Página:Prosas profanas (1896).djvu/177

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido validada

Dice el Cid; y, quitando su férreo guante, extiende
La diestra al miserable, que llora y que comprende.

Tal es el sucedido que el Condestable escancia
Como un vino precioso en su copa de Francia.
Yo agregaré este sorbo de licor castellano:

Cuando su guantelete hubo vuelto a la mano
El Cid, siguió su rumbo por la primaveral
Senda. Un pájaro daba su nota de cristal
En un árbol. El cielo profundo desleía
Un perfume de gracia en la gloria del día.
Las ermitas lanzaban en el aire sonoro
Su melodiosa lluvia de tórtolas de oro;
El alma de las flores iba por los caminos
A unirse a la piadosa voz de los peregrinos,
Y el gran Rodrigo Díaz de Vivar, satisfecho,
Iba cual si llevase una estrella en el pecho.
Cuando de la campiña, aromada de esencia
Sutil, salió una niña vestida de inocencia,
Una niña que fuera una mujer, de franca
Y angélica pupila, y muy dulce y muy blanca.