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VIII.

El hombre del sombrero de tres picos.

Eran las dos de una tarde de Octubre.

El esquilon de la Catedral tocaba á visperas,—lo cual queria decir que ya habian comido todas las personas principales de la ciudad.

Los canónigos se dirigian al coro, y los seglares á las alcobas á dormir la siesta, sobre todo aquellos que, por razon de oficio, vg. las autoridades, habian pasado la mañana entera trabajando.

Era, pues, muy de extrañar que á aquella hora, impropia además para dar un paseo, pues todavia hacia demasiado calor, sa-