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abierto en el pecho, de modo qnje les cuelgan al aire los senos flácidos. Cuando Uega un hombre, acordándose de la prescripción, se cubren la cara con la mano. Lo que no se tapan, con una falta de pudor natural en su estado casi primitivo, hace que no se lamente lo que ocultan por mandato religioso. Aquellas mujeres obligan a creer que el gran arte griego fué prohibido por Mahoma hasta en la raza humana. Para desmentimos, nos sorprende en el cementerio una escena algo curiosa. Un bedracheinsé remienda su manto, reclinado en el chaid de un sepulcro. El sol baña su entera desnudez cobriza, y él, vigoroso y esbelto, como genio del lugar animado, sin respetar la tradición, surge convertido en estatua. El hombre impasible se inquieta por los que pasan, menos que los árboles del cuadro. Dejamos este rincón, lleno de paz, de inconsciencia y de mugre, entre amables cascotazos de los muchachos del pueblo y chillidos de monos que se balancean en las altas copas. Una avenida de datileras conduce de Bedrachein a dos lagunas. Los pescadores van y vienen echando sus redes, y en la animación de la faena, y en la hermosura del paisaje, hay un encanto sugeridor, en la voz de las brisas, de las parábolas evangélicas que animaron el agua de Galilea. Costeamos las lagunas para penetrar