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A LA LAGUNA NEGRA

atravesar el Yeso, cuyo volúmen se habia aumentado, hasta el estremo de que las aguas llegaran mas arriba de los pechos de los caballos, que eran arrastrados por la corriente.

Dejamos a nuestra izquierda la Casa de Piedra i principiamos la penosa subida de la cuesta del Inca.

No sé si el deseo de llegar al campamento o la fatiga del viaje nos hacia aun mas largo i monótono el angosto camino que cruzábamos.

Una vez en la cima i por acortar camino, nos estraviamos entre los peñascos que las herraduras de los caballos hacian despedir chispas. Esos enormes trozos de rocas de color oscuro i ceniciento, a la luz de la luna, parecian mudos jigantes petrificados por los siglos i presentaban un aspecto lúgubre, fatídico.

Despues de andar como media hora por lugares que jamas habian pisado ni los pájaros, volvimos a encontrar la perdida senda, i a poco mas el humoso lago, hermoso i encantador como nunca, halagaba nuestra vista.

Eran mas de las doce de la noche cuando llegábamos a las carpas, donde el Intendente, temeroso de que nos hubiera sucedido alguna desgracia, esperaba aun a pié nuestra llegada o la de un guia que habia mandado en nuestra busca, el que pasó adelante cuando nos estraviamos en la cuesta i solamente estuvo de vuelta a la mañana siguiente.

Los demás compañeros habian vuelto de sus espediciones i nos esperaban cuidadosos.