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Página:Echague Memorias tradiciones.djvu/192

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192 PEDRO ECHAGUE

tima. Ahora comprendía el cambio de la que él tuvo hasta enton- ces por Amelia, su inexplicable conducta, su desenfado, su cinismo. Ahora comprendía que quien había fraguado aquella sustitución de personas era la pérfida, la perverse, la infernal Amalia...! ¡Y él, que en su fuero interno consideraba injusto el concepto de mala que sobre ella pesaba en Quito, mientras que reservaba para la que el creía Amelia todos sus desprecios secretos!

La casualidad siguió haciendo su obra para desatar esta ma- deja, pues justamente otro emisario con otra carta para Reynal se presentó en aquel momento. Estaba concebida en los siguientes términos:

“Adorado Eleodoro: ¡Albricias! — Ya estoy de vuelta y te traigo una prenda de inestimable valor. Te espero ahora mismo. Cuidado con faltar”. — Tuya: Amelia Cabot”,

En su ofuscación, en su cólera, en su urgencia por restablecer la verdad de las cosas, no supo Reynal en el primer momento que partido tomar: si ir a casa de Amalia para confundirla con sus reproches y con su desprecio, o ir a casa de Amelia para explicarle el enredo, pedirle perdón por su ligereza y reconquistar su confian- za y su cariño, — si aún era tiempo. Optó por lo primero impulsado por la indignación, y a cia de Amalia se dirigió trémulo de ira.

Amalia lo recibió co. un aire frío y digno.

—Satisfecho debe Ud. hallarse caballero — le dijo — de haber llevado la fidelidad que jurara, hasta el extremo de rematarla con el oprobio.

— ¡Calla perversa! contestó Reynal fuera de sí ante la impa- videz con que aquella mujer trataba de anticiparse a sus terribles cargos. Yo no vengo aquí a oir reproches; vengo a enrostrarte tu depravación y tu perfidia; vengo a escarnecerte, a vilipendiarte, a aplastarte con el peso de mi desprecio. Delante de tí no tienes sólo en este momento al amante burlado por la más inícua traición, sino también al caballero que viene a castigar como merece a la más despreciable de las meretrices!

—iMTenga Ud. la lengua señor!

—¡Ah, no! ¡Basta de simulaciones y de farsas! ¿Quién ha fir- mado, pérfida, estos papeles? Míralos y confúndete. Letras distin- tas con una misma firma... Ha llegado la hora en que todas tus satánicas intrigas queden en descubierto: — Amelia me espera... Amelia, inocente criatura a quien has encarnecido y me has hecho encarnecer, Amelia, angel de pureza y de virtud, a cuyo lado nada me hubiera faltado en el mundq! — Sábelo, infame; yo la ví y la amé; tú me la arrebatastes, la escamoteastes, y en el lugar del ángel me encontré con un demonio! Pues bien; es necesario que me Oigas: mi pensamiento, mi amor, han sido siempre suyos; tú no fuiste nunca más que su Personero: fraudulenta, sigo amándola a ella tanto como te aborrezco a tí...!

Impasible ante el furor de Reynal. Amalia respondió:

—Son las cinco. .. Consulte Ud. su reloj, señor Reynal; tal vez no sea mucha la diferencia que acuse con el de San Cristóbal, que es el que acaba de sonar. Hace dos años en este mismo día y a esta misma horá, aprovechaba Ud. este mismo equívoco para ju- rarle eterno amor a una mujer incauta que tuvo la ingenuidad de creerle.

Extrajo luego de su seno, la esmeralda que el joven depositara dos años antes en manos de Amelia, y como si temiese quemarse <on su contacto, se la devolvió. .