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Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote del Mancha.djvu/44

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VIDA Y ESCRITOS.

fin, en 1616, en la calle de Leon núm. 20, esquina á la de Francos donde falleció.

Vuelto á Madrid Cervantes, asomado á la vejez, sin haberes, y cargado de una familia crecida, tropezando con la misma ingratitud para su íngenio que para sus servicios, en tiempo que si las dedicatorias acarreaban tal cual pension, nada producian los libros, desatendido por sus amigos, atropellado por sus émulos, y con su práctica de mundo, apeado de todo embeleso y reducido á lo que en castellano se llama desengaño, vivió ya siempre retirado y sombriamente; afilosofado, sin lamento, sin murmullo, sin la dorada medianía que apetece Horacio para los alumnos de las Musas, antes bien angustiado y menesteroso. Halló sin embargo dos padrinos, Don Bernardo de Sandoval y Rojas, arzobispo de Toledo, y un señor instruido, Don Pedro Fernandez de Castro, conde de Lémos, autor de la comedia intitulada la Casa confusa, el cual se llevó en 1610 una cortecilla literaria á su vireinato de Nápoles, y no olvidó desde su lejana cumbre al soldado antiguo y lisiado que no habia podido seguirle.

No cabe esplicacion para una estrañeza, que por otra parte realza el pundonor de Cervantes, cuanto tizna á los repartidores de los agasajos reales; habló del desamparo en que estuvo varon tan esclarecido, al paso que autorcillos despreciables andaban disfrutando las pensiones que en prosa y verso habian pordioseado. Se cuenta que un dia Felipe III, asomado á la parte del palacio que caia al Manzanares, vio un estudiante que se paseaba con un libro en la mano por la orilla de aquel rio. El manteista se paraba, manoteaba, se palmoteaba la frente y prorrumpia en carcajadas. Reparando Felipe aquella comedia, esclamó: “Aquel estudiante ó es loco ó está leyendo el Quijote”. Acudieron palaciegos diligentes á comprobar la agudeza del monarca, y volvieron á participar al rey que con efecto el enagenado estudiante estaba leyendo el Quijote; mas á ninguno de ellos ocurrió el recordar al príncipe el sumo desamparo que estaba persiguiendo al autor de libro tan popularmente celebrado.

La primera edición del Quijote, la de 1605, se hizo en ausencia del autor, y por un manuscrito de propio puño, esto es, de trabajosísima inteligencia; y así estaba plagada de erratas; pero Cervantes, recien avecindado en Madrid, se esmeró en dar á luz otra edicion de su obra, repasándola con ahínco; y esta segunda, muy preferible á la primera, ha servido de norma á las siguientes.

Dos años despues sacó Cervantes á luz las doce Novelas, que, con las dos embebidas en el Quijote y la recien hallada, componen la coleccion de las quince Novelas que habia ido componiendo, desde su mansion en Sevilla, como queda dicho refiriéndonos á aquella temporada. Aquel libro, que iba calificado en el privilegio de pasatiempo muy honesto, donde campea el señorío y el caudal de la lengua castellana, mereció dentro y fuera de España el mismo agasajo que el Quijote. Lo remedó por dos rumbos Lope de Vega, componiendo luego sus novelas, muy inferiores á las de Cervantes, y sacando á plaza asuntos ya tratados por él. Otros dramáticos sobresalientes acudieron al mismo manantial, entre otros Fray Gabriel Tellez, conocido bajo el nombre de Tirso de Molina, que llamaba á Cervantes el Bocacio español; luego Don Agustin Moreto, Don Diego de Figueroa y Don Antonio Solis.

Publicó Cervantes, despues de las Novelas, en 1614, su poema intitulado Viaje al Parnaso y el dialoguillo en prosa con que lo acompañó bajo el nombre de Adjunta al Parnaso. En el poema, remedo del de Césare Caporali, de Perusa, elogiaba á los ingenios contemporáneos, sajando despiadadamente los intrusos de la escuela nueva, cuyas alteraciones torpes y desatinadas plagaban la hermosa lengua del siglo de oro. Quejábase en el diálogo de los comediantes que no querian representar ni sus dramas ya antiguos, ni los que acababa de componer. Para sacar algun partido de sus tareas dramáticas, trató Cervantes de imprimir su teatro, y acudió al librero Villaroel, uno de los mas conceptuados en Madrid, quien le contestó sin rodeos: “Un escritor de nombradía me ha enterado que se podia esperar mucho de vuestra prosa, pero que de los versos absolutamente nada.” Atinado era el fallo, aunque algo adusto, y debió hacérsele amarguísimo á Cervantes, que estuvo poetizando á despecho de Minerva, y se desvivia aniñadamente tras el concepto de poeta. Imprimió sin embargo Villaroel, en Septiembre de 1615, ocho comedias y otros tantos entremeses, con una dedicatoria al conde de Lémos y un prólogo, no tan solo muy agudo, sino interesantísimo para la historia del teatro español. Imperaba allí Lope de Vega, y asomaba el competidor que iba á desbancarlo. Recibió el público desabridamente los dramas selectos de Cervantes, y no tuvieron á bien los comediantes representar ni uno solo; ingratos fueron tal vez ellos y el público, mas no injustos.

Salió á luz aquel mismo año de 1615 otra obra de Cervantes que se hermana con cierta particularidad muy reparable. Conservaba todavia España la práctica de las justas poéticas tan de moda en el reinado de Juan II como las guerreras, y