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Página:Leonidas Andreiev - El misterio y otros cuentos.djvu/136

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y le cierran el paso, con un bramante, a la multitud.

Gran animación.


El primer guardia.—¡Largo, monicaco! Si te cayera encima, ¿qué dirían tus papás?

El chiquillo.—¿Es que caerá aquí?

El primer guardia.— Sí.

El chiquillo.—¿Y si cae más afuera?

El segundo guardia.—Tiene razón el chico: podía dar un salto, en su desesperación, y caer al otro lado de la cuerda; lo que sería bastante molesto para el público, pues lo menos pesará ochenta kilos.

El primer guardia.—¡Largo, monicaca! ¡Atrás!... ¿Es su hija de usted, señora? Le ruego que no la deje acercarse. Ese joven caerá de un momento a otro.

La señora.—¿De veras? ¡Y mi marido no va a verlo!

La chiquilla.— Está en el buffet, mamá.

La señora (desesperada).—¡Siempre en el buffet! ¡Ve a llamarle, Nelli! Dile que ese joven va a caer en seguida. ¡Corre, corre!

Voces.— ¡Kelner!... ¡Mozo!... ¿Cómo que no hay cerveza? ¡Vaya un buffet!... ¡Mozo!... ¿Me sirven o no? ¡Jesús, qué calma!

El primer guardia.— ¿Otra vez, monicaco?

El chiquillo.—Quería quitar de aquí esta piedra.

El primer guardia.— ¿Para qué?

El chiquillo.— Para que el pobrecito se haga menos daño al caer.

El segundo guardia.— Tiene razón el chico: debíamos quitar las piedras, y si hubiera arena o serrín...