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Página:Dies iræ (1920).djvu/183

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no contestó. Le pareció a Jacob Ivanovich que estaba pensando lo mismo que a él acababa de ocurrírsele. Se sonó otra vez, se guardó el pañuelo en el bolsillo de la levita forrada de algodón, y dijo, mirando a través de las lágrimas a Eufrasia Vasilievna:

—¿Dónde encontraremos ahora el cuarto compañero?

Pero la dama estaba absorta en sus preocupaciones de orden material, relativas a aquella muerte repentina, y no oyó la pregunta. Tras un corto silencio, interrogó a su vez:

—Y usted, Jacob Ivanovich, ¿sigue viviendo en el mismo piso?


FIN