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rán Babilonia, al champaña y a la vida de libertino que ella sospechaba. Cuando escribió la palabra «libertino» experimentó un dolor tan intenso, tuvo tanta vergüenza del doctor y de sí misma, que no pudo ya escribir más; habiéndose tendido, sin soltar el cuaderno, en la cama, estuvo llorando toda la noche y emborronó con sus lágrimas dos páginas.

En el mismo cuaderno se brindaba al doctor Chevirev, pero a condición de que se casase con ella y renunciase a Babilonia y al champaña. Demostraba que, desde el punto de vista económico, eso sería muy ventajoso para el doctor; una vez casada con él, dejaría de cobrar sueldo. Además, prometía ampliar, con la autorización del doctor, la clínica, y mejorar las condiciones de vida de los enfermos, puesto que sabía bastante psiquiatría y se hacía cargo de los defectos de la clínica. Le rogaba al doctor—siempre en el cuaderno—que resolviese la cuestión lo más pronto posible, pues ella había ya cumplido veinticuatro años y pronto comenzaría a marchitarse.

Hacía ya dos años que guardaba el cuaderno, y nunca se atrevía a entregárselo al doctor. A menudo, en su timidez y su desesperación, llamaba a la muerte. Cuando se muriese, el doctor leería de seguro lo que ella había escrito.

El doctor no sospechaba nada. Todas las noches, a las diez, se iba al restorán Babilonia y no volvía hasta el amanecer. Y siempre se encontraba en el corredor, al volver, a la enfermera, que le esperaba.