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Página:Leonidas Andreiev - El misterio y otros cuentos.djvu/132

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biar con él los tres besos y darle un huevo, y él le había detenido.

—¡Caramba, hombre!—exclamó sacudiendo pesarosamente la cabeza.

Sentía cierto descontento de sí mismo: su conducta con aquel hermano en Cristo había sido cruel.

—¡Caramba, hombre!—balbuceó—. Yo soy cristiano... él tiene alma también...

Y se inclinó sobre el borracho, rozando el suelo con el sable.

—Se te ha roto el huevo, ¿eh?

—Se me ha hecho jigote... Yo quería felicitarte... como buen cristiano que soy... y tú me llevas a la Comisaría...

Los remordimientos de conciencia del guardia eran más vivos a cada instante.

—Vente a casa—dijo de pronto, en el tono de quien acaba de tomar una resolución—. Comerás con nosotros.

—¿A tu casa?

—¡Sí, vamos!

El asombro de Garaska no tuvo límites. ¿Era posible? ¡Bargamot le invitaba a cenar!

Se dejó levantar y coger del brazo por el -guardia. El ciclópeo representante de la autoridad no le llevaba ya a la Comisaría, sino a su casa, y le iba a sentar a su mesa...

Le parecía aquello tan extraordinario, que temió que fuera una estratagema de Bargamot, y la idea de la fuga cruzó por su cerebro; pero sus piernas no se hallaban en disposición de ponerla en práctica: es-