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Página:Dies iræ (1920).djvu/52

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dió de pronto una luz y se apagó al instante; ¿sería, acaso, una señal?

La nube se extendió por encima de la ciudad, y los faroles de las calles proyectaron en su negrura una luz amarillenta. Una menuda lluvia comenzó a caer. Todo estaba tranquilo; pero en la honda calma se sentía como una angustia...

¿Dormía, en efecto?

V

Transcurrieron algunos días entre nuevas y suaves sensaciones de libertad, y otra vez, como rayas negras en el mármol blanco, corrieron por todas las direcciones hilos siniestros de recelo y de espanto.

El tirano acogió la nueva de su deposición con una calma sospechosa. No se comprendía cómo podía conservar la tranquilidad un hombre que había perdido su reino, y se inducía que maquinaba algo terrible. Además, un pueblo en medio del cual se halla un ser misterioso, dotado del poder extraño de arrastrar a las gentes, no es posible que esté tranquilo. El tirano sigue inspirando miedo aun después de caído. Prisionero y todo, sigue ejerciendo su influencia diabólica, que a distancia es más fuerte aún; así, la tierra, obscura cuando se la mira de cerca, se torna una estrella luminosa vista desde las azules profundidades del espacio.