunca emigrar á Italia. Entre Italia y Saboya se levantan estos formidables montes, colocados aquí por Dios para separar á dos pueblos; y de Saboya á Francia no hay más que un fácil paseo. Por otra parte, Víctor Manuel nos tenia olvidados, y más pensaba en lo que no era suyo, queen lo que le encomendaron sus padres, nuestros señores. En cambio. Napoleon hará de nuestro país nno de los más ricos departamentos de la Francia. Sólo nos duele que nuestros hijos hayan de servir como soldados en una nacion cuyo gobierno es despótico. ¡Oh! nosotros preferiríamos verlos alistados en el ejército de la libre Italia! Pero ¡cómo ha de ser! No se pueden reunir todos los bienes en una hora.

Estas complicadas palabras del pobre mayoral despertaron muchas ideas en mi mente. — Primero me recordaron á aquellos despreciados saboyanos, especie de gallegos de París, que se emplean en limpiar chimeneas, en vender libros á domicilio y en hacer comisiones á medio franco la carrera. Luego pensé en su fama universal de honrados, de amantes de su país, de humildes y fieles servidores. En seguida consideré que aquella desgraciada raza era el degenerado resto de los terribles montañeses que, acaudillados por sus condes ó por sus duques, desde Humberto el de las manos blancas, fundador de la dinastía piamontesa, hasta Emmanuel Filiberto de Saboya, el vencedor de San Quintín, batieron á los franceses en muchas ocasiones, conquistaron ciudades y reinos, y eternizaron su nombre en la historia. Y me complací, por último, en recordar que el suelo que recorríamos en aquel momento habia pertenecido á España, como tantos otros que debiamos recorrer, y que aquel Emmanuel Filiberto y aquellos soldados suyos tan famosos sirvieron á las órdenes de Carlos V y de Felipe II, cuya dominacion prefirieron siempre á la de los reyes de Francia... (ideas todas que me guardé muy bien de comunicar á mi querido amigo Iriarte.)

A todo esto, la diligencia avanzaba y el país se embellecia cada vez más.

En el fondo de la sucesion de valles por donde serpentea el camino, se levantaba ya una imponente montaña , como primera avanzada de los Alpes.

Era la Pirámide de Mole, — que se eleva 5.745 pies sobre el nivel del mar.

El sol había roto la niebla. La soledad empezaba á gemir con la melancólica voz de las aguas, y de allá muy lejos llegaban unos sordos y profundos rumores, que todavía hubieran podido confundirse con los bramidos del viento encerrado entre montañas, si la atmósfera no hubiese estado inmovii y como estática ante la hermosura del astro rey...

Aquellos solemnes y lejanos ruidos provenían de las cascadas, de las