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zon; pero servirse de él para combatir el modo con que frecuentemente se dignó Dios hacerse visible báxo la figura de un Angel ó de un hombre que ha criado á su imagen, y de quienes ha podido tomar la figura sin engañar á los hombres, y sin separarse de sus perfecciones, es un error. Y asi no se ocultó á la vista de su discípulo Aristóteles, que aunque por otra parte menos ilustrado que él, sobre la naturaleza divina, sin embárgo conoció mejor la belleza y la verdad de esta doctrina de Homero, quien dice en el Libro séptimo de la Ulisea: Que pudiendo los Dioses revestirse de todas suertes de formas, toman la figura de los extrangeros, y van á las Ciudades para ser testigos de las injusticias de los hombres, y de sus buenas acciones. E instruído por este Poëta, reconoció, que no es cosa indigna de Dios revestirse de la naturaleza humana, para librar á los hombres de sus errores.

»En quanto al Sueño engañoso enviado á Agamenón por Júpiter, y á la mentira que meste Dios le manda decir á este Príncipe, en el segundo Libro de la Iliada, Homero